" El año pasado recibí una carta de un español que me contó su historia desde que era un niño. Nació como una mujer, una niña, y sufrió mucho porque sintió que era un niño, pero físicamente era una niña ... Él tuvo la operación ... Cambió su identidad civil, se casó y me escribió en una carta que sería para él un consuelo venir con su esposa: él, que era ella, pero es él. Y los recibí. Estaban contentos " .
COMENTARIO PERSONAL
La biología es clara. Una niña es una niña. El ser está por encima del sentir. Aunque se sienta un niño sigue siendo una niña. Y habría que ayudarla a aceptar y a valorar su propia identidad sexual y su personalidad. Pues pese a la operación sigue siendo una niña o una mujer (eso sí: una niña que no ha asumido que lo es; pero su pensamiento no cambia la realidad). No es un niño que, de serlo, se habría transformado en un hombre sino que es una niña que se ha transformado en una mujer.
No tiene sentido, pues, que una mujer (aunque se sienta hombre) hable de su "esposa" (la cual, en este caso, es una mujer). Se trataría de un "matrimonio" entre dos mujeres, una de las cuales se siente hombre y se opera para parecerlo.
Lo más grave, sin embargo, es que el Papa diga: "él, que era ella, pero ES ÉL". Francisco reconoce, EN ESTE CASO, como "bueno" y como normal y natural que una mujer es un hombre, dado que se siente como tal; y, por eso los recibe ... no para aconsejarles y decirles la verdad ... sino sólo al objeto de que estén contentos.
Pero no se complacen en la verdad, sino en la mentira; y, además, con el visto bueno del Papa ... como para aliviar así su conciencia y que no se preocupen. Es como si a un enfermo de cáncer le dijeras que es normal que tenga cáncer ... en lugar de procurar un remedio para su enfermedad antes de que se muera: ¡Y la muerte del alma es infinitamente peor que la muerte del cuerpo!
Una grave imprudencia -a mi entender- por parte del Santo Padre, por quien siento un gran respeto debido a su función, pero la palabra de Dios está muy por encima de nuestros pensamientos y sentimientos. Además, las "normas" han comenzado, casi siempre, por casos puntuales.
Si a él (o a ella) [personas concretas] les está permitida esa conducta, a todas luces, anormal ... ¿por qué no extender ese permiso a cualquier otro caso [concreto] semejante? ... Al final acaba considerándose como regla lo que comenzó siendo una excepción. Esto es algo que todos sabemos.
Y es que el criterio a seguir, tanto en éstos como en todos los demás casos, debe pasar siempre por el amor a la verdad, aunque eso conlleve sufrimiento. Éste es necesario (¡forma parte de la vida de cualquier persona!) y llevado por amor a Dios, por amor a Jesús, puede llevar, incluso, a la más alta santidad.
Le damos demasiadas vueltas a las cosas y las complicamos, con frecuencia, de modo innecesario ... cuando la realidad es mucho más sencilla, mucho más simple ... tan simple y evidente como darse cuenta de que lo que es, es; y lo que no es, no es. Eso es estar en la verdad; llamar a las cosas por su nombre: "Al pan, pan; y al vino, vino".
Por más que nos lo propongamos y lo intentemos, se trata de un esfuerzo en vano e inútil ... y además, sin sentido. Pues es lo cierto que "nada podemos contra la verdad sino en favor de la verdad" (2 Cor 13, 8). Un perro es un perro y no es un gato. Una niña es una niña y no es un niño. No se trata de un tema de cultura más o menos avanzada o de llegar a adquirir un mejor conocimiento de la realidad. No podemos cambiar el ser lo que somos. De intentarlo, saldremos siempre mal parados, pues la naturaleza tiene sus leyes que no pueden ser quebrantadas. Así lo ha dispuesto Dios, creador de todo cuanto existe.
Si yo, siendo un hombre me empeño en ser un mosquito o un elefante o un pájaro, tal empeño -de no ser una broma- indicaría que mi mente no funciona bien; sería necesario, con toda seguridad, ir a algún especialista, a ver si, con su ayuda, logro salir de esa situación tan absurda y enfermiza. He puesto ejemplos exagerados, pero para el caso es lo mismo.
