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viernes, 2 de febrero de 2018

"Humanae vitae" bajo asedio. Pero se deberá pasar sobre los cuerpos de Wojtyla y Caffarra (Sandro Magister)



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A cincuenta años de su publicación, la encíclica de Pablo VI "Humanae vitae" contra la anticoncepción artificial esta ahora en plena cantera de refacción, como Settimo Cielo documentó en la publicación anterior.

Y es evidente la intención del papa Francisco de efectuar el viraje – es decir, legitimar en la práctica los anticonceptivos – en las modalidades más tranquilizantes, como si se tratara de una evolución natural y necesaria, libre de rupturas, en perfecta continuidad con el anterior Magisterio de la Iglesia y con la misma dinámica "verdadera" y profunda de la encíclica.

Pero apenas se mira un poco más atrás, este artificio no parece nada fácil de realizar. Hay palabras de los predecesores de Francisco que se elevan como montañas contra un cambio de la doctrina de "Humanae vitae". Son palabras que los partidarios del cambio se cuidan de citar, pero están allí, son imposibles de eliminar.

Hay en particular un discurso de Juan Pablo II, del 12 de noviembre de 1988, que bastaría por sí solo para cerrar el camino.

Habían pasado veinte años de la publicación de "Humanae vitae" y el papa Karol Wojtyla aprovechó la ocasión para defenderla lo más que se puede, esculpiendo en roca palabras como las siguientes:
"No se trata de una doctrina inventada por el hombre: ha sido inscrita por la mano creadora de Dios en la misma naturaleza de la persona humana y ha sido confirmada por Él en la Revelación. Ponerla en discusión, por tanto, equivale a refutar a Dios mismo la obediencia de nuestra inteligencia. Equivale a preferir el resplandor de nuestra razón a la luz de la Sabiduría Divina, cayendo, así, en la oscuridad del error y acabando por hacer mella en otros puntos fundamentales de la doctrina cristiana".
Frente a él había obispos y teólogos de todo el mundo, congregados en Roma para un gran congreso, precisamente sobre "Humanae vitae".

Y Juan Pablo II quiso justamente identificar y refutar las razones que habían llevado a muchos teólogos y pastores a rechazar todo lo enseñado por Pablo VI en esa encíclica.

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La primera de estas razones – dijo – remite a una comprensión equivocada del rol de la conciencia:
"Durante estos años, como consecuencia de la contestación a la 'Humanae vitae', se ha puesto en discusión la misma doctrina cristiana de la conciencia moral, aceptando la idea de conciencia creadora de la norma moral. De esta forma se ha roto radicalmente el vínculo de obediencia a la santa voluntad del Creador, en la que se funda la misma dignidad del hombre. La conciencia es, efectivamente, el 'lugar' en el que el hombre es iluminado por una luz que no deriva de su razón creada y siempre falible, sino de la Sabiduría misma del Verbo, en la que todo ha sido creado. 'La conciencia —escribe admirablemente el Vaticano II— es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella' (Gaudium et Spes, 16)".
De esto - siguió – brota una mala comprensión del Magisterio de la Iglesia:
"Ya que el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia, […] por tanto no se puede decir que un fiel ha realizado una diligente búsqueda de la verdad, si no tiene en cuenta lo que el Magisterio enseña: si, equiparándolo a cualquier otra fuente de conocimiento, él se constituye en su juez: si, en la duda, sigue más bien su propia opinión o la de los teólogos, prefiriéndola a la enseñanza cierta del Magisterio".
Así también se corroe la fuerza vinculante de la norma moral:
"Pablo VI, calificando el hecho de la contracepción como intrínsecamente ilícito, ha querido enseñar que la norma moral no admite excepciones: nunca una circunstancia personal o social ha podido, ni puede, ni podrá, convertir un acto así en un acto ordenado de por sí. La existencia de normas particulares con relación al actuar intra-mundano del hombre, dotado de una fuerza tal que obligan a excluir, siempre y sea como fuere, la posibilidad de excepciones, es una enseñanza constante de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia que el teólogo católico no puede poner en discusión".
El error es tan grave – prosiguió Juan Pablo II – que pone en duda la santidad de Dios:
"Aquí tocamos un punto central de la doctrina cristiana referente a Dios y el hombre. Mirándolo bien, lo que se pone en cuestión, al rechazar esta enseñanza, es la idea misma de la santidad de Dios. Él, al predestinarnos a ser santos e inmaculados ante Él, nos ha creado 'en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos' (Ef 2, 10): estas normas morales son, simplemente, la exigencia, de la que ninguna circunstancia histórica puede dispensar, de la santidad de Dios en la que participa en concreto, no ya en abstracto, cada persona humana".
Anula la cruz de Cristo:
"Además, esta negación hace vana la cruz de Cristo (cf. 1 Cor 1, 17). El Verbo, al encarnarse ha entrado plenamente en nuestra existencia cotidiana, que se articula en actos humanos concretos, muriendo por nuestros pecados, nos ha re-creado en la santidad original, que debe expresarse en nuestra cotidiana actividad intra-mundana".
Y finalmente comporta la pérdida del hombre:
"Y aún más: esa negación implica, como consecuencia lógica, que no existe ninguna verdad del hombre que se sustraiga al flujo del devenir histórico. La desvirtualización del misterio de Dios, como siempre, acaba en la desvirtualización del misterio del hombre, y el no reconocer los derechos de Dios, como siempre, acaba en la negación de la dignidad del hombre".
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En el cierre de este discurso, Juan Pablo II exhortó a los docentes de teología moral en los seminarios a transmitir con absoluta fidelidad el mensaje de "Humanae vitae". 

