Una iglesia, una mezquita y una sinagoga en el mismo edificio, un lugar donde puedan rendir culto a Dios las tres grandes religiones monoteístas: eso es ‘House of One’, la Casa del Uno, un proyecto del que habla, deshaciéndose en elogios, un artículo aparecido en el órgano oficial del Vaticano, ‘L’Osservatore Romano’.
Uno no sabe muy bien con qué quedarse de los dones de la modernidad que alaba el artículo, si con la diversidad que de que se hace gala en ese admirativo “casi 250 comunidades religiosas distintas” o en la llamada a congregar (¿fundir?) las tres religiones monoteístas en el sobreentendido de que adorar un mismo Dios.
No compartimos el entusiasmo del redactor por esta iniciativa ultraecuménica de un tipo que, casualmente, siempre conlleva la cesión de los cristianos en su propio espacio, nunca en tierra musulmana o hebrea. Entendemos que no es el propósito, pero sumado a otras incesantes señales que llegan de muchos frentes eclesiales, la idea de dedicar un mismo templo a adorar a lo que, conceptualmente, serían tres dioses distintos suena más bien a ese viejo sueño ilustrado de sincretismo religioso.
Si la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo, el ecunemismo solo puede ser un intento por atraer a otras confesiones hacia ella, en ningún caso confundirlas o aguar la doctrina para que quepan todas en una misma amalgama amorfa y blanda.
Porque para lograr ese sincretismo que queda a un solo paso del ideal de la canción ‘Imagine’, es imposible mantener los dogmas. Ningún judío, ningún musulmán pueden aceptar la Trinidad, o la Divinidad de Cristo. Habrá que prescindir de la doctrina o admitir que una iniciativa así es solo un gesto vacío que parece designado para aumentar una confusión ya preocupante.
Carlos Esteban