Con el antecedente próximo de L’étrange théologie de Benoît XVI, de monseñor Tissier de Mallerais, obra en la que éste precisa la raigambre fideísta del pensamiento de Ratzinger, colindante y aun coincidente con varios de los principales errores aviesamente difundidos cien años ha por la avanzada modernista (la Revelación como delimitada por el sujeto que la recibe; la fe entendida como una imprecisa y vaga «experiencia religiosa» antes que como virtud teologal que mueve el asentimiento de la inteligencia, etc.), sale ahora a la luz un volumen de Enrico Maria Radaelli en el que el autor, luego de revisar algunas de las tesis más cuestionables del propio Ratzinger tal como éste las expuso en su célebre Introducción al cristianismo (1ª ed. 1968), solicita al otrora Papa su pública retractación de los errores que infestan este libro que gozó de numerosas ediciones y reediciones en varios idiomas, «antes de que –para él, se entiende- sea demasiado tarde».
Con Al cuore di Ratzinger, al cuore del mondo (edición pro manuscripto, Aurea Domus, Milán, noviembre de 2017, pp. 370) el autor intenta «demostrar al mayor número de lectores posible» la falsedad de las doctrinas allí enseñadas, tomadas individualmente o en su conjunto, y «abastecer al Santo Padre con argumentos los más potentes para que –deber específico del Vicario de Cristo-pueda servirse cuanto antes del munus docendi a los fines de expulsar de la Iglesia las doctrinas nocivas que la infestan, a cuya pésima propalación el libro del antiguo Profesor bávaro contribuyó, por desgracia, como pocos otros.
De modo de esclarecer ex cathedra, in primis, las enseñanzas que él mismo propone -éstas también aquí críticamente analizadas- sobre la base de aquellas divulgadas por el tan imitado pero tan poco estudiado Profesor de Tübingen».
Nos debemos aún la lectura del volumen, que hemos apenas solicitado y tardará en llegar a nuestras manos el tiempo que disponga la burrocracia postal –que en nuestras latitudes no merece, como Aquiles, el mote de «celerípede».
Pero hemos accedido, con la rapidez proverbial de la informática, a alguna que otra recensión más una acrecida polémica que se encendió en la Bota mediterránea en torno al libro. Remitimos a una breve síntesis que de su trabajo hace el propio Radaelli, titulada Donde Jesús dice blanco, Ratzinger dice negro, en que el profesor italiano propone «cinco de los numerosos ejemplos del carácter totalmente inconciliable entre, por un lado, las enseñanzas de las Sagradas Escrituras y los dogmas de la Iglesia y, por el otro, las enseñanzas expuestas por el profesor Ratzinger» en aquel su citado libro,
«verdadero y único paradigma de su pensamiento […] jamás desmentido y aun confirmado en el año 2000 por un nuevo Ensayo introductorio escrito por el propio autor, entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y, en su línea dorsal, refrendado una vez más en una entrevista publicada en L’Osservatore Romano el 17-3-16, es decir, hace apenas dos años».En resumido compendio, citemos los cinco ejemplos propuestos por Radaelli en contraste con la enseñanza perenne:
I. En 2005, recientemente elevado al papado bajo el nombre de Benedicto XVI, el que había sido el profesor Joseph Ratzinger enseñó que la de Dios «sigue siendo la mejor hipótesis, aunque sea una hipótesis» (Joseph Ratzinger, L’Europa di Benedetto nella crisi delle culture, Cantagalli, Siena 2005, 123).
Pero decir que Dios es «la mejor hipótesis» significa, con todo, basar la fe en Dios -credere Deum- en una hipótesis, aunque sea la mejor -es decir, en un hecho dudoso, lo que significa esencialmente fundarla en un hecho humano: es el hombre quien hipotetiza la existencia de Dios, es el hombre quien, por lo mismo, en su mente “produce a Dios”, lo que es todo lo contrario de la certeza requerida por la fe: la certeza de un conocimiento dado por el testimonio -¡otra que hipótesis!-, siendo el testimonio el de Cristo, que dice: «a Dios nadie lo ha visto jamás; el Unigénito, que está en el seno del Padre, Él lo ha revelado» (Jn 1, 18).
