Hay muchas escuelas supuestamente católicas (digo muchas, no todas) que han sido las abanderadas del modernismo o, lo que es lo mismo, de la Iglesia del Nuevo Paradigma, desde hace más de cincuenta años. Los religiosos neoparadigmáticos no dudaron en cambiar la tradición y el carisma de sus fundadores por las novedades de la modernidad. La mayoría de esas órdenes religiosas (no todas) languidecen en una muerte lenta que prolongará su decadencia y su agonía hasta que desaparezcan. Hoy en día estas órdenes religiosas tienen más jubilados que miembros activos. Es lo que pasa cuando el sarmiento se separa de la Vid Verdadera, que es Cristo: que el sarmiento se seca y no sirve ya más que para echarlo al fuego.
Estos colegios modernistas – un día católicos – no molestan al mundo porque son del mundo. Son colegios intranscendentes en todos los sentidos de la palabra: intranscendentes por irrelevantes o insignificantes; e intranscendentes porque, en la mejor línea de la modernidad nietzscheana, han “enterrado” a Dios. Lo “católico” ya no es sustantivo y sustancial, sino adjetivo y cosmético. En poco o en nada se diferencian de cualquier colegio laico. En su lucha contra su propio pasado, contra su identidad y contra el sentido común, desprecian la tradición y abrazan cuantas novedades de última hora ofrecen las modernas corrientes pedagógicas. Lo moderno, la última moda, la última novedad psicopedagógica es acogida con fe de converso: el constructivismo, la enseñanza cooperativa, las experiencias de meditación orientalistas del estilo del yoga, el mindfulness o incluso el reiki; las inteligencias múltiples, la educación emocional, la eliminación del libro de texto y la incorporación de las tabletas (ya me dirán cómo se puede estudiar en una pantalla sin dejarse la vista en el intento)… Todo lo que suene a nuevo y moderno, es bueno. Todo lo tradicional, hay que eliminarlo por obsoleto. “La educación de antes ya no vale”. “Hay que adaptarse a los nuevos tiempos”. “No se puede seguir educando como hace cien años”.
¿Seguro? ¿Lo que tenemos ahora es mejor que la escuela que teníamos hace cien años? Por sus frutos los conoceréis.
La escuela modernista neoparadigmática no es católica. Es kantiana, marxista, fenomenológica o nietzscheana, pero no católica: no cree que se pueda conocer mediante la razón a Dios, al mundo o al hombre. Y si no se puede conocer la realidad porque tenemos la sospecha de que la realidad ni siquiera existe, ¿qué demonios vamos a enseñar? “Cada uno construye su propio conocimiento” porque la realidad es una construcción mental que cada persona va elaborando subjetivamente en su propia mente. Lo único que podemos conocer son los “fenómenos”.
Hay que fomentar experiencias (fenomenología) para que se pueda “sentir” a Dios. Nada de enseñar doctrina. Antiguamente, el Catecismo se enseñaba y se aprendía. Ahora prefieren que los niños no sepan nada y coloreen dibujitos fotocopiados. ¿Por qué? Porque no creen que haya nada que enseñar, porque no creen en la Santa Doctrina de la Iglesia, porque desprecian la Tradición. Porque “eso era antes”. “Ahora eso ya no vale para los nuevos tiempos”.
Pero dice San Pío X en la Pascendi (4):
Porque el concilio Vaticano decretó lo que sigue: «Si alguno dijere que la luz natural de la razón humana es incapaz de conocer con certeza, por medio de las cosas creadas, el único y verdadera Dios, nuestro Creador y Señor, sea excomulgado»(4). Igualmente: «Si alguno dijere no ser posible o conveniente que el hombre sea instruido, mediante la revelación divina, sobre Dios y sobre el culto a él debido, sea excomulgado»(5). Y por último: «Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos exteriores, y que, en consecuencia, sólo por la experiencia individual o por una inspiración privada deben ser movidos los hombres a la fe, sea excomulgado»(6).
Lo llamativo es que muchos de los experimentos que se han puesto en marcha los últimos años en nombre de la “nueva evangelización” parten de ese aserto explícitamente condenado en el Vaticano I y en la Pascendi de San Pío X. “Hay que suscitar experiencias de encuentro personal con Cristo, porque el cristianismo no es una doctrina ni una moral, sino un acontecimiento, un encuentro existencial…”.
