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jueves, 2 de noviembre de 2017

Selección de artículos de interés 2 Nov. 2017



LITURGIA Y TRADICIÓN CATÓLICA

Conmemoración de todos los fieles difuntos 

GLORIA TV

Teólogo honrado por Francisco lo critica con dureza 
Un signo de Dios llevó al crítico de Francisco a actuar 
Italia: predicador bautista concelebra durante la Misa 

Francisco termina el celibato
El Papa Francisco preside una "Iglesia de Bully-Boy" 


ONE PETER FIVE

Pope Reported to Have Placed Married Priests on Amazonian Synod Agenda (Steve Skojec)
Tiempos de locura: Matricide y Martin Luther ( Aaron Seng)
Humanae Vitae at 50: Setting the Context. A Conference in Rome  (Alessandro Rico)

LIFE SITE NEWS

Catholics must let go of ‘cherished beliefs’ to ‘discern’ like Pope Francis: U.S. Cardinal (Pete Baklinski)
Los obispos de EE. UU. Enfatizan el "diálogo", prometen "lealtad" al Papa tras la renuncia del teólogo Weinandy (Claire Chretien)

CATHOLICVS

Teólogo capuchino obligado a dimitir como asesor de la Conferencia Episcopal de EE.UU. por escribir carta a Francisco sobre la confusión de su pontificado y la maldad de algunos obispos. Texto íntegro de la carta en español 

L'HOMME NOUVEAUX

Invoquer le repos éternel pour les défunts 

¿"Diálogo"? Sacerdote que escribió una carta al Papa "solicitó" la renuncia de la USCCB (Steve Skojec)






Esta mañana te contamos la historia del Padre. Thomas Weinandy, un fraile capuchino que, después de recibir lo que creía que era una señal de Dios, escribió una carta al Papa Francisco, con evidente respeto filial y amor, con la esperanza de llamar su atención sobre algunos de los efectos más dañinos de su papado .

El padre Weinandy es un miembro actual de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano, así como el ex jefe de gabinete del Comité sobre Doctrina de la Conferencia de Obispos Católicos de los EE. UU. (USCCB). 

Aparentemente, todavía estaba sirviendo como asesor de la USCCB, porque hoy, después de la publicación de su carta, se le pidió que renunciara

De acuerdo con Carl E. Olson, Editor de Catholic World Report, P. Weinandy le dijo esta mañana que desde la publicación de la carta, había "recibido muchas notas positivas de teólogos, sacerdotes y laicos". Sin embargo, "la USCCB le pidió que renunciara a su puesto actual como asesor de los obispos", y P. Weinandy ha cumplido.

Como señala Olson, "Al hacer tal pedido, la USCCB parece que respalda claramente lo que dice el padre  Weinandy en su carta cuando habla sobre "el miedo y la falta de transparencia "

Un sacerdote diocesano que habló con 1P5 bajo condición de anonimato dijo que estaba seguro de que la carta del padre Weinandy "causó consternación entre varios cardenales y obispos estadounidenses", particularmente cuando señaló cómo "los fieles católicos sólo pueden desconcertarse" por la elección de ciertos obispos por parte del Papa, que son "hombres que parecen no solo abiertos a quienes tienen opiniones contrarias a las creencias de los cristianos sino que los apoyan e incluso los defienden", causando escándalo a los fieles y debilitando el sensus fidei .

"No hay forma", me dijo el sacerdote, "de que este comentario no haya picado directamente al Cardenal Cupich, al Cardenal Tobin, al Cardenal Ferrell y al Obispo McElroy en particular, ya que han estado ocupados apoyando al Padre James Martin, SJ, y otros como él. Me sorprendería mucho que ellos no hayan estado directamente detrás de la renuncia forzada de Thomas Weinandy ".

