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domingo, 27 de mayo de 2018

Conversando con Jesús: ¿Sueño o realidad? (3 de 5) [20 de 22] (José Martí)






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Jorge Bergoglio estaba aterrorizado. No podía negar nada de lo que Jesús le estaba diciendo, porque era la pura verdad; y se había quedado corto: las herejías en las que estaba implicado eran bastantes más de las que Jesús le había recordado.

Su falso concepto de misericordia [alejado de la verdad] había caído por los suelos. Había falsificado el Mensaje de Cristo; y ciertamente, pretendía pasar a la historia como el Papa que cambió el rumbo de la Iglesia hacia derroteros más modernistas. 

Se había considerado a sí mismo como intérprete del Espíritu Santo, cuando ese "espíritu" que él transmitía a los católicos no era, en realidad, sino sus propias ideas, su propio espíritu, ... , un espíritu mundano, que escamoteaba la Palabra de Dios, conforme a su criterio y a su visión de la realidad.

Pretendía hacer una reforma irreversible de la Iglesia, en contra de todo el Magisterio anterior de sus predecesores en el Papado. 

Pretendía hacer del Concilio Vaticano II el único Concilio definitivo, con menosprecio de los veinte concilios anteriores. 

Pretendía, en definitiva, adueñarse de la Iglesia e imponer sus propias reglas y su propio ideas, abusando de la autoridad que, como presunto vicario de Cristo, le había sido concedida. 

No contaba con el hecho (en el que no creía) de que el infierno era una realmente "real" (¡ahora sí lo sabía!) y que las almas de los inicuos no desaparecían ni se esfumaban; por el contrario, si no se arrepentían de corazón de sus pecados, serían condenados por toda la eternidad.

Había predicado que no hay verdades absolutas y que lo único importante era que cada uno actuara según su "conciencia" (no importando que ésta fuese errónea). 

Con este tipo de consideraciones, que eran -en realidad- un examen de conciencia, estuvo cavilando durante un buen rato (no sabría decir cuánto). La conclusión a la que llegó, sobre sí mismo, lo dejó fuera de combate. Había sido traidor a su misión. Había buscado sólo el aplauso de la gente. Había sido soberbio y no había atendido a los suyos, a los que el Señor le había encomendado, a los verdaderamente pobres y desvalidos, espiritualmente hablando. Ciertamente, su situación era lamentable. Y lo peor de todo es que, aun así, no acababa de dar su brazo a torcer: ¡El pecado de soberbia lo tenía hasta tal punto esclavizado que no entendía que nadie pudiera llevarle la contraria ... ni el mismo Señor! 

Abrumado por estos pensamientos, no sabía ya qué decir ... aunque no fue necesario, porque aquí intervino Jesús nuevamente:

- Mira, Jorge ... o si prefieres te llamo Francisco, presta mucha atención a lo que voy a decirte. Tendrás que tomar una decisión. Y esa decisión será definitiva. De lo que decidas dependerá el futuro que te espera: a bien a mi lado; o bien separado de Mí para siempre.

Balbuceando y como pudo, logró que de su boca salieron estas palabras, apenas audibles:

- Te escucho, Señor

Jesús lo miró. De nuevo volvieron a encontrarse sus miradas, pues Francisco, aunque angustiado, consiguió levantar la cabeza y abrir los ojos para mirarle. La mirada de Jesús era de una gran pena, pero estaba dotada de una seguridad indescriptible. Le atraía, porque veía en ella cariño auténtico, pero también ponía al descubierto toda su vida. Nada le era oculto. Nadie podía engañarle. Y esto le asustó. Se tapó los ojos, agachó la cabeza y se dispuso a escuchar:

- Lo que voy a decirte es de suma importancia. Pese a tus pecados, que son muy graves, Yo te sigo queriendo. Siempre ha sido así y seguirá siéndolo. Pero si quieres salvarte, es necesario que tú también me quieras y que me lo demuestres poniendo por obra todo lo que te diga. 
Continuará