En las primeras setenta y tres páginas de su libro, el profesor Ratzinger, treinta y dos años antes, ya había expuesto el concepto fundacional de su fe «hipotética» y lo había expuesto con muchas y siempre muy dramáticas expresiones, de las cuales solo se informarán aquí las tres más ejemplares y desoladoras:
«… el creyente puede vivir su fe solamente y siempre revoloteando sobre el océano de la nada, de la tentación y la duda, encontrándose asignado al mar de la incertidumbre como al único lugar posible de su fe… » (Introducción al cristianismo, p.37);
«Es la estructura fundamental del destino humano el poder encontrar la dimensión definitiva de la existencia sólo en esta interminable rivalidad entre la duda y la fe, entre la tentación y la certeza» (Introducción al cristianismo, página 39);
«El creyente siempre experimentará la oscura tiniebla en la que lo envuelve la contradicción de la incredulidad, encadenándolo como en una prisión tenebrosa de la que no es posible escaparse… » (Introducción al cristianismo, página 73).
Pero el Señor, con respecto a la certeza y la solidez de la fe, nos dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6); y San Pablo recuerda que «puesto que lo que es dable conocer de Dios está manifiesto en ellos, ya que Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Él, su eterno poder y su divinidad, se hacen notorios desde la creación del mundo, siendo percibidos por sus obras, de manera que no tienen excusa por cuanto conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su insensato corazón fue oscurecido» (Rom 1, 19-22).
Conclusión: «sin la fe es imposible agradar a Dios» (Heb 11, 6). Sobre estas inerrantes bases escriturísticas, la Iglesia dogmatiza (con una proposición a la que se le debe obediencia de fide): «Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas» (Const. Dogmática Dei Filius, capítulo 2, Denz 3004).
II. En una entrevista de 2016 con el jesuita Jacques Servais publicada en L’Osservatore Romano, el augusto teólogo, antes Papa y vuelto a ser cardenal, aunque rechazando tal calificación, reafirmaba la línea dorsal del libro reiterando su convicción personal de que la redención como ‘reparación de la «ofensa infinita hecha a Dios»’ es sólo una doctrina que, a causa de la «lógica de hierro» debida con exclusividad, según él, al obispo san Anselmo de Aosta, resulta «difícilmente aceptable para el hombre moderno», manteniendo así intacto el pensamiento formulado cincuenta años antes en su Introducción al cristianismo, para el cual ésta «nos parece como un mecanismo cruel que se hace cada vez más inaceptable para nosotros» (Introducción al cristianismo, página 221).
Pero el mismo Jesús habla de la “ira de Dios”: «El que se rehúsa a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pende sobre él» (Jn 3, 36). ¿Cuál ira?; ¿por qué ira? La ira del Creador por el pecado de su criatura; y san Pablo aclara:«cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo» (Rom 5, 10): enemigos por el pecado del hombre, redimido por el sangriento Holocausto de Cristo; de hecho: «también todos nosotros … fuimos por naturaleza hijos de ira» (Ef 2, 3) […]
Sobre estas inerrantes bases escriturísticas, el dogma ordena (Concilio de Trento, Denz 1743 y 1753) que la Iglesia profese la doctrina de la Redención como Holocausto de Cristo al Padre, exigiéndose que sea obedecido, aceptado y creído, justamente aquello que el profesor Ratzinger rechaza.
III. El profesor Ratzinger afirma:
«Dios es y será siempre para el hombre lo esencialmente invisible … Dios es esencialmente invisible» (Introducción al cristianismo, página 42);
Y aún más: «en el Antiguo Testamento esta afirmación –la de que “Dios no aparece ni se le aparecerá nunca al hombre”- asume valor de principio: Dios no es sólo Aquel que está ahora fuera de nuestro campo visual…; no, Él es, en cambio, el que está afuera por esencia [subrayado del autor], independientemente de todas las posibles y pensables ampliaciones de nuestro campo visual» (Introducción al cristianismo, pp. 42-3).
