Va resultando cada vez más evidente que la dictadura perfecta es la que se viste de democracia. La democracia, tal y como ha sido modelada en nuestros días, es el sistema de gobierno mediante el cual una camarilla de parásitos procura atormentar al pueblo hasta arrinconarlo y corromperlo por completo. Los gobiernos vigentes, actores del Nuevo Orden Mundial, son el Leviatán, y Satanás se sirve de ellos para preparar la venida de su elegido, su antimesías, el Anticristo; cuyo espíritu, por cierto, ya hostiga a los habitantes de este mundo infecto, borracho de animosidades y envidias.
En España, concretamente, acontece un caso paradigmático de marxismo cultural. Identificado con el progresismo, el marxismo cultural se extiende como una corriente de ideas subversivas que desafían diversos valores tradicionales y verdades sostenidas en el tiempo relativas a la familia, la religión, la sexualidad, la raza, la patria, el arte e incluso la historia.
Al respecto, los actuales herederos naturales del bando sometido en la guerra civil española, cual redivivos de aquellos réprobos instigadores de la sangrienta contienda, llevan años anhelando el desquite por medio de leyes despóticas cuya finalidad es imponer un único y falaz relato de la historia.
El último y definitivo asalto de los sucesores de Santiago Carrillo y Largo Caballero es el nuevo proyecto de ley de la llamada memoria histórica, la expresión más acabada de su resentimiento convulsivo. Aprobada esta decisiva actualización, los vasallos de esta maravillosa democracia española estaríamos obligados por ley a demonizar los años comprendidos entre la victoria del bando nacional y el advenimiento del aquelarre democrático. De esta manera, argüir por ejemplo que durante el liderazgo de Franco el desempleo era infinitamente menor que en los gobiernos democráticos, sería insensato, pues conllevaría sanciones penales y administrativas. Algo parecido le ocurriría a quien se atreviera a pregonar que el Generalísimo fue un cristiano modélico. Pero lo cierto es que tan ejemplar fue Franco, como admirable la España que consiguió levantar.
Más allá de las diferencias que puedan existir entre las diversas sensibilidades del bando triunfador, el bando nacional, con Francisco Franco a la cabeza, «derrotó a un Frente Popular compuesto de totalitarios y separatistas. Sin ser democrático, salvó elementos más fundamentales que un determinado sistema político: la unidad nacional, la cultura cristiana, la libertad personal y la propiedad privada. Esta es una gran deuda que tenemos los españoles con aquel régimen»[1].
Más allá de las diferencias que puedan existir entre las diversas sensibilidades del bando triunfador, el bando nacional, con Francisco Franco a la cabeza, «derrotó a un Frente Popular compuesto de totalitarios y separatistas. Sin ser democrático, salvó elementos más fundamentales que un determinado sistema político: la unidad nacional, la cultura cristiana, la libertad personal y la propiedad privada. Esta es una gran deuda que tenemos los españoles con aquel régimen»[1].
Sin duda, ambos bandos cometieron atrocidades, en los dos hubo hombres buenos y malos, pero un bando representaba el bien y el otro el mal; en el fondo, aquella guerra fratricida consistió en el choque de «una civilización contra otra»[2]; es decir, la Guerra Civil fue «una verdadera cruzada en pro de la religión católica». De no ser así, el Santo Padre Pío XI no habría bendecido especialmente a los combatientes que habían «asumido la espinosa y difícil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religión»[3]. Y es grave negligencia de los católicos españoles ignorar este hecho.
Grave descuido es también pasar por alto que Francisco Franco fue un hermano de todos ellos, de todos los que nos declaramos católicos. Es por tanto lamentable que algunos españoles, declarándose católicos, antepongan su ideología política a su filiación sobrenatural. Para todos estos católicos modernistas, votantes de partidos izquierdistas en su mayoría, Franco no pudo ser un verdadero cristiano, sino un dictador brutal ajeno al espíritu evangélico. Sin embargo, Franco demostró, a lo largo de su dilatada existencia, ser un cristiano ejemplar.
Es innegable que la religiosidad del Generalísimo es una incógnita para la mayoría de españoles, pero esto no se debe a una ausencia de obras específicas, sino al silenciamiento de las mismas.
Grave descuido es también pasar por alto que Francisco Franco fue un hermano de todos ellos, de todos los que nos declaramos católicos. Es por tanto lamentable que algunos españoles, declarándose católicos, antepongan su ideología política a su filiación sobrenatural. Para todos estos católicos modernistas, votantes de partidos izquierdistas en su mayoría, Franco no pudo ser un verdadero cristiano, sino un dictador brutal ajeno al espíritu evangélico. Sin embargo, Franco demostró, a lo largo de su dilatada existencia, ser un cristiano ejemplar.
