Después de todo, la opción preferencial por los pobres no es exactamente un invento de la Teología de la Liberación; está en la raíz misma de nuestra fe, en las palabras y en la vida del propio Cristo. La Iglesia ha hecho de la atención al pobre, al que sufre, al olvidado en cada momento por la sociedad de que se trate, un rasgo característico por el podía reconocerse su acción en cualquier rincón del planeta. Allí donde la Iglesia tiene alguna implantación surgen albergues, hospitales, comedores para indigentes, lazaretos, desde mucho antes de que se denominase a estas expresiones de la caridad “acción social”.
Este principio, por lo demás, ha tenido en la historia su comprobación empírica: cada vez que la Iglesia ha descuidado este principio, cuando se ha acomodado y enriquecido y ha dejado a los pobres en un segundo plano -porque olvidarlos, no los ha olvidado jamás-, ha surgido una crisis y, con ella, su cura en forma de un movimiento de vuelta a la simplicidad evangélica, como el de franciscanos y dominicos en el S. XIII.
En cuanto a las periferias, no solo conviene poner el foco en ellas porque son donde están los pobres entre los pobres, porque son tierra de misión, sino porque poner excesivo acento en el centro, en esta Europa nuestra, parece retraer un tanto a la nota de universalidad -católico- que caracteriza a nuestra Iglesia.
Hay un solo problema en este programa renovador e ilusionante: que no se está cumpliendo en absoluto. Examinada con frialdad, la tendencia parece ser exactamente la contraria, la de hacer una pastoral a la medida del rico, y del rico occidental.
¿Cuáles han sido, por ejemplo, las disputas eclesiales que han copado la atención los últimos años?
La comunión de los divorciados vueltos a casar y un caminar en la cuerda floja en cuanto al tratamiento de las relaciones homosexuales.
¿Son esas las preocupaciones de los católicos de África, de China, de los países islámicos, del Sudeste Asiático?
No, en absoluto: son las demandas de las iglesias nacionales más ricas, especialmente de la alemana, cuyo alto nivel de vida y sistema de financiación hace singularmente tentador ‘abrir la mano’ en cuestiones sexuales para no perder ‘clientes’. De hecho, los cardenales con más poder en Santa Marta, los más cercanos, son gente como Reinhard Marx o Walter Kasper, que no proceden exactamente de Bangladés o Burundi.
Quizá esta nueva obsesión por ‘las periferias’ -el Tercer Mundo, para entendernos- debería haber significado el encumbramiento de prelados como el Cardenal Prefecto para el Culto Divino, Robert Sarah. Nacido en una aldea de una minoría étnica en la República de Guinea, hijo de conversos del animismo, ha sufrido persecución y ha vivido la pobreza de su nación, que cuenta con una renta per cápita de 1.394 dólares (la de Alemania es 47.535). Y, sin embargo, sería ingenuo pretender que no ha sido y sigue siendo ninguneado y ‘puenteado’, como en el caso del motu proprio ‘Magnum principium’, que apareció con la firma de su ‘número dos’ y cuya interpretación se vio obligado a rectificar en medios públicos.
Incluso en asuntos que, superficialmente, podrían interpretarse como favorables a esas periferias, como el entusiasmo inmigratorio de Su Santidad, la impresión es del todo engañosa. Despoblar las periferias de sus elementos más dinámicos, jóvenes y emprendedores es una extraña manera de favorecerlas.
En la práctica, las reformas no sólo no duelen en absoluto a ‘los ricos’, sino que éstos las aplauden hasta pelarse las manos.
Los grandes elogios a los nuevos aires llegan de TIME -que ha hecho al Papa Persona del Año-, del New York Times, del Wall Street Journal.
¿Por qué no? ¿Quién apoya a nivel mundial la ‘acogida’ masiva de inmigrantes, a quién beneficia especialmente? A las grandes empresas y, en lo que tiene de debilitamiento de las identidades nacionales y la fronteras, a bancos y gobernantes.
De hecho, hace unos días nos hacíamos eco de la alerta lanzada por prelados africanos contra esta inmigración masiva que pone en peligro la vida de sus compatriotas y vacía sus diócesis.
La última defensa de la doctrina católica inmutable sobre el matrimonio tampoco ha partido del Primer Mundo, sino de Kazajistán, un enorme país de Asia Central con un 70% de musulmanes y sólo 55.000 católicos. Más ‘periferia’, imposible.
Carlos Esteban