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sábado, 19 de mayo de 2018

La anomalía del Vaticano II (comentado por José Martí)


El Magisterio Conciliar (Vaticano II incluido) es de por sí solemne o extraordinario y universal, tratándose de todos (moral y no matemáticamente) los Obispos (2500 en el Vaticano II) reunidos en Concilio bajo el Papa de manera no habitual sino excepcional: 

«Por lo que respecta al Vaticano II, sería absurdo negarle el carácter de Magisterio Concliliar, por tanto, Solemne, no Ordinario porque en ese caso se negaría el [hecho o la existencia del] mismo Concilio. […] Si una cosa es, no puede no ser». 
Es un hecho que el Papa convocó a todos los Obispos del mundo al Concilio Vaticano II, el cual existió (¿quién puede negarlo? Sólo una persona que viva fuera de la realidad), se desarrolló y se concluyó bajo la dirección del Papa y no fue impugnado por ningún Obispo residencial o que tuviera jurisdicción (ni siquiera por mons. Marcel Lefebvre ni mons. Antonio de Castro Mayer) ni por ningún Cardenal. Por tanto, canónicamente es un Concilio Ecuménico legítimamente convocado y promulgado. 
Pero he aquí la anomalía: este XXI Concilio Ecuménico se quiso que fuera, por primera vez en la historia (después de veinte Concilios Ecuménicos) exclusivamente “pastoral”, o sea, se quiso que se limitase a aplicar a los casos prácticos la doctrina de la Iglesia, sin definir ni obligar a creer ninguna verdad de Fe o de Moral. 
Por tanto, el XXI Concilio Ecuménico Vaticano II es, sí, Magisterio Solemne Universal o Conciliar, pero es Magisterio no dogmático y no infalible, excepto en los puntos donde ha vuelto a proponer la doctrina constante y universalmente profesada por toda la Iglesia (“quod semper, ubique et ab ominbus creditum est”) o cuando retomó dogmas ya definidos

En pocas palabras, la legitimidad del Vaticano II como Concilio Ecuménico (en cuanto a su convocación, existencia y promulgación) es distinta de la ortodoxia de su doctrina, así como la validez y legitimidad de la elección canónica de Pablo VI – Francisco I (sujeto Papa existente en acto) no se identifica con su ortodoxia doctrinal (objeto enseñado por ellos).

Mons. Gherardini escribe que el Vaticano II es realmente Magisterio Conciliar y por ello Solemne, pero no es infalible por cuanto no quiso ser dogmático
«Tiene [jurídicamente] los papeles en regla que lo hacen un auténtico Concilio y exigen que sea reconocido como tal. […]. La autenticidad conciliar le viene de la canonicidad de su convocación, de su celebración y de su promulgación. […]. Lo cual no declara de por sí la dogmaticidad de sus afirmaciones […], tratándose de un Concilio que, desde su convocación […], excluyó formalmente de su propio horizonte la intención definitoria»
El hecho de que el Concilio Vaticano II en cuanto al modo de enseñar sea Magisterio solemne o extraordinario no significa que ipso facto sea dogmático en cuanto a la doctrina enseñada o que haya querido definir y obligar a creer, gozando de la asistencia infalible de Dios

Es un hecho que el Vaticano II fue un Concilio Ecuménico convocado y promulgado por un Papa, pero es también un hecho que fue sólo pastoral y, por lo tanto, el paso del hecho de la existencia de un Concilio pastoral a su infalibilidad y obligatoriedad doctrinal no es válido, al no haber querido definir y obligar a creer lo que enseñó pastoralmente.
Robertus 
[Traducido por Marianus el Eremita]



COMENTARIO

 El artículo original titulado "¿Existe una “Iglesia Conciliar” sustancialmente distinta de la “Iglesia Católica”?" es mucho más amplio. Lo reproducido en este post es tan solo un apartado de dicho trabajo, el cual lo añado a este blog porque considero que puede dar indicios acerca del valor real del Concilio Vaticano II a aquéllos que no lo tengan claro. 

Toda ruptura con la Tradición, aunque sea fruto y consecuencia de algunos documentos del Concilio Vaticano II (como así es), debe de ser rechazada por el fiel pueblo cristiano, sin ningún tipo de remordimiento de conciencia, con la certeza de que está siendo fiel al Papado (y al querer de Dios), es decir, al depósito y a la doctrina recibidos desde hace ya casi dos mil años, así como a aquellos dogmas que han sido definidos explícitamente como tales, para ser creídos. 

Ningún Papa puede anular lo definido dogmáticamente, con la obligación de ser creído, por el Magisterio anterior. Pueden cambiar las circunstancias, pero la Palabra de Dios (¡estamos hablando de Dios Padre, manifestado en la Persona de su Hijo, Jesucristo!), esa Palabra no puede ser alterada ... y es siempre actual y aplicable a las distintas circunstancias de todos los tiempos y lugares. Y esto hasta el punto de que, como decía san Pablo, "aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciase un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8). "Si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema!" (Gal 1, 9).