El cardenal Daniel DiNardo, presidente de la USCCB, emitió hoy un comunicado sobre el padre Weinandy - el cual nunca mencionó que le pidieron que renunciara, sólo habló de su "salida" inexplicable - bajo los auspicios de que la situación es una oportunidad para reflexionar sobre el "diálogo dentro de la Iglesia". La declaración dice:

"La partida hoy del Padre. Thomas Weinandy, OFM, Cap., como consultor del Comité sobre Doctrina y la publicación de su carta al Papa Francisco nos da la oportunidad de reflexionar sobre la naturaleza del diálogo dentro de la Iglesia. A lo largo de la historia de la Iglesia, ministros, teólogos y laicos han debatido y han tenido opiniones personales sobre una variedad de cuestiones teológicas y pastorales. En tiempos más recientes, estos debates han llegado a la prensa popular. Eso es de esperar y a menudo es bueno. Sin embargo, estos informes a menudo se expresan en términos de oposición, al estilo político: conservador vs. liberal, izquierda versus derecha, anterior al Vaticano II versus Vaticano II. Estas distinciones no siempre son muy útiles.
La caridad cristiana debe ser ejercida por todos los involucrados. Al decir esto, todos debemos reconocer que existen diferencias legítimas, y que es el trabajo de la Iglesia, el cuerpo entero de Cristo, trabajar hacia una comprensión cada vez mayor de la verdad de Dios.
Como obispos, reconocemos la necesidad de discusiones honestas y humildes en torno a cuestiones teológicas y pastorales. Siempre debemos tener en cuenta el "supuesto" de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales: "... que se presuma que todo buen cristiano debería estar más dispuesto a poner una buena interpretación en la declaración de un prójimo que a condenarla". Esta supuesto debería otorgarse aún más a la enseñanza de Nuestro Santo Padre. 
La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos es un cuerpo colegiado de obispos que trabajan para alcanzar esa meta. Como pastores y maestros de la fe, permítanme afirmar que siempre mantenemos una fuerte unidad y lealtad al Santo Padre, el Papa Francisco, quien "es la fuente y el fundamento perpetuo y visible de la unidad tanto de los obispos como de toda la compañía de los fieles "(LG, n. ° 23)".
El lector se pregunta cómo el "diálogo" se ha convertido en un eufemismo para "suprimir cualquier punto de vista diferente al nuestro". ¿Cómo es que aquellos que hablan con mayor fuerza a favor de la "tolerancia" son siempre los últimos en practicar la tolerancia hacia aquellos con ideas que encuentran inconvenientes? 

¿Cómo es que el presidente de la USCCB no tiene el coraje de decir simplemente  que al padre Weinandy se le pidió que renunciara por expresar una opinión impopular, sin tener en cuenta sus méritos, y sin considerar el hecho de que tal opinión fue expresada respetuosamente y en el ejercicio de su conciencia sobre un asunto de gran importancia, y sobre el cual tiene los requisitos teológicos competentes para poder hacerlo?

Desde hace algún tiempo, hemos estado utilizando términos de nuestra cosecha como "La dictadura de la misericordia " y "La persecución de la ortodoxia "para ayudar a explicar la realidad con la que los católicos ortodoxos se enfrentan en la Iglesia del 2017: si defiendes las verdades de la fe, sufrirás las consecuencias de manos de los encargados ​​de defender esas mismas verdades. Y como les hemos dicho, no hay ninguna razón para esperar que esta reacción no vaya a seguir aumentando.

Nuestra Iglesia se ha vuelto Orwelliana de hecho. Uno recuerda los recientes comentarios del Obispo Athanasius Schneider , basados ​​en su experiencia al crecer en la Unión Soviética:

Durante décadas se convirtió dentro de la Iglesia políticamente correcta y en "buenos modales" para proclamar y promover prácticamente la libertad del discurso teológico, el debate y la investigación, de modo que la libertad para pensar y hablar se convirtió en un lema. 
Al mismo tiempo, uno puede ahora observar la paradoja de que esta misma libertad se le niega a aquellos que en la Iglesia de nuestros días levantan sus voces con respeto y cortesía en defensa de la verdad. Esta extraña situación me recuerda a una famosa canción que tuve que cantar en la escuela comunista en mi infancia, y cuya redacción era la siguiente: "La Unión Soviética es mi querida patria, y no conozco otro país en el mundo donde el hombre pueda respirar tan libremente".
Steve Skojec


Nota: Este artículo se puede completar con otro análogo de LIFE SITE NEWS:

The Guardian da con la raíz de la crisis en la Iglesia (Carlos Esteban)



La crisis planteada en el seno de la Iglesia, esa misma que tantas publicaciones eclesiales se obstinan en pretender que no existe, es ya lo bastante obvia como para llegar, y a lo grande, a las páginas de The Guardian, el diario de esos progresistas británicos que no rompen escaparates; El País de las islas, para entendernos.