Pero Cristo dice de sí mismo: «El que me ve a mí, ve al que me envió» (Jn 12, 45); «El que me ve, ve al Padre» (Jn 14, 9); y el discípulo amado afirma (es decir, afirma Dios en él): «[A Dios] lo veremos tal cual es» (I Jn 3, 2); y san Pablo declara: «Él es la imagen del Dios invisible» (2 Cor 4,4 y también Col 1, 15) y nuevamente: «Él [Cristo] es el espejo de la gloria de Dios y la impronta de su sustancia» (Heb 1, 3), lo que significa que Dios Padre es perfectamente visible en el Hijo, y esto es suficiente para que la Iglesia afirme -contrariamente a lo que supone, además del profesor Ratzinger, la concepción mahometana- la perfecta visibilidad de Dios a los bienaventurados, así llamados precisamente por el hecho de que disfrutan de la visión divina.
IV. El profesor Ratzinger sostiene que:
El hombre, en la beatitud del Paraíso, «vivirá en la memoria de Dios» (Introducción al cristianismo, p 343),
y especifica que:
«Pablo enseña –repitámoslo otra vez- no la resurrección de los cuerpos (Körper), sino de las personas, y esto no en el retorno de los “cuerpos de carne”, o sea de las estructuras biológicas, lo que él explícitamente señala como imposible» (Introducción al cristianismo, página 347).
Pero los Evangelios, hablando del encuentro entre Jesús resucitado y los Apóstoles, señalan en cambio que:
«como les resultaba difícil de creer y estaban llenos de asombro, [Jesús] les preguntó: “¿no tenéis nada para comer?”. Le dieron un trozo de pecado asado y un panal de miel. Y después de haber comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio» (Lc 24, 41-3);
por no mencionar el famoso episodio de Jn 20, 27:
«¡Pon tu dedo aquí y mírame las manos! ¡Acerca tu mano y ponla en mi costado!».
De lo cual se deduce que un cuerpo glorioso no es de ninguna manera menos carnal que un cuerpo mortal; y san Pablo, partiendo de aquí, enseña:
«Si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que mora en vosotros» (Rom 8, 10-1).
Aquí también, sobre la base de estos resultados claros e inequívocos establecidos por las Sagradas Escrituras, la Iglesia dogmatiza así:
«Todos resucitarán con los cuerpos de los que están ahora revestidos» (Concilio Letrán II, 1215, Definición contra los albigenses y los cátaros, Denz 801).
V. El profesor Ratzinger argumenta que:
«La doctrina de la divinidad de Jesús no se vería afectada si Jesús hubiese nacido de un matrimonio humano» (Introducción al cristianismo, página 265).
De hecho, en su opinión:
La filiación divina de Jesús «no es un proceso ocurrido en el tiempo, sino en la eternidad de Dios» (Introducción al cristianismo, pp. 265-6).
Pero el evangelista (Mt 1, 18-26) escribe:
«Así es como sucedió el nacimiento de Jesucristo: su madre María, estando comprometida con José «-dice “comprometida”, no “esposa”: “esposa” es la que, con el matrimonio, ha perdido su virginidad; “comprometida”, en cambio, es la mujer que, unida en matrimonio, aún no ha completado el matrimonio; «antes de que fuesen a vivir juntos» –el evangelista señala que lo que está a punto de narrar precede al momento en que la Virgen María se va a establecer con José; «se encontró encinta por obra del Espíritu Santo», como lo relata San Lucas en su Evangelio (1,26-38) […]
«Todo esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el Señor a través del Profeta: “he aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo”»:
Nótese que San Mateo reconoce en la profecía la causa remota, pero no por esto menos eficaz, de aquello que estaba santamente cumpliéndose, reconociendo así a Dios Su poder: lo que sucede ahora se debe a la Palabra de Dios pronunciada en aquel entonces.
