«Como obispos católicos estamos obligados en conciencia a profesar, frente a la desenfrenada confusión, la inmutable verdad y la igualmente inmutable disciplina sacramental respecto a la indisolubilidad del matrimonio según la enseñanza bimilenaria e inalterada del Magisterio de la Iglesia».Así escriben tres obispos de Kazajistán - Tomash Peta, arzobispo metropolitano de la Arquidiócesis de María Santísima en Astana, Jan Pawel Lenga, arzobispo-obispo emérito de Karaganda y Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astana – en un largo documento titulado Profesión de las Verdades inmutables respecto al Matrimonio sacramental y publicado el 2 de enero.
Los tres obispos advierten que después de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, algunos obispos en forma individual y distintos episcopados actúan con normas pastorales que tendrán como resultado la difusión de la “plaga del divorcio” también en el interior de la Iglesia, lo cual está en grave contradicción con todo lo que Dios ha establecido.
Y es grave el hecho que ahora la praxis es distinta de una diócesis a otro, e incluso de una parroquia a otra.
Y es grave el hecho que ahora la praxis es distinta de una diócesis a otro, e incluso de una parroquia a otra.
«En vista de la importancia vital que constituyen la doctrina y la disciplina del matrimonio y de la Eucaristía, la Iglesia está obligada a hablar con la misma voz»afirman los tres obispos citando a los Padres de la Iglesia.
Por último, los obispos kazajistaníes ponen de manifiesto el Magisterio Tradicional de la Iglesia que considera siempre ilícitas las relaciones sexuales fuera del matrimonio sacramental, y en consecuencia la imposibilidad de acceder a la Comunión para los que permanecen en ese estado, aunque sin constituir éste un juicio sobre el estado de gracia interior de los individuos creyentes.
La Profesión de las Verdades inmutables … agrega entonces un nuevo capítulo al debate posterior a Amoris Laetitia y a las interpretaciones, y demuestra cuánto malestar se ha difundido por la situación que se ha creado en la Iglesia.
No parece tampoco destinada a mantenerse como un hecho local que se refiere a Kazajistán. Tan cierto es esto que inmediatamente después de su publicación dos obispos italianos suscribieron a su vez el documento: monseñor Carlo Maria Viganò, ex nuncio apostólico en Estados Unidos de América, y monseñor Luigi Negri, arzobispo emérito de Ferrara-Comacchio.
Justamente hemos dirigido a monseñor Negri algunas preguntas sobre el sentido de este documento y sobre el porqué de su adhesión.
No parece tampoco destinada a mantenerse como un hecho local que se refiere a Kazajistán. Tan cierto es esto que inmediatamente después de su publicación dos obispos italianos suscribieron a su vez el documento: monseñor Carlo Maria Viganò, ex nuncio apostólico en Estados Unidos de América, y monseñor Luigi Negri, arzobispo emérito de Ferrara-Comacchio.
Justamente hemos dirigido a monseñor Negri algunas preguntas sobre el sentido de este documento y sobre el porqué de su adhesión.
Monseñor Negri, ¿que lo impulsó a firmar esta carta?
Frente a la grave confusión que hay en la Iglesia respecto al tema del matrimonio, creo que es necesario volver a proponer la claridad de la posición tradicional.
Me pareció justo firmar porque el contenido de esta posición es lo que he presentado largamente en estos años, no solo en estos últimos meses, sino en todos los momentos de la puesta a punto que he dedicado al tema de la familia, de la vida, de la procreación, de la responsabilidad educativa frente a los más jóvenes. Son temas de absoluta importancia por los que el mundo católico en su conjunto no muestra mucha sensibilidad.
Hay quien sostiene que se ha hablado demasiado de la familia y de la vida…
Pensar en una Iglesia sin una preocupación explicita, sistemática, me gustaría decir cotidiana, de defensa y de promoción de la familia y de su responsabilidad misionera y educativa, hace pensar en una Iglesia grave y densamente condicionada por la mentalidad moderna. Tal mentalidad, que domina ampliamente en nuestras sociedades, considera que todas las cuestiones “éticamente sensibles”, para usar una expresión que se ha hecho de uso común, son responsabilidad de las instituciones políticas y sociales, primero y ante todo de los Estados. Mientras que con la Doctrina Social de la Iglesia considero que la cuestión de la persona y del desarrollo de su identidad y de su responsabilidad en el mundo son una tarea específica, primaria e irrenunciable de la Iglesia.
Se está librando una batalla entre la mentalidad mundana – la que el papa Francisco, en los primeros meses de su pontificado, llamó “el pensamiento único dominante”, y la concepción cristiana de la vida y de la existencia. Si la Iglesia no vive este enfrentamiento termina esencialmente por reducirse a una posición de sustancial auto marginación de la vida social.
En la carta se habla mucho de la confusión existente en la Iglesia, y usted también se ha referido a ella. Pero hay quienes niegan que exista esta confusión, algunos sostienen que solamente hay resistencias a un camino de renovación de la Iglesia.