No hay que decirlo, la crónica que dedican al asunto es sesgada a más no poder, y plantea el debate como un ataque a –y una defensa de- Francisco: ‘La guerra contra el Papa Francisco’, es el esperable titular, con el siguiente sumario: “Su modestia y humildad le han convertido en un figura popular en todo el mundo. Pero dentro de la Iglesia, sus reformas han enfurecido a los conservadores y desatado la revuelta”.

Aplicar etiquetas que, a efectos históricos, son muy recientes –conservador y progresista- a una institución dos veces milenarias es tratar de encasillar lo eterno en lo efímero, juzgar lo permanente por la moda pasajera, pero no deja de ser un socorrido expediente para llevarse el agua al propio molino, porque no es difícil saber cuál de los dos términos tiene peor fama para el pensamiento único.

Es de justicia reconocer que el periodista hace sus intentos de superar una dicotomía tan evidentemente simplista en el interior del artículo, señalando que se trata más bien de una disputa “entre aquellos católicos que creen que la Iglesia debería marcar la agenda para el mundo, y aquellos que creen que el mundo debería marcar la agenda para la Iglesia”.

Es un modo curioso de plantearlo, típicamente moderno, es decir, partiendo de que todo se reduce a luchas de poder, a política, con esa expresión, tan ajena a la concepción cristiana, de “marcar la agenda”. Como en las palabras de Humpty Dumpty, lo importante sería saber quién manda aquí. La lucha de las investiduras, pero para un mundo que ha dejado de creer en la transcendencia.

Más ominoso es lo que viene a continuación, donde el autor, podría decirse, mezcla el marco político con el comercial, con el mercado, y nos advierte que la estrategia del Vaticano hoy es la ganadora porque se limita, sencillamente, a adecuar el contenido de la doctrina a la realidad, a lo que hay.

Así, por ejemplo, en la crucial y debatida cuestión doctrinal que se desprende de la exhortación papal Amoris Laetitia –para la que, curiosamente, el autor solo concibe una interpretación posible, la ‘liberal’-, la novedad sería la única solución ‘pragmática’ porque “en la práctica, en buena parte del mundo, a las parejas divorciadas y vueltas a casar ya se les ofrece la comunión”, añadiendo que nada de esto hay que verlo como revolucionario, sino como “el reconocimiento burocrático de un sistema que ya existe, y quizás puede ser esencial a la supervivencia de la Iglesia”.

Dicho de otra manera: o se le da a la ‘clientela’ lo que quiere, o se irá a comprar a otra ‘tienda’. La oferta y la demanda, ya saben, la ley implacable del mercado. De hecho, el artículo avisa que, de no abrir la mano en las cuestiones de cintura para abajo, “las iglesias pueden vaciarse rápidamente”.

La pregunta que surge en cualquiera inmediatamente es: ¿¿más?? Quizá el periodista no ha estado atento a estos últimos cincuenta años. Tal vez no se ha percatado de que esa desbandada que teme ya se ha producido, y no como consecuencia de un férreo endurecimiento de normas que, por lo demás, son inalterables, sino por los denodados esfuerzos de nuestra jerarquía universal por hacer ‘relevante’ el cristianismo a base, precisamente, de contemporizar, pasar por alto, ponerlo fácil e ignorar, siempre que sea posible, las “duras palabras” del Evangelio y la doctrina.

