Es necesario añadir algunas notas a lo señalado en el post anterior:
- Aunque se crea que las beatificaciones-canonizaciones no son infalibles son un acto relevante dentro de la Iglesia. Entre otras cosas, propones como modelo a una determinada persona, y sus acciones y escritos pasan a tener una relevancia especial. Son tomadas, o pueden ser tomadas, como guía por otros católicos. No es un tema baladí.
- El tema de las beatificaciones-canonizaciones ya viene tocado desde la reforma de Juan Pablo II a comienzos de los 80. El 25 de enero de 1983 se publicó la Constitución Apostólica Divinus perfectionis magister, y las respectivas Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum del 7 de febrero de 1983, donde se simplificaban los procesos de canonización además de reestructurarse la propia Congregación. Durante su pontificado las canonizaciones fueron especialmente numerosas. De hecho, elevó a los altares a más santos que los diecisiete Papas anteriores.
- En toda beatificación (actualmente) estaría el proceso, propiamente dicho, donde se estudia al detalle la vida y obra del candidato y el acto solemne por el que es proclamado Santo.
- Incluso entre quienes opinan que las beatificaciones-canonizaciones son infalibles hay discusión sobre qué es lo que concede la infalibilidad, ¿el proceso? ¿el acto solemne?
- Es un tema relevante, porque si lo que confiere la infalibilidad es el acto solemne del Papa ¿por qué ha sido tradición estudiar tan al detalle la vida y obras de los candidatos? Y si lo que asegura la infalibilidad, en gran parte, es el estudio previo, extenso, detallado, minucioso ¿cómo afecta la relajación evidente en este tema? Dejo al margen el tema del culto.
- Juan Pablo II, suprimió de facto, la figura del “abogado del diablo”, esa persona encargada de “buscarle las cosquillas” a la persona que se proponía como Santo. Luego parece que se daba importancia al proceso en sí. No en vano, estaba comprometida la credibilidad de la Iglesia, la Fe de los fieles podía ser dañada y había que ser extremadamente cuidadoso.
- Con Francisco las beatificaciones-canonizaciones se han multiplicado exponencialmente pues en 5 años ha elevado a los altares a casi 900, por los menos de 500 de Juan Pablo II en un período de 27 años.
- En una situación de crisis permanente como vive la Iglesia desde hace décadas, necesariamente, debía abrirse otra vía de agua en esta parte del casco de la barca de Pedro.
Traigo a colación una entrevista a Roberto Di Mattei que plantea temas muy interesantes a este respecto:
P. ¿Usted opina entonces que los últimos Papas no han sido santos?
R. Permítame expresarme sobre un Papa al que, como historiador, conozco bien: Juan XXIII. Habiendo estudiado el Vaticano II, profundicé en su biografía y he consultado las actas del proceso de su beatificación. Cuando la Iglesia canoniza a un fiel no quiere solamente asegurar que el difunto está en la gloria del cielo, sino que lo propone como modelo de virtudes heroicas. Según los casos, se tratará de un perfecto religioso, párroco, padre de familia, etc. En el caso de un Papa, para ser considerado santo, debe haber ejercitado las virtudes heroicas en el cumplimiento de su misión como pontífice, como fue, por ejemplo, para San Pío V o San Pío X. Y bien, en lo que se refiere a Juan XXIII, alimento la meditada convicción de que su pontificado ha representado un daño objetivo a la Iglesia y que es imposible encontrar santidad en él, por lo tanto. Antes que yo lo afirmaba el dominico Innocenzo Colosio, uno de los mayores historiadores de la espiritualidad en los tiempos modernos, en un célebre artículo aparecido en la Rivista de Ascetica e mistica.
P. Si, como usted piensa, Juan XXIII no fue un Santo Pontífice y si, como parece, las canonizaciones son un acto infalible, nos encontramos frente a una contradicción. ¿No hay riesgo de caer en el sedevacantismo?
R. Los sedevacantistas atribuyen un carácter hipertrófico a la infalibilidad Pontificia. Su razonamiento es elemental: si el Papa es infalible y hace algo malo, la sede está vacante. La realidad es mucho más compleja y es errada la premisa según la cual cada acto del Papa es infalible. En realidad, si las próximas canonizaciones plantean problemas, el sedevacantismo plantea problemas de conciencia mucho mayores.
