Estoy retenido en mi celda durante unos días, porque me han aconsejado mis superiores que inicie un proceso de discernimiento acerca de mi postura crítica con algunas de las cosas que están pasando en Roma y en el resto de la Cristiandad. Mis opiniones sobre la Gala Met han resultado muy duras al caer en algunos oídos mentecatos de escasa sesera, provocando serias protestas entre los frailes más amantes de la actual situación eclesial y con ganas de escalar puestos, ahora que se va a celebrar el Capítulo Provincial. Como suele suceder, son tolerantes con el que piensa como ellos. Y acusan de intolerancia a todo el que discrepa de sus sabias argumentaciones. Esto no es nuevo.
Me he detenido a pensar en el avance que ha experimentado el vocablo discernir a lo largo de este Pontificado. Si le hubieran pagado al Vaticano derechos de autor por la promoción de tal verbo irregular, o le hubieran dado una comisión por ser creador de opinión con este concepto, no habría tenido necesidad de prestar los ornamentos sagrados para la Bendita Gala; habría bastado que el cardenal Ravasi -Gran Promotor-, se hubiera puesto un pendiente en la oreja y un tatuaje new age bajo el solideo, o que el jesuíta norteamericano Martin hubiera sacado de su armario el bikini.
Y es que discernir ha venido a convertirse en un sintagma esencial en la lingüística bergogliana y colectivos adyacentes.
Pero claro está que el susodicho palabro tiene que interpretarse en conexión con el nuevo paradigma que el Espíritu Santo impulsa en la Iglesia. Y como el nuevo paradigma consiste esencialmente en que lo que antes era pecado, puede que ahora lo sea y puede que no lo sea, discernir consistirá –también esencialmente-, en llegar a comprender que, en mi caso, no es pecado.
Esta teoría debe ser explicada con claridad. Los obispos alemanes la han comprendido muy bien. Y se van sumando más obispos, conforme va cayendo la arena en el reloj. Es impresionante la fidelidad de la Jerarquía. Pero como he dicho antes, ya ha venido a ser de uso habitual para los fieles de a pie, pendientes de la infalible locuacidad de Santa Marta.
Algunos de mis hermanos se han enfadado al explicar yo en el refectorio esta palabra, al tiempo que contemplaba mi plato de berzas cocidas y comenzaba a intentar discernir si me las comía de inmediato o comenzaba a pensar en un suculento filetón de Avila.
Por ejemplo, les decía yo a los frailes: Dos homosexuales muy católicos, viven juntos. O sea, que viven juntos. Se entiende. Y por las noches, después de rezar el Rosario en la sala de estar, pues siguen viviendo juntos. A la mañana siguiente tienen que ir a la Parroquia, porque es domingo y uno de los dos tiene que cantar a capella y el otro tiene que hacer la segunda lectura, ya que ambos son muy queridos en la parroquia. Son muy buena gente, ayudan a las ancianitas a cruzar la calle, saludan a sus vecinos en el mercado y venden tartas de manzana al acabar la misa. Llegado el momento de la comunión y ensimismados en la eucaristía, van a comulgar.
En ese momento algún tío vinagreta con tridente (o sea, tridentino), les recuerda que no se puede acceder en pecado a recibir el Cuerpo de Cristo. Entonces ellos, que son pareja estable, acompañados por un sacerdote preparado y de sobrada experiencia -siempre que no lleve tridente ni vinagretas, y sea más bien protodo-, disciernen que como son católicos de corazón, aman a Dios y anoche rezaron el Rosario e hicieron los dos juntos un master en una universidad de los jesuítas sobre la elegetebei …, efectivamente no sólo pueden acceder a la comunión, sino que deben hacerlo, porque el Espíritu Santo les ha ayudado a discernir. Y es que el Espíritu suscita sorpresas de Dios, como ya dijo Ciceroglio.
Esto es solamente un ejemplo, que cada cual tendrá que aplicarlo a su caso concreto. Pero supongamos que esta pareja discierne que no deben comulgar porque no está bien lo que están haciendo y viven en pecado. En esta situación, el párroco que los acompañaba, deberá instruirlos adecuadamente para que aprendan a discernir como Dios manda. Está claro que han discernido mal y habrá que enviarlos a un campo de reeducación. Si lo consigue, este sacerdote será inmediatamente promovido a Obispo de alguna Diócesis recalcitrante.
No es de extrañar que se convoquen vigilias de Pentecostés en las que se pida al Espíritu Santo que ayude a comprender estas situaciones homofóbicas. Con Obispos incluidos, como ilustra muy bien este artículo de adoración y liberación en Infovaticana.
Es una nueva suerte de Blasfemia que da color –color arco iris, que nunca falta-, a la Blasfemia General en que se ha metido gran parte de la Iglesia, mientras Francisco dice a los budistas que su espiritualidad es maravillosa y hay que conocerse mutuamente; o mientras “estudia” –decide manu militari- con los Obispos Chilenos quién debe poner su cabeza bajo la guillotina y debe hacer autocrítica, -como dicen ahora imitando a los marxistas de antaño-, para evitar que la haga el verdadero culpable de todo el embrollo que ha montado, ya-sabemos-quién-es. La autocrítica nunca la hace el Jefe, sino los que el Jefe designa.
Y es que, a fin de cuentas, discernir tiene ya un sinónimo, que es bergogliear. La definición, cuando la Real Academia se decida, podría ser algo así más o menos.
Bergogliear: Discernir en una postura la bondad o la maldad, optar por la maldad, y ejecutarla. Bergogliear quiere decir también explicar la bondad o maldad de un acto según el contexto: de una forma en una Audiencia General y de otra a los Obispos Alemanes. De un modo en una homilía y de otro a un director de periódico.
No sólo estamos ya ante el nuevo paradigma, sino ante una nueva formulación del viejo principio de la sindéresis: Discierne el Mal y sigue tu conciencia para evitar el Bien. Porque en este caso, lo que para otros es Mal, para ti es super-bien.
Fray Gerundio