Pero, sí, el periodista hace mención a esta fuga masiva coincidente con el llamado “espíritu” del concilio pero, como estamos sobradamente acostumbrados, sugiere la interpretación contraria a la que dicta el sentido común: los fieles vaciaron las iglesias, no porque prelados y clérigos aguaran la doctrina y la adaptaran descaradamente al mundo, sino porque “la Iglesia no cambió ni lo suficientemente hondo ni lo suficientemente rápido”.

Me van a perdonar el ‘excursus’, pero uno lleva oyendo esto muchos años, tan a menudo que me arrastra a la exasperación. El mundo moderno, las modernas ideologías, cuando aplican sus recetas y el resultado es el (previsible) desastre, siempre achacan el desastre, no a sus medidas, sino al hecho de no haber ido “demasiado lejos”. El modo de ‘subsanar’ en error es siempre doblar la dosis.

Yo, con permiso de The Guardian y otros muchos, voy a permitirme otra clasificación, plantear otros dos bandos en este debate de fondo: es una guerra entre quienes se lo creen y quienes no.

Observen bien que empleo “se lo creen” y no “lo creen”, porque no puede presuponer la fe de tantos, pero no me queda más remedio que valorar su fuerza.

Es decir, creo que, expurgando sesgos y manipulaciones, creo que el artículo tiene razón en lo esencial, a saber: que una de las partes –grosso modo- teme que si la Iglesia no se adapta al mundo, desaparezca, pierda al grueso de su público; que tiene una visión de la película totalmente mundana, construida con los esquemas del mundo.

Y a esto me refiero con ‘creérselo’. La existencia misma de la Iglesia postula que esta es, no creadora de verdad, ni encargada de inferirla o deducirla; que no es una institución ‘evolutiva’ que especula sobre cuál pueda el destino que Dios nos prepara, sino, simple y llanamente, el custodio de un mensaje, un mensaje del mismo Dios, verdadero en su integridad, inalterable y válido para todos los tiempos.

Esto, naturalmente, no prohíbe sino que exige el desarrollo de doctrina, es decir, la adaptación de ese mensaje eterno a cuestiones concretas, cambiantes de unas épocas a otras, como tampoco impide cambios en los métodos y formas de comunicarlo.

Pero lo que plantea el artículo, y lo que se adivina en el entusiasmo de algunos, no es eso. Lo que se pretende es cambiar el contenido de ese mensaje “para que sea el mundo el que marque la agenda”.

Hay, sin embargo, un pequeño fallo en el razonamiento de tanto ‘sensato creyente’, un defecto que echará por tierra sus bien estudiados planes. Y es que si se introducen cambios en lo que, durante veinte siglos, la Iglesia ha repetido una y otra vez que no puede cambiar, hasta el más obtuso concluirá que la Iglesia se equivoca, y si se equivocó en algo tan de bulto y tanto tiempo, ¿por qué no habría de equivocarse ahora?

Si de la vieja disputa entre la Iglesia y el Mundo (en sentido teológico), concluimos que es el Mundo el que tiene razón, ¿para qué necesitamos la Iglesia? ¿Quién quiere clérigos y ritos añosos –o, peor, derivativos y horteras- para arropar las modas ideológicas del momento?

Sería la razón perfecta, no ya para que se vacíen los bancos de las iglesias, sino para que se cierren definitivamente.

Carlos Esteban

Sobre la Correctio filialis (Bruno Moreno)



Varios lectores me han preguntado sobre la Correctio filialis (corrección filial) que un grupo de teólogos y otros católicos enviaron al Papa en agosto y que, al no recibir respuesta, se hizo pública a finales de septiembre. Como es un tema importante, me ha parecido oportuno traerlo al blog, con la esperanza de que contrastar las distintas opiniones nos permita profundizar en él para, dentro de lo posible, no equivocarnos.

A mi entender, conviene distinguir, dentro de este asunto de la Correctio, tres cuestiones de naturaleza muy diferente. La primera se refiere a si las alegaciones planteadas por la Corrección son objetivamente ciertas. La segunda cuestión consiste en si los redactores y firmantes de la Correctio tienen derecho a hacer una corrección de este tipo. La tercera corresponde a la conveniencia o inconveniencia de firmar esa corrección. Es decir, dos cuestiones de hecho y otra prudencial.