La confusión existe. Existe y es gravísima. No hay persona sensata que pueda negar esto. Recuerdo las palabras dolidas pero terribles del cardenal Carlo Caffarra un poco antes de morir, cuando dijo: «Una Iglesia que presta poca atención a la doctrina no es una Iglesia más pastoral, sino una Iglesia más ignorante». La confusión nace de esta ignorancia. Cito otra vez al cardenal Caffarra, quien decía que «solamente un ciego puede negar que hay una gran confusión en la Iglesia». Y yo lo puedo certificar por lo que he visto, sobre todo en los últimos meses de mi episcopado en Ferrara-Comacchio. A diario era interpelado por buenos cristianos, en cuyas conciencias se había producido una desilusión muy fuerte, y vivían sufriendo mucho. Lo digo con claridad, con un sufrimiento mayor al de tantos eclesiásticos y de muchos de mis hermanos obispos. Es el sufrimiento de un pueblo que ya no se siente atendido ni sostenido en la exigencia fundamental de la verdad, del bien, de la belleza y de la justicia que constituyen el corazón profundo del hombre, que solamente el misterio de Cristo revela profundamente y actúa en forma extraordinaria.
No quiero polemizar con nadie, pero no puedo dejar de decir que es necesario trabajar para que el esplendor de las tradiciones vuelva a ser una experiencia para el pueblo cristiano y una propuesta que el pueblo cristiano hace a los hombres. Esta es para mí una tarea que siento apremiante.
A propósito de la confusión, en estos días ha nacido una nueva polémica que parte de la acusación al papa Ratzinger de errores doctrinales jamás corregidos, y de nuevo se menciona al Concilio [Vaticano II].
No quiero perderme en relecturas veloces e ideológicas de momentos fundamentales de la vida de la Iglesia, como ha sido el Concilio, por ejemplo: una extraordinaria experiencia, compleja, articulada y – porque no – con aspectos no siempre claros. O bien el gran e inolvidable magisterio de san Juan Pablo II, su esfuerzo en volver a proponer al mundo el anuncio de Cristo como la única posibilidad de salvación y, en consecuencia, volver a proponer a la Iglesia como ámbito de esta experiencia – tal como decía él – de una vida renovada. Estos son hitos de un camino que después ha encontrado en el magisterio de Benedicto XVI un punto de síntesis, el fuerte llamado a esa continuidad en el pasaje entre la realidad preconciliar a la realidad del Concilio y del post-Concilio: ha sido una formulación de extraordinario relieve, del que la Iglesia vive todavía.
Juan Pablo II y Benedicto XVI han elevado el magisterio católico a niveles de extraordinaria amplitud. Es absurdo rebajar la interpretación de estos grandes personajes de la vida de la Iglesia a intereses de bajo nivel. Pero es absurdo también establecer comparaciones de los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI con el magisterio del papa Francisco. En la historia de la Iglesia cada Papa tiene su función. La función de Francisco no es ciertamente la de volver a proponer la totalidad y la amplitud del mensaje cristiano, sino la de extraer ciertas consecuencias necesarias en el plano ético y social.
Hablando siempre de confusión, en este año que se ha recordado los 500 años de la Reforma protestante se han visto y sentido en la Iglesia cosas francamente desconcertantes.
La confusión doctrinal y cultural presenta aspectos que parecen difícilmente creíbles a personas de buena mentalidad y a personas que han tenido una formación cultural adecuada. La de Lutero es una experiencia increible. Este Lutero del que se habla no existe. Este Lutero reformador, este Lutero evangélico, este Lutero cuya presencia habría sido una reforma positiva y beneficiosa para la Iglesia no tiene ningún fundamento histórico ni crítico. Otro discurso muy diferente es si en un momento de grave ataque a la tradición religiosa de Occidente se hace necesario que todos los hombres religiosos perciban que es el momento de una nueva y gran unidad operativa. Ciertamente, es necesario trabajar juntos. Pero para trabajar juntos no es necesario diluir la propia identidad o pensar que la existencia de la identidad es una objeción al trabajo. Es exactamente lo contrario: quien se inserta en el diálogo religioso, en el diálogo ecuménico, en el diálogo con la vida social, pero con su identidad bien definida, ofrece una contribución extremadamente significativa. No se colabora y no se dialoga a partir de la confusión, se dialoga a partir de la identidad, y la identidad católica, si se la vive a fondo, ofrece una contribución única e irreductible a la vida social.
Hay quien pone en guardia frente a la tentación de la hegemonía.
No pienso en absoluto en una hegemonía sobre la vida social, como consideran tantos católicos irresponsables. No es por una voluntad de hegemonía, sino por una voluntad de misión. Una misión explícita, limpia, significativa, apasionada y, en consecuencia, polémica frente al mundo. Esto lo he aprendido de don Giussani en 50 años de convivencia con él y sobre esto, para mí, se han jugado de manera positiva los grandes magisterios de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, en línea con el gran magisterio de la Iglesia de los siglos XIX y XX.
04-01-2018, versión italiana en lanuovabq.it/it/sul-matrimonio-…
Traducción del original en italiano por:
José Arturo Quarracino