Y en especial confió esa tarea al Pontificio Instituto para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, fundado por él en Roma pocos años antes y que, precisamente en ese año, 1988, había creado su primera sección externa, en Washington.

Director del Instituto era en ese momento un teólogo de nombre Carlo Caffarra, que era también consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida en esa época por Joseph Ratzinger, también uno de los más estrechos colaboradores del papa Wojtyla en las materias referidas a la vida y la familia.

Y el pensamiento y la pluma de Caffarra son bien reconocibles en el texto del discurso arriba citado.

Caffarra fue arzobispo de Boloña desde el 2003 al 2015 y fue uno de los cuatro cardenales que en el 2016 presentaron al papa Francisco cinco "dubia" sobre la recta interpretación de "Amoris laetitia", la exhortación postsinodal de la cual se querría hoy hacer descender un cambio de paradigma en la interpretación de "Humanae vitae":

> Rileggere "Humanae vitae" alla luce di "Amoris laetitia"
Francisco no respondió jamás a los "dubia" ni al pedido de dar una audiencia a los cardenales que los presentaron, pedido presentado a él por carta del mismo Caffarra en la primavera de 2017.

Caffarra falleció el 6 de setiembre y también desde entonces en adelante el Papa se ha abstenido de cualquier señal de comprensión y estima por él, ni siquiera el 1 de octubre cuando llegó de visita a Boloña.

En cuanto al Pontificio Instituto que todavía lleva el nombre de Juan Pablo II, el papa Francisco lo refundó el año pasado con un nombre nuevo
"Para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia", y sobre todo con un nuevo gran canciller en la persona de monseñor Vincenzo Paglia, muy empeñado en "repensar" la encíclica "Humanae vitae" y, en consecuencia, en legitimar los anticonceptivos, porque – dice – "las normas son para hacer vivir a los seres humanos, , no para hacer funcionar a los robots".
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(El discurso arriba citado no es en absoluto el único en el que Juan Pablo II volvió a proponer y defendió la enseñanza de "Humanae vitae". Se puede recordar otro del 5 de junio de 1987, dirigido a los participantes en un encuentro de estudio sobre la regulación natural de la fertilidad. Y todavía más importante son las notas en "Humanae vitae" incluidas por él en la exhortación "Familiaris consortio" de 1981 y en la encíclica "Veritatis splendor" de 1993).

Sandro Magister