1. A mi juicio, la respuesta a la primera pregunta cada vez está más clara. Hasta donde puedo ver, las afirmaciones que hace la corrección son sustancialmente ciertas y se refieren a cuestiones de la máxima gravedad.

Para darse cuenta de ello, conviene señalar que no se trata de una postura aislada. Anteriormente ha habido otros documentos similares. Por supuesto, el más conocido es el documento presentado al Papa por cuatro cardenales, Caffarra, Meisner, Brandmuller y Burke, con la tradicional forma de dubia o solicitudes de clarificación a cinco preguntas muy concretas. Bastante antes, sólo tres meses después de la publicación de Amoris Laetitia, cuarenta y cinco teólogos publicaron una carta abierta al Colegio cardenalicio, en la que se analizaban cuidadosamente varias afirmaciones de la exhortación postsinodal. También podemos recordar la Declaración de fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y a su ininterrumpida disciplina o Súplica filial, firmada por siete obispos y un cardenal, que recordaba puntos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral. Algunos de los miembros de este portal estuvimos entre los firmantes originales de la Declaración, que terminó recogiendo unas treinta y cinco mil firmas. Incluso se publicó, en julio de 2016, una Solicitud al Papa (Plea to the Pope) en vídeo, en la que participaron 16 personalidades del movimiento provida para pedir al Papa que terminase con la confusión surgida tras los dos Sínodos de la familia y la exhortación postsinodal.

Los puntos recogidos por todos estos documentos coinciden en lo esencial: los dos Sínodos de la familia y la publicación de la exhortación postsinodal Amoris Laetitia han dado lugar a la proliferación en la Iglesia de posturas heterodoxas sobre moral, que parecen contar con el apoyo del Papa Francisco, ya sea por acción u omisión (y podríamos añadir, confusión). Estas posturas heterodoxas niegan en la práctica la existencia de actos intrínsecamente malos, convierten la moral en subjetiva, dan carta de naturaleza al divorcio en la Iglesia al permitir la comunión a los adúlteros sin propósito de la enmienda, niegan que Dios dé la gracia necesaria para evitar el pecado mortal, consideran que, en algunas ocasiones, Dios quiere que sigamos pecando, etc.

Por supuesto, en algunos casos, puede tratarse de mera confusión en las afirmaciones del Papa, pero lo cierto es que, por su misión, el Papa tiene la obligación de despejar esa confusión y no dar ni siquiera la apariencia de que aprueba posturas contrarias a la fe de la Iglesia, como muestra el caso del Papa Honorio. Además de eso, siempre se pueden hacer matizaciones de detalle a la Correctio y a los otros documentos similares, cuestionar sus características formales o intentar interpretar algunas actuaciones y declaraciones papales que se critican de forma diferente. Sin embargo, es muy difícil negar que, en esencia, las alegaciones son correctas.

En primer lugar, por algunas afirmaciones insalvables ya presentes en Amoris Laetitia (por ejemplo, AL 301, 303 y 304, que, respectivamente, afirman que es necesario pecar para evitar males mayores, indican que la voluntad de Dios es que pequemos algunas veces y niegan la existencia de actos intrínsecamente malos, al menos aparentemente). 

En segundo lugar, por la carta de apoyo del Papa a la interpretación de los puntos confusos de Amoris Laetitia dada por los obispos de Buenos Aires, una interpretación basada fundamentalmente en el principio de que el fin justifica los medios. Aquella carta marcó un punto de inflexión en esta cuestión, ya que el Papa se puso inequívocamente de lado de la interpretación heterodoxa de Amoris Laetitia (lo que motivó mi artículo La situación de la Iglesia es muy grave). 

Finalmente, porque de hecho un buen número de obispos y conferencias episcopales enteras han anunciado públicamente que, siguiendo lo expuesto en la exhortación postsinodal, darán la comunión (en algunos casos, solemnemente) a adúlteros sin propósito de la enmienda. Es más, la propia diócesis del Papa está entre ellas. De este modo, incluso los fieles que viven en diócesis que mantienen la doctrina tradicional ven su fe atacada, porque descubren que la enseñanza de la Iglesia sobre algo tan importante como el matrimonio, aparentemente, depende de si uno vive en una ciudad o en otra.