Es innegable que la religiosidad del Generalísimo es una incógnita para la mayoría de españoles, pero esto no se debe a una ausencia de obras específicas, sino al silenciamiento de las mismas.
Pese a todo, poseemos un estudio concluyente acerca de la vida religiosa del Caudillo gracias al hermano Manuel Garrido Bolaño. En este gran trabajo, el más documentado que conozco al respecto, se aportan valiosas informaciones; por el mismo sabemos, por ejemplo, que Franco se inscribió a los dieciocho años como adorador nocturno en su ciudad natal, aunque lo cierto es que toda la obra del Jefe del Estado español estuvo embebida de una piedad pocas veces vista en un hombre de su posición política.
A fin de cuentas, el autor del ensayo, tras una exposición sucinta pero definitiva sobre la religiosidad del Caudillo, repleta de datos y testimonios sorprendentes, concluye:
[1] Pío Moa, en: http://www.piomoa.es/?p=6799 (página visitada el 1 de marzo de 2018).
[2] Isidro Gomá y Tomás, El Caso de España (1936).
[3] Pío XI, Firmissimam Constantiam (1937).
[4] Manuel Garrido Bolaño, Francisco Franco. Cristiano ejemplar (Azor, 1985) 157-158.
[5] Ídem, 130-131.
A fin de cuentas, el autor del ensayo, tras una exposición sucinta pero definitiva sobre la religiosidad del Caudillo, repleta de datos y testimonios sorprendentes, concluye:
«He tenido ocasión de leer muchos volúmenes referentes a las Causas de los Santos durante mis repetidas y largas estancias en Roma, y puedo asegurar que jamás me he encontrado con un caudal de testimonios de personas tan cualificadas y tan unánimes en manifestar la ejemplaridad y virtud de los siervos de Dios, como en el caso del Generalísimo Franco. (…) Por mi parte, puedo decir que desde que Franco quedó sepultado en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, siempre he orado por él; mas al recibir tantos testimonios sobre su vida tan virtuosa, en mi piedad privada, me encomiendo a su intercesión como a un gran Siervo de Dios»[4].Dicho lo cual, no está de más refrescar la memoria a cuantos ignoran o pasan por alto los elocuentes números que cantan el esfuerzo realizado por Franco y su Gobierno. Hoy, estos números deberían sonrojarnos:
«España ha aumentado desde 1940 a 1970 en más de ocho millones de habitantes y la renta por cada español ha aumentado cuatro veces más. La repoblación forestal ha sido enorme, pues en 1940 sólo había 792 hectáreas acumuladas y en 1970 subió a 2.350.000 hectáreas, es decir, 2.960 veces más. Aumentó considerablemente la agricultura, la ganadería, la transformación en regadíos, la industria, la flota mercante, los embalses. Las viviendas construidas eran en 1940, 32.000 y en 1970, 3.121.931 viviendas acumuladas, esto es, unas 98 veces más. El seguro de enfermedad llegaba en 1940 sólo a 311.600 beneficiarios y en 1970 a 25.134.956 beneficiarios, lo que supone un aumento de 81 veces más. La educación aumentó el doble, la producción editorial casi cinco veces más en el mismo período. Aumentó el comercio exterior, tanto en importaciones, como sobre todo en exportaciones. Lo mismo hay que decir del turismo que aumentó más de 290 veces más. El ingreso de divisas fue de 2,5 millones de dólares en 1940 a 1.680,8 millones de dólares en 1970, esto es, más de 672 veces más. Los puestos de trabajo que se crearon entre 1940 a 1970 fueron de 3.837.000. Sólo en unas cosas se disminuyó considerablemente: en el analfabetismo, que en 1940 había el 18,7 por 100 habitantes y en 1970 se redujo al 3 por 100 habitantes, y en la criminalidad, casi reducida a la nada»[5].Concluyamos declarando que Franco no fue el dictador sanguinario que pretenden algunos, ni la España de Franco tan negra como la pintan. Franco derrotó la revolución anticristiana y conservó católica España durante décadas. Y todos los cristianos deberíamos felicitarnos por ello. Pese a quien pese y duela a quien duela. Y digan lo que digan todas las leyes hipocondríacas, liberticidas y revanchistas.
Luis Segura
[1] Pío Moa, en: http://www.piomoa.es/?p=6799 (página visitada el 1 de marzo de 2018).
[2] Isidro Gomá y Tomás, El Caso de España (1936).
[3] Pío XI, Firmissimam Constantiam (1937).
[4] Manuel Garrido Bolaño, Francisco Franco. Cristiano ejemplar (Azor, 1985) 157-158.
[5] Ídem, 130-131.