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miércoles, 10 de enero de 2018

Acosan al colegio Juan Pablo II para forzar su cierre



Ha causado un considerable revuelo mediático que dos colegios de la Fundación Educatio Servanda, en un documento interno, recomienden a sus profesoras que vistan con ciertas condiciones que hace no tanto sería superfluo recordar, es decir, atendiendo a no atentar al pudor y a la modestia

La libertad es un bien curioso, muy distinto del que a veces nos representamos, muy fácil de destruir sin que apenas nos demos cuenta.

La razón es que la libertad se ha convertido, desde hace tiempo, en una consigna hueca, asociada a símbolos y actitudes que, en realidad, no representan la libertad de elegir, sino una elección concreta.

Si, digamos, durante largos años se ha prohibido exhibir una bandera, y al fin se permite, esa misma enseña se acaba asociando a la libertad hasta el punto de que, mientras la veamos ondear por todas partes, seguiremos creyendo que somos libres aunque ya no pueda izarse ninguna otra.

Durante muchos años -siglos, en realidad- la modestia y el pudor se han considerado virtudes socialmente deseables, muy especialmente en la etapa de formación de la persona. Naturalmente, para un cristiano siguen siéndolo, pero cuando la sociedad entera estaba empapada de cristianismo, la norma moral se convertía con total naturalidad y a menudo, en norma positiva, en imposición.

Con el cambio de mentalidad se vino a asociar ‘libertad’ a prescindir de estas esporádicas imposiciones a favor de estilos que, no creo que pueda discutirse, han acabado por sexualizar hasta el hartazgo cada aspecto de nuestra vida en común. Si esto es o no un ‘logro’ no es tema de este artículo, aunque sí debería serlo para muchos otros.

El caso es que esta nueva licencia, al romper imposiciones, vino a asociarse con la libertad, hasta el extremo de que al convertirse en una imposición lo que antes estaba prohibido hemos perdido la libertad sin advertirlo.

‘Diversidad’ es una palabra-conjuro de la modernidad. Y, sin embargo, en mucho tiempo no se había impuesto una uniformidad de pensamiento e ideas como en nuestro tiempo, y si no somos capaces de verlo en toda su escandalosa desvergüenza, sencillamente porque es el reverso de la antigua situación.

Así, ha causado un considerable revuelo mediático que dos colegios de la Fundación Educatio Servanda, en un documento interno, recomienden a sus profesoras que vistan con ciertas condiciones que hace no tanto sería superfluo recordar, es decir, atendiendo a no atentar al pudor y a la modestia.

Pero leyendo los ‘reportajes-denuncia’ de medios como eldiario.es, Público o esa cadena de todos los madrileños, TeleMadrid, se diría que les han pedido que vengan con hiyab. Rectifico: si un colegio musulmán concertado pidiera eso, quizá sería noticia en algún medio, pero desde luego en ninguno de los citados.

La información de eldiario.es, en concreto, comenta en un tono que imaginamos entre irónico y horrorizado que uno de estos colegios “ya ha sido protagonista de varias polémicas por ofrecer extraescolares de ganchillo solo para chicas”. ¡Dios mío, qué escándalo, con la de chicos que se mueren por aprender a tejer!

Lo crucial no es aquí si nos parece bien o mal, oportuno o inoportuno, las normas (“recomendaciones flexibles”, insisten desde Educatio Servanda) antedichas. Eso es indiferente, porque nadie está obligado a trabajar en esos colegios, todos los centros educativos pueden tener su línea y método propio y se trata meramente de una cuestión de libertad.

A menos, naturalmente, que vestir de forma no escandalosa se haya convertido en un nuevo pecado, y ese parece ser el caso. No se trata de una virtud, ni siquiera de una opción indiferente que puede elegirse o no; pretender algo tan elemental es, directamente, un motivo para que le nieguen el concierto, sino para que lo cierren directamente.

Y este es el centro de todo el debate, que no se trata de elegir entre posibles modelos educativos: hay una sola manera de pensar, y es obligatoria. Irán al colegio de sus hijos representantes de grupos LGTBI para hablarles de las bondades de la ‘sexualidad alternativa’, les animarán a ‘explorar’ su sexualidad con 8 años y les propondrán ‘juegos’ para que ‘experimenten’ algún reprimido deseo de identificarse con el sexo contrario al biológico. Pero eso no solo no se convertirá en noticia, sino que se hará obligatorio, por ejemplo, con las leyes sobre teoría de género aprobadas en la Comunidad de Madrid, para todos los centros.

Que el director de TeleMadrid, responsable de uno de los reportajes sobre la escandalosa actitud de un centro que osa recomendar pudor en sus profesoras, lo haya sido antes de 13TV, la cadena de la Conferencia Episcopal, es solo un detalle más para que abramos los ojos sobre la inefable tibieza cobarde de nuestra jerarquía.

Carlos Esteban