Podríamos sumar a esto las voces que, sin ser corregidas, piden que se aplique el nuevo principio moral de Amoris Laetitia a otros actos intrínsecamente malos, como la eutanasia, la apostasía, el aborto, la anticoncepción, las parejas del mismo sexo o las relaciones prematrimoniales

A esto hay que añadir que la presentación de la negación de la moral tradicional como un “desarrollo” o una “evolución” de esa moral ha dado lugar a un clima en el que la moral entera de la Iglesia parece ser susceptible de cambios radicales, al hilo de las “sorpresas” del Espíritu Santo, como muestran últimamente los casos de la pena de muerte o la guerra justa. La Pontificia Academia para la Vida ha sido completamente reestructurada y, además de prescindir de los miembros vitalicios nombrados por Juan Pablo II para su Instituto opuestos a la agenda de cambio de la moral, se ha incluido a nuevos miembros favorables al aborto o la eutanasia

Increíblemente, aquellos que osan defender la moral que siempre ha enseñado la Iglesia son objeto de críticas salvajes o incluso son desposeídos de sus cátedras.

Inevitablemente, los frutos de esta incertidumbre no se han limitado a la moral, sino que parecen afectar también a la dogmática. La doctrina dogmática de la Iglesia se ha relativizado hasta tal punto que la Reforma protestante, condenada por más dogmas que ninguna otra herejía en la historia de la Iglesia, puede ser considerada públicamente por un obispo como un “acontecimiento del Espíritu Santo” y los heresiarcas iniciadores de aquella revolución anticatólica como “heraldos del Evangelio", dignos de homenajes y elogios.

2. La segunda cuestión, como decíamos, es la siguiente: ¿Se puede escribir un documento así en la Iglesia? ¿Es posible cuestionar públicamente las afirmaciones de todo un Papa? 

Hay que tener en cuenta que la Correctio ha dado un paso más con respecto a los documentos anteriores (excepto el de los 45 teólogos): pretende corregir al Papa en lugar de preguntarle dudas, declarar en general la doctrina o suplicarle algo. Es más que comprensible que un católico tenga que pensarse dos veces algo así. Sin embargo, parece que la respuesta también debe ser afirmativa.

Hay que comenzar precisando, sin embargo, y es una precisión muy importante, que los autores y firmantes de la Correctio no pueden juzgar al Papa (ni tampoco lo pretenden). De hecho, nadie puede juzgar al Papa en el sentido canónico del término juzgar. Que la primera Sede no es juzgada por nadie es un principio fundamental de la disciplina de la Iglesia. Tampoco puede ser un juicio moral del interior de la conciencia del Papa, que está prohibido a los cristianos en general. Los autores de la Correctio, muy adecuadamente, recuerdan que “no osan juzgar el grado de conciencia” del Papa Francisco.


Lo que sí es posible es realizar una corrección pública cuando, objetivamente, la enseñanza de un prelado o incluso del Papa no se ajusta a la enseñanza de la Iglesia

Como recuerda el mismo Santo Tomás de Aquino, “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos” (S. Th., II-II, 33, 4). 

El Papa Pablo IV enseñó, en Cum ex apostolatus officio, que un error en la fe “es tan grave y peligroso que el Romano Pontífice, que es el representante en la tierra de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que ostenta la plenitud del poder sobre las gentes y los reinos, que puede juzgar a todos y no puede ser juzgado por nadie en este mundo, podría ser rebatido si se encontrara que se ha desviado de la fe”. Nadie en la Iglesia tiene derecho a cambiar la fe católica, ni siquiera el Papa. Ante una negación o deformación de la fe de la Iglesia, todo católico, en virtud del ministerio profético recibido en el bautismo, tiene el deber de alzar la voz para defender esa fe.

