Titulaba El País el viernes una información asegurando que ‘La Iglesia portuguesa pide abstinencia sexual a los divorciados’ y uno se pregunta qué pasaría si los redactores de Ciencia o Internacional desplegaran orgullosos tan abismal grado de ignorancia.
El problema de un país, el nuestro, cuya esencia durante siglos ha sido el catolicismo y que lo abandona masivamente, especialmente en sus élites, no es meramente que pase a desconocerlo, sino que lo ignora pero aún pretende ser experto en el asunto. Cuando los medios convencionales informan sobre la Iglesia, no lo hacen con la honradez curiosa de quien va a tratar sobre un culto ajeno y más o menos exótico, del que esforzarse por aprender los fundamentos, sino como quien cree conocerlo recurriendo al nebuloso recuerdo de la catequesis infantil o, peor, las groseras consignas de sus enemigos.
La Iglesia portuguesa -una expresión quizá abusiva, porque no es una confesión aparte como la Iglesia de Inglaterra, sino parte integral de la única Iglesia Católica-, naturalmente, no “pide la abstinencia a los divorciados”, sino que se limita a recordar la perogrullada de que el adulterio sigue siendo un pecado. Y, siendo el matrimonio para el católico indisoluble, un divorciado permanece tan casado como si no se hubiera divorciado.
Tampoco, naturalmente, es cosa de la ‘Iglesia portuguesa’, sino de la universal; y no para hoy, sino para lo que dure la Historia. El titular, por tanto, es la perfecta definición de una ‘no noticia’, como si anunciara que ‘El Rabino Mayor de Vilna pide a los judíos de Lituania que se abstengan de comer cerdo’.
Lo que ha hecho el Patriarca de Lisboa, Cardenal Manuel Clemente, ha sido recordar a sus fieles que los católicos divorciados que contraen un nuevo matrimonio civil están viviendo en adulterio salvo que se propongan vivir “como hermano y hermana”.
Nihil novum sub sole, lo de siempre, lo de cajón. Pero, sigue El País, su “recomendación parroquial ha soliviantado a algunos y ha dividido a los teólogos; unos opinan que el cardenal Manuel Clemente no ha hecho más que aplicar la doctrina del Papa, otros creen que el Patriarca no sabe lo que encarna el “matrimonio” y otros se inclinan por el pragmatismo: hagan lo que quieran que para eso existe el sacramento de la confesión”.
Hombre, no, el sacramento de la confesión no existe “para eso”. Hay un requisito llamado “propósito de la enmienda”, pero eso ustedes ya lo saben.
Lo curioso es que, de creer al ‘diario de referencia’, la doctrina de siempre, la que no solo se ha mantenido invariable desde el principio sino que se deduce implacable de la naturaleza misma del matrimonio sacramental, pueda “soliviantar” a nadie. Los no católicos no tienen nada que decir sobre nuestras pintorescas creencias, que para eso están fuera; y a los católicos no se les dice nada nuevo ni particularmente portugués.
Pero esperen, que aún hay más: “La tradición católica expulsaba de la Iglesia a los divorciados, pero en 2016 el Papa Francisco abrió la posibilidad de integrar a los descarriados en su doctrina Amoris laetitia”. ¿Cómo, cómo, cómo? La Iglesia, que se define como “hospital de pecadores”, naturalmente, no ha expulsado nunca a los divorciados, como no expulsa a asesinos, ladrones, difamadores o pecadores de cualquier especie. Si no poder acceder a la Eucaristía se entiende como “ser expulsado de la Iglesia”, tenemos un problema muy serio de comprensión lectora.
No querría aburrir al lector recordándole que para recibir la Eucaristía sin cometer sacrilegio hay que estar en gracia, pero ahí lo dejo por el albur de que me lea algún redactor de Prisa.
Que toda esta sarta de malentendidos y perogrulladas se conviertan en ‘noticia’ para el diario de referencia es, cierto, debido a la ignorancia arrogante y al sesgo malicioso. Pero sería ingenuo no reconocer que el periodista cuenta, como aliada de su desconocimiento y mala fe, con la confusión provocada por las contradictorias interpretaciones a que ha dado lugar la exhortación papal sobre matrimonio y familia Amoris Laetitia.
No vemos otra salida que recordar, con nueva claridad y firmeza, lo que ha sido obvio durante siglos. Porque si el divorciado y vuelto a casar que hace vida marital puede comulgar, eso significa que la Eucaristía puede recibirse en pecado mortal, o que el adulterio no es pecado, o que el matrimonio no es indisoluble. Elijan ustedes.
Eso es lo que convierte en noticia -esta sí, de primera- el empecinado silencio de la Santa Sede a las Dubia canónicamente planteadas por cuatro cardenales, dos de los cuales han muerto esperando una respuesta. Un silencio inexplicable que, lejos de resolverse solo, se agiganta y agrava a cada día que pasa, poniendo en grave riesgo la unidad de los católicos.
Carlos Esteban