En segundo lugar, recordando la profecía, subraya el concepto base: la concepción del Hijo de Dios se debe, por parte de la madre, a la formación milagrosa de un embrión en una mujer virgen que permanece virgen, por lo cual el Profeta la llama “Virgen” en cuanto lo es por antonomasia -es “Virgen” ontológicamente- y, por parte de padre, se debe al Espíritu Santo, por la razón anteriormente expuesta; luego
« … José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado y se llevó consigo a su desposada, quien, sin que él la conociera, dio a luz a un hijo al que llamó Jesús».
Pero todo esto es impugnado por el profesor Ratzinger, que cree en cambio que:
Primero, «la doctrina de la divinidad de Jesús no se vería afectada si Jesús hubiese nacido de un matrimonio humano»; segundo, que a propósito del Evangelio ahora revisado y el de san Lucas reportado en el texto, «la fórmula de la filiación divina ‘física’ de Jesús» es, cuando menos, infeliz y ambigua» […]
Será cuestión de abordar la lectura de un libro que entrega más pormenorizadas muestras de la atmósfera intelectual en que se desenvuelve la obra de Ratzinger, pero cuya impronta resulta más que patente al husmear tan pertinentes lonjas de texto, trozos escogidos.
El “dudismo”, la vacilación refleja, todo aquello que desde Nicolás de Cusa constituye el neblinoso patrimonio de la «teología negativa» tan grata al paladar hiperbóreo y que acaba por hacer del propio sujeto el asiento de la única verdad cognoscible, toda aquella corriente que desde Kant converge con anchura en el modernismo y que –hablando no más del sujeto- socava con eficacia impar las disposiciones básicas que se requieren para el acto de fe.
Esta marea, decimos, que disipa y disgrega y disuelve, privando al Espíritu de su nota primaria de unidad, ha venido a aposentarse en la Cátedra de Pedro, haciendo de ésta -como consta hasta la náusea- la defensa de las herejías mejor matizadas en el más académico de los empaques.
Es la mismísima doctrina sobre la Revelación la que resulta vulnerada en su misma raíz, aquélla que tiene por objeto a la fides quae tanto como a la fides qua,
y que los pasajes de Ratzinger arriba citados contribuyen a desmontar.
A este respecto, la institución, a todas luces inválida, del “papado emérito”, más que una salida enmascarada a la presente crisis, es un as en la manga del pontífice -presuntamente obligado a renunciar- podría significar –se nos permita una hipótesis sopesadamente pesimista- el tránsito pergeñado en las mientes de un ideólogo genial hacia el conciliarismo y el parlamentarismo, asaz aviados en el nuevo concepto de «colegialidad» difundido por y desde el Vaticano II.
Es decir, la disolución de la Iglesia en un cuerpo informe y descabezado, la fuga de la unidad a la promiscuidad de la doctrina y del gobierno comenzando por el jánico desdoblamiento del munus petrino.
Pues todavía quedaría por demostrar, en la novela de intrigas creada por la mafia progre para elevar a una definitiva ruptura el gobierno de la Iglesia, cómo haría para resistir ajedrecísticamente la mala deriva de los hechos un Papa que conservara su ministerio, pese a todas las apariencias, cuando en su bagaje cuenta con numerosos desfallecimientos doctrinales como los cinco elencados más arriba, capaces de comprometer su entera concepción religiosa.
Sólo la retractación pública de sus errores -difundidos al menos desde su Introducción al cristianismo- podría servir para disipar estos dubia propuestos ahora al cardenal Ratzinger, uno de los padres de aquella teratológica criatura qui sibi nomen imposuit Franciscum.
Flavio Infante
P.S. La numeración de las páginas de la obra corresponde a la edición consultada por el autor. La reproducimos con carácter orientativo.
N.de la R. Sobre este tema puede encontrarse en nuestra sección de descargas la obra "Faith imperiled by reason".