Así lo reconoce el Código de Derecho Canónico incluso en el caso de meros seglares, diciendo que los fieles “tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas” (canon 212 § 3). 
Es más, los fieles “tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos” y también “a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia principalmente la palabra de Dios y los sacramentos” (cánones 212 § 2 y 213). 

Por lo tanto, cuando los pastores desatienden sus necesidades al no transmitirles fielmente los bienes espirituales de la Iglesia, cuando en lugar de pan les dan una piedra y en lugar de un huevo les dan un escorpión, los fieles pueden y deben reclamar su derecho a recibir de los pastores la verdadera fe de la Iglesia y no un sucedáneo.

Así actuó San Pablo cuando la conducta del primer Papa era escandalosa, como él mismo escribió de forma pública en su Carta a los Gálatas (Gal 2,14). Así lo hicieron los teólogos de París cuando Juan XXII negó el juicio particular. Así actuó Santa Catalina de Siena, dirigiendo palabras cariñosísimas pero también durísimas a Gregorio XI. Así lo hizo Eusebio contra el hereje Nestorio.

En cuanto al modo de la crítica, creo que algunos han afirmado que no debería haberse hecho pública. Lo cierto es que la tradición de la Iglesia siempre ha señalado que, a un comportamiento escandaloso público, corresponde una crítica igualmente pública. El mismo Cristo enseñó que, si alguien no atendía a una corrección privada, debía repetirse la corrección de forma pública.

Como es lógico, este tipo de comportamiento solo estaría justificado en casos muy graves, para evitar un escándalo que hiciera más daño que el mal que se pretende corregir. Pero, como hemos visto, es indudable la gravedad de los acontecimientos que han motivado la Correctio y los otros textos similares. El resultado de la aplicación general y coherente de los aparentes principios de Amoris Laetitia sería la destrucción completa de la moral de la Iglesia por la primacía absoluta de la conciencia subjetiva sobre la norma moral objetiva, desaparición del pecado mortal, el rechazo de la existencia de actos intrínsecamente malos, el relativismo moral y la entronización de que el fin justifica los medios como nuevo principio básico de la moral.

La gravedad de la situación, además, va aumentando por el silencio del Papa ante las peticiones de aclaración, que, con el paso del tiempo y teniendo en cuenta sus actos y la omisión de la corrección de las interpretaciones heterodoxas, sólo puede entenderse como aceptación tácita de esas interpretaciones. Este extraordinario, prolongado y elocuentísimo silencio es el que, tristemente, ha causado que las súplicas y peticiones de aclaración pasen a ser correcciones.

Por lo tanto, hasta donde puedo ver, parece que las alegaciones de la Correctio filialis(y de los dubia, la Súplica filial, la Petición al Papa, etc.) están sustancialmente justificadas y que un católico, por el hecho de serlo, podría firmar una declaración en la que se rebata lo dicho o hecho por un Papa si considerase justificadamente que se había apartado gravemente de la enseñanza de la Iglesia. 


3. En cambio, la cuestión de si es conveniente firmar la Correctio en concreto, por su propia naturaleza, no puede estar tan clara. En efecto, se trata de una cuestión prudencial y este tipo de cuestiones a menudo no admiten una respuesta drástica, en un sentido o en otro. Por este motivo, me voy a limitar a dar mi propia opinión sobre ella, con unas breves razones, pero sin pretender que sea una respuesta aplicable a otros.

Para determinar si es conveniente firmar la corrección, creo que hay que empezar por considerar su nombre para entender bien cuál es su naturaleza. Se trata de una corrección filial, es decir, hecha fundamentalmente por sacerdotes y seglares (a los que posteriormente se sumaron dos obispos) al Papa, reconociendo su carácter de Sucesor de Pedro. Como ya he dicho, estoy básicamente de acuerdo con ella (aunque suavizaría algunas de sus afirmaciones) y creo que las matizaciones que se podrían hacer al documento son poco importantes. 