En ese sentido, podemos estar tranquilos. El Papa no puede decir -con autoridad- nada que se oponga al Magisterio Precedente, pues es su misión la de conservar el depósito de la Fe que le ha sido encomendado. Por muy Papa que sea, ningún Papa puede alterar el depósito recibido: Francisco tampoco. De hacerlo sería anatema, es decir, hereje (aun cuando esto es algo que son los cardenales los que tienen que dirimirlo y no el simple pueblo cristiano, ya que no es esa misión de los seglares sino de la Jerarquía). 

La Iglesia católica no comenzó con el Concilio Vaticano II. Quien piense de esa manera es, en el mejor de los casos, un ignorante. No fue Juan XXIII ni Pablo VI, ni Papa alguno, quien dio su vida por nosotros, por amor y para hacer posible nuestra salvación: fue Jesucristo. Y esto no ocurrió hace cincuenta años sino que hace ya casi dos mil años.

Quien piense -además- que la Iglesia debe adaptarse al mundo y "acercarse" a la gente para "acompañarla", sin más, está en un grave error. El mundo necesita de Dios; y, en concreto, necesita de Jesucristo. Y si su Palabra se escamotea, se oculta o se falsifica, ya no es la Palabra de Dios, la única que puede salvarle.

No es suficiente con acompañar, sino hay que llevar a la gente a que conozca al Señor, pues sólo eso podrá hacerles felices, ya en esta vida. ¿Que a esto le llamamos "proselitismo"? Bueno, si es así, bienvenido sea el proselitismo. ¡Otra cosa muy distinta es coaccionar a los demás o adoctrinarles para que hagan lo que uno quiere que hagan! ... pero eso es sectarismo; y no tiene nada que ver con el hecho de hablarle a los demás de aquello que llena nuestro corazón, que es el amor al Señor. No tiene nada que ver una cosa con la otra.

¿O es que pensamos que da la mismo tener fe que no tenerla? ¿Que da lo mismo creer que Jesucristo es Dios que no creerlo? ¿Que todo se acaba cuando uno se muere o que existe un más allá y que tenemos una misión que cumplir mientras vivimos en esta tierra,  de cuyo cumplimiento tendremos que dar cuenta a Dios? Porque habrá un juicio. Y esto está en el Evangelio. No es invención mía personal.

La fidelidad a la Palabra de Dios no es rigidez sino obediencia y, por eso mismo, amor. Fue el mismo Jesucristo quien se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por amor a nosotros.  Y tal como Él procedió (Él, que es nuestro Maestro y nuestro amigo) así debemos proceder también nosotros y someternos a la voluntad de Dios, manifestada en las Sagradas Escrituras (particularmente en el Nuevo Testamento) y en la Tradición y en el Magisterio Perenne de la Iglesia ... con la seguridad de que actuar así no nos convierte en "pepinos avinagrados" ni en "corazones cerrados" u otras cosas por el estilo. 

Es justamente lo contrario: el contacto con Jesús produce en nosotros una alegría tal que el mundo no conoce. Por eso hay tanto vacío y tanta tristeza y aburrimiento en mucha gente: porque nadie les ha hablado del Amor que Jesucristo les tiene. Y tenemos los cristianos, en ello, una grave responsabilidad ante Dios, pues "lo que hemos recibido gratis, tenemos que darlo gratis" (Mt 10, 8). No nos los podemos quedar sólo para nosotros: "Que cada cual ponga los dones que ha recibido al servicio de los demás" (1 Pet 4, 10)

Esta sumisión a la Palabra de Dios, en Cristo (Ef 5, 21) es la que nos hace verdaderamente libres, porque el que ama desea estar sometido a la voluntad de aquél a quien ama, un amor que es siempre en reciprocidad. Cuando dos personas se quieren desean estar juntos, "depender" el uno del otro, "necesitarse" mutuamente.  Tal necesidad no es considerada, por ninguno de los dos, como una esclavitud, porque es eso lo que realmente quieren: estar juntos y vivir cada uno la vida del otro, en la medida en la que esto es posible en el amor humano (sí lo es en el amor divino-humano). 

Ese amor, que es lo que da sentido a sus vidas, sólo se aprende en el diálogo amoroso con Dios (en Jesucristo). Cuando esto ocurre, el amor se hace auténtico, pues proviene de Él y "es ese amor fuerte como la muerte" (Cant 8, 6). Al fin y al cabo, de Él venimos y hacia Él nos dirigimos: Hemos sido creados para amar y para ser amados. En el diálogo de amor con Jesús (diálogo de amor divino-humano) aprendemos a amar de verdad. Y es de ahí de donde se sacan las fuerzas para poder amar luego, de verdad, a los demás. 

Estando con Él y en Él, la vida es realmente hermosa.

José Martí