Si fuéramos humildes, estaríamos en la verdad y aceptaríamos aquello que no podemos cambiar porque no depende de nosotros. Eso, además, nos llevaría de la mano al encuentro con Dios. Con relación a lo que sí es posible cambiar, nos puede venir bien recordar esas palabras de san Agustín: "Haz lo que puedas, pide lo que no puedas y Dios te ayudará para que puedas" ... por supuesto si lo que pides entra en los planes de Aquél que todo lo ha creado.
Esa sencillez, hecha vida de nuestra vida, ese amor por la verdad nos haría más libres. El amor (el verdadero amor, que proviene del Espíritu Santo) y la libertad (la verdadera libertad, que no la libertad para pecar, cuyo uso nos llevaría a la esclavitud) van siempre unidos, como bien sabemos:
"Dios es Amor" (1 Jn 4, 8). "Y el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5, 5), un Espíritu del que se dice: "Donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad" (2 Cor 3, 17).
En cambio, "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Conocer y seguir a Jesús es lo único que nos puede proporcionar la verdadera libertad: "Si permanecéis en mi Palabra, seréis en verdad discípulos míos; y conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32).El conocimiento, la aceptación y el amor de la verdad (la verdad sobre el mundo, sobre los demás, sobre nosotros mismos y sobre Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor Nuestro) eso es lo que nos dará la felicidad, esa felicidad que todos buscamos, pero para llegar a la cual no todos conocen el camino ... un camino que ya existe y es muy real: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6)
Por eso es tan importante encontrarnos con el Señor. En realidad, es lo único que merece la pena y es lo único, también, que nos puede hacer felices, ya aquí en la tierra, en la máxima medida en la que esto es posible ... y luego -y sobre todo- en el Cielo.
En nuestras manos está, pues su Voluntad es muy clara. Él sólo desea nuestro amor (el de cada uno) y que nos salvemos: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4), de manera que "los que se pierden es por no aceptar el amor de la verdad, que los salvaría" (2 Tes 2, 10). El amor de la verdad que no es otra cosa, en el fondo, sino el amor a Jesús, dado que Él dijo de Sí mismo: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6).
Sus Palabras son, por lo tanto, las que debemos escuchar y las únicas que nos deben importar: "Mis Palabras son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63). En definitiva, es Jesús mismo y sólo Él (su Espíritu en nosotros) quien puede saciar nuestro corazón: "Nos hiciste, Señor, para Tí y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Tí", decía san Agustín. Él tiene que ser el todo de nuestra vida. Más aún: debe de ser nuestra Vida, como lo era para san Pablo: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21).
Y no sólo lo era para san Pablo sino que Él, en Sí mismo, es la Vida: "Yo soy la Vida" (Jn 14, 6). Si estas palabras nos las creemos y nos las tomamos en serio, puesto que son Palabra de Dios, debemos saber que todo lo que nos aleje de Jesús conduce a la Muerte. Y todo lo que nos lleve a Él nos lleva a la Vida.
Por eso es tan importante seguir sus pasos y poner en práctica sus enseñanzas, lo cual será siempre posible, pues contamos con su ayuda, que nunca nos faltará, si ponemos todos los medios que Él ha dispuesto para nosotros, de modo que no nos extraviemos yendo por senderos equivocados. Éstas son sus palabras:
"Entrad por la puerta angosta,
porque ancha es la puerta y espaciosa la senda
que conduce a la perdición,
y son muchos los que entran por ella.
¡Qué angosta es la puerta
y estrecha la senda que lleva a la Vida,
y qué pocos son los que la encuentran!
(Mt 7, 13-14)
En definitiva -y una vez más- llegamos a la conclusión de que sólo unidos a Cristo, y a Cristo crucificado, es posible salvación ... lo cual no tiene que ponernos tristes (al asociar cruz con sufrimiento) sino que ha de ser un motivo e incluso la fuente de nuestra alegría, porque nos asemeja más a Aquél a quien amamos. ¿Y acaso no es el amor la causa de la verdadera alegría? Por si todavía no estamos convencidos del todo tenemos estas palabras de nuestro Señor:
Venid a Mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados,
que Yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros
y aprended de Mí,
que soy manso y humilde de corazón;
y encontraréis descanso para vuestras almas.
Pues mi yugo es suave
y mi carga ligera
(Mt 11, 28-30)
José Martí