A mi entender, sin embargo, lo que realmente conviene es una correctio fraterna, una corrección fraterna, liderada por obispos y dirigida a su hermano, el Romano Pontífice, Papa y Obispo de Roma. No sería, por supuesto, una corrección entre iguales, ya que el Papa es el Vicario de Cristo, pero sí, al menos, realizada por los Sucesores de los Apóstoles, que son los que tienen que actuar cuando se produce una situación de este calibre en la Iglesia, porque a ellos se les ha confiado el depósito de la fe. La Iglesia Católica es esencialmente jerárquica y el liderazgo en esto lo tienen que tomar obispos y cardenales.

En ese sentido, es de esperar que, como ya anunció el cardenal Burke, se produzca una corrección de los dos cardenales supervivientes de los dubia (con el apoyo, si Dios quiere, de más obispos y cardenales). Si así lo hicieran, creo que deberían contar con el apoyo de todos los católicos que quieran defender la doctrina de la Iglesia (manteniendo el respeto debido al Papa, por supuesto).

En cambio, si por cualquier razón, ni los cardenales de los dubia ni otros obispos realizasen una corrección entonces sí que habría que firmar la Correctio o plantear otras correcciones escritas por sacerdotes o seglares para decir las cosas con claridad. Como Eusebio ante Nestorio, quizá sea necesario que los seglares se levanten en medio de la Iglesia y defiendan la doctrina, porque el escándalo y el daño causados por el abandono de la moral católica superan ya el escándalo que se pueda producir por el hecho de que unos simples fieles se atrevan a corregir al Papa.

Bruno Moreno

Patrick Coffin: "Espero que al padre Weinandy le gusta la comida en Siberia"


Duración 2: 26 minutos

Siberia? Capuchin Father Thomas Weinandy, a theologian and former chief of staff for the U.S. Bishops' Committee on Doctrine, wrote a letter to Pope Francis telling him that he is causing "chronic confusion," appointing bishops who "scandalize" the faithful, and prompting ordinary Catholics to "lose confidence in their supreme shepherd." Patrick Coffin, a former EWTN host, not exactly outspoken against Francis, wrote on Twitter: " This is huge. I hope Father Weinandy likes the food in Siberia."

A Sign from God: Weinandy writes that he asked God for a sign showing him that he should write the letter. So, while being in Rome he asked God to send to him the next morning a someone he knew but had not seen in a very long time and would never expect to see in Rome at this time and who was not from the United States, Canada or Great Britain, and who would say to him, ‘Keep up the good writing’.

The next morning Father Weinandy went to pray in two Roman churches and then met a seminarian for lunch in a street restaurant. Quote: “What I had asked the Lord the following night was no longer in the forefront of my mind.” The two were sitting outside and towards the end of the meal an archbishop appeared between two parked cars in front of their table. Weinandy had not seen him for at least twenty years.

The two recognized one another immediately. Because of the archbishop’s recent personal circumstances, Weinandy would never have expected to see him in Rome or anywhere else, other than in his own archdiocese. After a short conversation, the archbishop said to Weinandy: “Keep up the good writing.”

Selección de artículos de interés 1 Nov 2017


Los hermeneutas del Papa ( ADELANTE LA FE:  José María Permuy)

La parálisis católica tras el Vaticano II amenaza los cimientos de la Iglesia (RORATE CAELI: Padre Richard Cipola)

Misa Nueva “bien rezada” vs. Misa Tradicional (HEMOS VISTO: Marcelo González)

A alguien en el Vaticano se le debería caer la cara de vergüenza: Declaración conjunta de la Santa Sede y la federación luterana sobre la celebración común de la herejía protestante (CATHOLICVS)

La insólita alabanza del heresiarca asesino de almas (INFOCATÓLICA: Luis Fernando)


En torno a Lutero: ¿Celebración, conmemoración? ( INFOCATÓLICA:  Padre Ernesto Juliá)


Salarios del clero alemán: "Poverty Church" gana mucho dinero 
(GLORIA TV)


Ex-bishops’ doctrine chief says darkness coming to light under Francis (CRUX)

EN DEFENSA DE LA TRANSUSTANCIACIÓN (Guy Fawkeslein: DOMINUS EST)

Una fotografía más reveladora (Christopher A. Ferrara)