En la Eucaristía, instituida por Jesucristo en la noche de la Última Cena, tiene lugar el máximo acto de amor posible. Es la primera Misa. Allí Él se entrega completamente (Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad) teniendo lugar "a priori" (pero realmente) el mismo Sacrificio de la Cruz que tendrá lugar al día siguiente; y que es, asimismo, el mismo y único Sacrificio "a posteriori" que se celebra todos los días en la Santa Misa, desde hace dos mil años.
Este carácter sacrificial de la Misa es esencial, pues tal era la voluntad de su Padre (que era también la Suya): "Sin efusión de sangre no hay remisión de los pecados" (Heb 9, 22). Y Cristo "destruyó el pecado por su sacrificio". Dice el autor de la carta a los hebreos que "también Cristo, después de ofrecerse una sola vez para quitar los pecados de muchos, por segunda vez, sin relación ya con el pecado, se manifestará a los que le esperan, para salvarlos" (Heb 9, 28).
Un gran MISTERIO de iniquidad es el pecado, hasta el punto de hacer "necesario" otro MISTERIO de amor, el Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, el cual "se anonadó a sí mismo ... haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2, 6-8). Hasta ese extremo somos amados por Dios quien, por su parte, espera de nosotros igualmente un amor total y libre, en perfecta reciprocidad al Amor que Él ya nos ha manifestado y nos sigue manifestando.
El horror y el odio al pecado (que no al pecador) y el miedo a ofender a Dios (el santo temor de Dios) es lo propio en un cristiano que se tome en serio su vida cristiana, pues fue el pecado la causa que hizo "necesaria" su muerte. Nuestro amor a Jesús debe llevarnos, pues, a "luchar hasta la sangre contra el pecado"(Heb 12, 4). No nos lo podemos tomar a broma o como si no hubiera sucedido o como si no fuera con nosotros. La actitud del avestruz que esconde la cabeza para no ver al cazador no elimina a dicho cazador, el cual, además, podrá cazarla con más facilidad.
Y de ahí la importancia fundamental y esencial que tiene la Cruz para un cristiano; cuando se lleva con paciencia, generosidad y esperanza, siempre con el corazón puesto en Jesucristo y unidos a Él, entonces se pone de manifiesto la autenticidad de nuestro amor, que no se queda sólo en palabras.
El mundo odia la cruz y pretende desterrarla y destruirla, hacerla desaparecer ... y, sin embargo, fue -precisamente- la muerte de Cristo en la cruz la que nos ha dado la posibilidad de salvarnos, algo que antes era imposible. Y de este modo el significado de la cruz ha cambiado por completo, pasando de ser lo más horroroso a ser lo más hermoso al haberse convertido en la máxima expresión posible de amor, hecha realidad en Jesucristo quien dijo: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
El rechazo de la cruz equivale, por lo tanto, al rechazo del amor de Jesús por nosotros, por todos y cada uno. La cruz -la senda estrecha- es el único camino que lleva a la vida ... si se lleva junto al Señor. Y es, como sabemos, una condición necesaria para poder ser discípulos suyos: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame" (Lc 9, 23). Y sigue diciendo: "Pues quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi amor, ése la salvará" (Lc 9, 24).
Es por ello que un cristiano no debe de temer las contrariedades (todas ellas consecuencia del pecado de origen), sea cual fuere el modo en el que éstas se presenten: los imprevistos, el dolor, el sufrimiento, las enfermedades, tanto las propias como las de personas queridas e incluso la muerte, que es el mal más terrible por el que todos tenemos que pasar, todo ello puede -y debe- constituir un medio para unirnos más a Jesús, puesto que Él pasó por lo mismo, haciéndose uno de nosotros (sin dejar de ser Dios). El contacto con Él debe de llevarnos a ver las cosas como realmente son, puesto que És es quien las ha creado y conoce todo mucho mejor que nosotros.
Con relación a la muerte, ésta debemos de considerarla como lo que verdaderamente es, a saber, un sueño, según las palabras de Jesús, antes de resucitar a la hija de Jairo: "La niña no está muerta, sino dormida" (Lc 8, 52). Esta idea de la precariedad de la vida viene a ser como un aviso de la Providencia para hacernos ver que "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la venidera" (Heb 13, 14) ... Razón por la cual, mientras no lleguemos a nuestra verdadera Patria, que es el Cielo, tenemos que aprovechar todas las oportunidades que Dios nos da cada día para acrecentar nuestro amor hacia Él.
Porque se da, además, la circunstancia de que nuestras cruces, las que sean, si se llevan por amor a Jesús, llegan incluso a hacerse deseables. No se busca la cruz por sí misma -lo que sería absurdo y enfermizo, propio de masoquistas, todo lo más alejado de un cristiano- pero sí se busca en tanto en cuanto se reconoce en ella (y sólo si eso es así) una condición necesaria para parecernos más a Él y vivir su propia vida, pues el amor, cuando es verdadero, requiere de una comunidad de vidas entre los que se aman, según el decir de san Pablo: "Con Cristo estoy crucificado; y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20). "Mi amado es para mí y yo soy para Él" (Cant 2, 16)
Viviendo una vida crucificada con Cristo, encontramos nuestra auténtica vida. "El que pierda su vida por Mí la encontrará" (Lc 10, 39). Hay un intercambio de vidas: Yo le doy mi vida y Él me da, a cambio, la Suya; un trueque en el que soy yo, desde luego, quien sale ganando. Así entiende Dios el amor. Y ése es el único modo correcto de entenderlo. Sólo amando de esta manera podremos ser felices, ya en esta vida. Al fin y al cabo, hemos sido creados por el Amor y para el Amor. Tal es el sentido de nuestra vida. No hay otro.
Y me vienen a la mente ahora las palabras que, en una ocasión, dirigió Jesús a sus discípulos: "Tomad sobre vosotros Mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque Mi yugo es suave y Mi carga ligera" (Mt 12, 29-30). Palabras verdaderamente consoladoras.
Por eso, ante las dificultades, tenemos que reaccionar tal y como dice el apóstol Santiago: "Tened, hermanos míos, por sumo gozo, el veros rodeados de diversas pruebas, sabiendo que la puesta a prueba de vuestra fe produce paciencia" (Sant 1, 2-3). Y la importancia de la paciencia es fundamental. Esto dijo Jesús: "Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19).
En la Cruz Jesús manifestó el máximo Amor posible, dando su vida en rescate por muchos: por todos aquellos que quieran ser salvados, arrepintiéndose de sus pecados con gran dolor por haberle ofendido; y proponiéndose, con firmeza, no volver a pecar más, volverse a Él con sencillez, humildad y confianza, sabiendo que, como dice san Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5,20) ... y teniendo la seguridad que nos proporcionan las palabras del profeta Isaías: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve" (Is 1, 18).
De modo que tenemos que pedirle al Señor que nos conceda la gracia de la fortaleza y de la fidelidad: que no nos avergoncemos nunca de Él y que, llegado el caso -si llegara- de ser perseguidos a causa de su Nombre, que nos haga capaces de actuar como hicieron los apóstoles que "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa de su Nombre" (Hech 5, 41)
José Martí