P. ¿En qué sentido, entonces, se puede hablar de infalibilidad de la Iglesia en las canonizaciones?
R. Estoy convencido de que sería un grave error reducir la infalibilidad de la Iglesia al magisterio extraordinario del Romano Pontífice. La Iglesia no es infalible solamente cuando enseña de manera extraordinaria, sino también en su Magisterio ordinario.
Pero así como existen condiciones de infalibilidad para el magisterio extraordinario existen condiciones de infalibilidad para el magisterio ordinario. Y la primera de ellas es su universalidad, que se verifica cuando una verdad de fe o de moral, es enseñada de manera constante a través del tiempo.
El magisterio puede enseñar infaliblemente una doctrina con un acto definitorio del Papa o con un acto no definitorio del Magisterio ordinario, a condición de que esta doctrina haya sido constantemente conservada y mantenida por la Tradición, y haya sido trasmitida por el Magisterio ordinario y universal.
La institución Ad Tuendam Fidem de la Congregación para la doctrina de la fe, del 18 mayo de 1998 (n.2) lo confirma. Por analogía, se podía sostener que la Iglesia no puede equivocarse cuando confirma constantemente del tiempo verdades conexas a la fe, hechos dogmáticos, usos litúrgicos. También las canonizaciones pueden entrar en este grupo de verdades conexas.
Se puede estar seguro de que santa Hildegarda de Bingen está en la gloria de los altares y puede ser propuesta como modelo, no porque haya sido solemnemente canonizada por un Papa, porque en su caso nunca existió una canonización, sino porque la Iglesia reconoció su culto, sin interrupción, desde su muerte. Con mayor razón, para los santos que tuvieron canonización formal, como San Francisco o Santo Domingo, la certeza infalible de su gloria nace del culto universal, en sentido diacrónico, que la Iglesia les ha tributado y no de la sentencia de canonización en sí misma.
La Iglesia no engaña en su magisterio universal, pero se puede admitir un error de las autoridades eclesiásticas circunscrito en el tiempo y el espacio.
P. ¿Quiere usted resumir su posición?
R. La canonización de Juan XXIII es un acto solemne del Soberano Pontífice, que proviene de la suprema autoridad de la Iglesia y que debe ser recibida con el debido respeto, pero no es una sentencia en sí misma infalible.
Para usar un lenguaje teológico, no es una doctrina de tenenda fidei, sino de pietate fidei. No siendo la canonización un dogma de fe, no existe para los católicos una obligación positiva de prestar asentimiento. El ejercicio de la razón, respaldado por un rigoroso reconocimiento de los hechos, demuestra con toda evidencia que el pontificado de Juan XXIII no ha sido beneficioso para la Iglesia. Si se debiese admitir que el Papa Roncalli ha ejercido, de modo heroico, las virtudes, cumpliendo su rol de Pontífice, se minarían las bases de los presupuestos racionales de mi fe.
En la duda me atengo al dogma de fe establecido por el Concilio Vaticano I, según el cual no puede existir contradicción entre la fe y la razón. La fe sobrepasa la razón y la eleva, pero no la contradice, porque Dios, verdad por esencia, no es contradictorio. En conciencia, mantengo todas mi reservas sobre este acto de canonización”
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NOTA1: Vemos que el “caso Angelelli” no es novedad, en cuanto a la confusión que genera su beatificación, aunque sea especialmente grosero proponer como modelo de virtudes cristianas a quien se dedicó a destruir la Iglesia desde dentro haciendo suya la ideología que se había propuesto erradicar a Cristo de la tierra.
NOTA2: El “caso Angelelli” pone sobre la mesa, de una manera desgarradora, ideas y debates que habían sido rechazados cómodamente al grito de “filolefebvrianos”. Cualquiera que hubiese expresado alguna duda sobre la conveniencia de elevar a los altares a Juan XXIII o Pablo VI era expulsado fuera de la Iglesia sin ninguna contemplación. Era irrelevante que no hubiese puesto en duda ni una sola de las verdades de Fe.
Quien que conozca un poco la historia del personaje sabe de la falsedad de esta beatificación lo que obliga, honestamente, a plantearnos, respecto a este tema, muchas de las ideas que se han dado por buenas las últimas décadas.
Capitán Ryder