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martes, 30 de enero de 2018

‘Veritatis Gaudium’ exige una ‘especial’ adhesión al magisterio de Francisco (Carlos Esteban)



En el documento se incluye que “quienes imparten materias relativas a la fe y a la moral tienen que ser conscientes de su deber de llevar a cabo su tarea en plena comunión con el auténtico Magisterio de la Iglesia, sobre todo, con el del Romano Pontífice”. 


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Pasaré de puntillas, sin ahondar demasiado, sobre el estado, digamos, cuestionable de los estudios eclesiásticos católicos, a juzgar por sus frutos, pero creo no ser el único en pensar que una revisión en profundidad de los mismos no llega ni un minuto demasiado pronto.

Por eso he leído con esperanza la noticia sobre la iniciativa de la Santa Sede que supone la publicación de 'Veritatis gaudium', nueva constitución apostólica sobre las universidades y facultades eclesiásticas. Esperanza, no les voy a engañar, teñida de un creo que comprensible recelo.

Leo y me encuentro la palabra ‘renovación’, término católico donde los haya. Cristo “hace nuevas todas las cosas” y la perpetua conversión que debe ser la vida de un cristiano no es otra cosa que una continua renovación espiritual. Ese “equilibrio inestable” de lo nuevo y lo eterno -o de lo que es siempre nuevo porque es eterno- es lo que convierte la aventura de la fe en una verdadera ‘historia interminable’.

Pero el equilibrio se rompe cuando se pone demasiado énfasis en “nuevo” a expensas del otro término, no menos necesario, de “perenne”.

Leo “nueva etapa de la misión de la Iglesia”, “renovación sabia y valiente”, “transformación misionera de una Iglesia «en salida»”, “renovación adecuada del sistema de los estudios eclesiásticos”, “cambio radical de paradigma” (???), “valiente revolución cultural”, “abierta a nuevos escenarios y a nuevas propuestas”… Todo tan nuevo, en fin, que se diría que estamos ante una realidad distinta a la conocida. Uno echa de menos, quizá, alguna referencia más a la Tradición, y de más ese lenguaje tan revolucionario.

O, si lo de Tradición suena feo, a los orígenes, a la razón de ser, a la fuente. Por ejemplo, cuando habla de que los nuevos centros de estudio deben empeñarse en un diálogo “orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad”. ¿No falta nada ahí? ¿Por ejemplo, no sé, Cristo, la salvación de las almas, la vida eterna, la difusión de la fe, esas bagatelas? Si a lo que deben estar orientadas es a la “naturaleza y a la defensa de los pobres”, cualquier partido de izquierda radical puede cumplir esa misión sin todo el farragoso aparato eclesial.

Pero no es ese el punto que más ha llamado mi atención en la constitución apostólica. Quizá recuerden que hace unos días nos hicimos eco de un rumor que recogimos como tal rumor, sin dar credibilidad alguna a su contenido pero señalando cómo resultaba sintomático de la creciente confusión en la Iglesia el hecho de que fuera creíble para no pocos conocedores de los vericuetos vaticanos. Y si es, más que deseable, urgente, que los docentes en materias eclesiásticas impartan sus clases en plena comunión con el Magisterio de la Iglesia, llama un tanto la atención la redacción de Veritatis Gaudium en este aspecto:
“Quienes imparten materias relativas a la fe y a la moral tienen que ser conscientes de su deber de llevar a cabo su tarea en plena comunión con el auténtico Magisterio de la Iglesia, sobre todo, con el del Romano Pontífice.
¿Sobre todo? ¿Por qué ‘sobre todo’? ¿Es más magisterio el que plantea hoy Francisco que el acumulado estos dos últimos milenios?

Entendemos que se pueda incluir, aunque resulte redundante, el magisterio que se pueda derivar de este pontificado, pero, ¿sobre todo?

Uno no quiere pensar en la reacción airada y unánime de los que hoy saltan voluntarios en feroz defensa de los ‘nuevo aires’ si un Juan Pablo II o un Benedicto XVI hubieran incluido ese “sobre todo” en una constitución similar, poniendo las enseñanzas de sus papados por encima del resto del magisterio.


Carlos Esteban