“Magisterio” viene de “magister”: maestro. E implica que un maestro (el catequista) enseña y el discípulo (el catecúmeno) aprende. Y también se supone que hay algo que enseñar y algo que aprender. Pero los modernistas niegan la Doctrina porque niegan la razón como vía de conocimiento de la fe de la Iglesia. Ahora la fe se transmite a través de la “pastoral”, que debe suscitar experiencias, sentimientos: todo subjetivo, todo emotivo, todo vivencial. Porque para transmitir la fe hay que tener una experiencia de encuentro personal con Jesús. Pero, claro… ¿Cómo, cuándo, dónde? Y se organizan campos de trabajo, convivencias, meditaciones pseudobudistas tipo New Age… ¡Y no saben que Cristo está realmente presente en el Sagrario! Nadie se lo ha dicho: no lo saben. Porque quienes deberían enseñar a los niños a adorar a Cristo en el Santísimo Sacramento no tienen la fe de la Iglesia Católica y no creen en el dogma de la transubstanciación. Y para ellos, adorar al Jesús Sacramentado es perder el tiempo: ¡Con la cantidad de cosas que hay que hacer!
En muchos colegios neoparadigmáticos la apostasía ha llegado a suprimir la capilla o a prescindir de la presencia del Señor en el Sagrario de sus oratorios: “¿Para qué?”. En muchísimos casos, la Capilla del Colegio se arrincona en el lugar más inaccesible del edificio o se convierte en aula multiusos instalando ingeniosos sistemas de puertas correderas. “Así se aprovechan mejor los espacios”. “Es más práctico”. “Resulta más útil”: a una hora es capilla y a la siguiente se cierran las puertas correderas y ya tenemos una sala de conferencias, una clase polivalente o un salón de baile para impartir extraescolares. Así que más vale que el Señor no esté en esos Sagrarios (si es que queda Sagrario). Las puertas correderas son un invento del Maligno para despreciar a Dios, Nuestro Señor.
Cuando Cristo no es el centro del Colegio y no ocupa un lugar igualmente central en las dependencias del centro educativo, esa escuela deja de ser católica para ser otra cosa. Lo más importante no es Dios: es la persona, el alumno. Y así tenemos colegios “antropocéntricos”, puramente inmanentes, neoarrianos: creen que Jesús es un “modelo de persona”, un ideal a quien parecerse (aunque inalcanzable); pero no el Cristo de la fe: verdadero Dios y verdadero hombre.
Son pelagianos: ni creen en el pecado original ni en la necesidad de la gracia. Nosotros vamos a cambiar el mundo: ni más ni menos. Ahí es nada… Lo importante es “comprometerse” y realizar muchas campañas y apoyar a muchas ONGs. La gracia de Dios… ¿Para qué la necesitamos? Nosotros somos tan buenos que Dios no nos hace falta para nada. En todo caso, seguimos su ejemplo. Pero la Gracias de Dios, la acción del Espíritu Santo, que nos santifica… Eso era antes: cuando se confesaban los niños, cuando se les llevaba a misa regularmente, cuando se hablaba de Mandamientos y de esas cosas. Pero ahora ya no hace falta confesarse ni cumplir los mandamientos ni ir a misa ni nada de todo eso. Esto está anticuado. No es nada moderno. Antes era pecado divorciarse, pero ahora se divorcia todo el mundo y ya ha dejado de ser pecado. Lo importante es el compromiso social, el voluntariado, el comercio justo y la opción preferencial (política) por los pobres. Y así de los colegios neoparadigmáticos salen generaciones enteras de militantes comunistas, dispuestos a cambiar el mundo por la vía revolucionaria. Pero creyentes católicos, ni uno. Bueno… Tal vez salgan uno o dos que tienen padres católicos y los educan como Dios manda.
En la escuela modernista se ha cambiado la dirección espiritual por el coaching y el vivir en gracia, por un manual de autoayuda o un protocolo de calidad EFQM o ISO.
Las Escuelas Neoparadigmáticas, si no vuelvan a poner a Cristo en el centro, acabarán desapareciendo. Si las escuelas católicas no evangelizan, no sirven para nada. La escuela católica tiene que recuperar su sentido, si no quiere resultar irrelevante y perfectamente prescindible. Para recuperar su relevancia, la Escuela Católica tiene que volver a injertarse en Cristo, que es quien le da sentido y es su razón de ser. La Escuela Católica debe ser un lugar privilegiado de encuentro con Cristo, debe enseñar el camino de la santidad, debe educar en la piedad: amor a Dios y amor al prójimo. Sólo así volverá a encontrar su identidad: una escuela de santidad para conducir a los niños a Cristo.
Si no, mejor que cierren cuanto antes.
Pedro Lluis Llera