Nuestro Señor Jesucristo ha confirmado solemnemente esta terrible revelación, y en el Evangelio nos habla catorce veces del infierno (1).
No trasladaremos aquí todas sus palabras, a fin de evitar repeticiones. He aquí las principales. No olvides, caro lector, que es Dios mismo quien habla y dice: “Pasarán el cielo y la tierra, pero mis palabras no pasarán”.
Poco después de su admirable transfiguración en el Monte Tabor, Nuestro Señor decía a sus Discípulos y a la muchedumbre que le seguía: “Si vuestra mano (es decir, lo que tenéis de más precioso) es para vosotros ocasión de pecado, cortadla: vale más entrar en la otra vida con una sola mano, que ir con dos al infierno, al fuego que no se extingue, donde no muere el gusano del remordimiento, y donde el fuego no cesará jamás…”
Hablando de lo que sucederá al fin de los tiempos, dice: "Entonces el Hijo del hombre enviará a sus Ángeles, quienes tomarán a los que habrán obrado mal para echarlos en el horno de fuego, donde habrá llanto y rechinar de dientes. El que tenga oídos para oír, que oiga".
Cuando el Hijo de Dios predice el juicio final, en el capítulo vigésimoquinto del Evangelio de San Mateo, nos manifiesta anticipadamente los términos mismos de la sentencia que pronunciará contra los réprobos: “Apartaos de Mí, malditos, id al fuego eterno” Y añade: “Y éstos irán al suplicio eterno”.
Los Apóstoles encargados por el Salvador de enseñar su Doctrina y completar sus revelaciones, nos hablan de una manera no menos explícita del infierno y de sus llamas eternas.
Recordaremos a San Pablo, quien predicando el juicio final a los cristianos de Tesalónica, les dice que el Hijo de Dios “tomará venganza en la llama del fuego de los impíos que no han querido reconocer a Dios, y que no obedecen el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo; quienes tendrían que sufrir a su muerte penas eternas lejos de la presencia del Señor” (2).
El apóstol San Pedro dice que los malos participarán del castigo de los ángeles malos, que el Señor ha precipitado en las profundidades del infierno, en los suplicios del Tártaro. Los llama “hijos de la maldición, a los cuales están reservados los horrores de las tinieblas”.
San Juan nos habla igualmente del infierno y de sus fuegos eternos. A propósito del Anticristo y de su falso profeta, dice: “Serán arrojados vivos al abismo abrasado de fuego y azufre, para ser atormentados noche y día por todos los siglos de los siglos” (3).
Finalmente, el apóstol San Judas nos habla a su vez del infierno, manifestándonos los demonios y los condenados “encadenados por una eternidad en las tinieblas, y sufriendo las penas del fuego eterno”.
Y en todo el decurso de sus inspiradas Epístolas los Apóstoles hablan continuamente del terror de los juicios de Dios y de los eternos castigos que aguardan a los pecadores impenitentes.
Después de tan claras enseñanzas ¿debemos maravillarnos de que la Iglesia nos presente la eternidad de las penas y del fuego del infierno como un dogma de fe propiamente dicho, de tal suerte que aquel que se atreviese a negarlo, o únicamente a dudar de él, sería hereje? (4)
Luego la existencia del infierno es un artículo de fe católica, del cual estamos tan ciertos como de la existencia de Dios.
Luego hay infierno.
Monseñor Segur
(1) ¡Como si nos hubiese hablado cuatrocientas! Monseñor Segur no entiende que en aquel tiempo no había grabadoras, como dice el superior de los jesuitas, por lo que en realidad estaba hablando de otra cosa. ¡Cualquiera sabe!
(2) Todo el mundo sabe que San Pablo no entendía el “discernimiento” ni la “misericordia”.
(3) También se equivoca San Juan. No son arrojados al infierno, simplemente desaparecen, que lo ha dicho Scalfaro, que se lo ha oído a un amigo.
(4) La Iglesia siempre lo ha enseñado, aunque ahora …parece que hay algunas dudillas.
(5) Este librito se publico con el Nihil Obstat correspondiente, como se hacían entonces las cosas: para que la gente supiese que la Iglesia le había dado el visto bueno y que lo que en él figuraba se ajustaba a Doctrina.
Los Apóstoles encargados por el Salvador de enseñar su Doctrina y completar sus revelaciones, nos hablan de una manera no menos explícita del infierno y de sus llamas eternas.
Recordaremos a San Pablo, quien predicando el juicio final a los cristianos de Tesalónica, les dice que el Hijo de Dios “tomará venganza en la llama del fuego de los impíos que no han querido reconocer a Dios, y que no obedecen el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo; quienes tendrían que sufrir a su muerte penas eternas lejos de la presencia del Señor” (2).
El apóstol San Pedro dice que los malos participarán del castigo de los ángeles malos, que el Señor ha precipitado en las profundidades del infierno, en los suplicios del Tártaro. Los llama “hijos de la maldición, a los cuales están reservados los horrores de las tinieblas”.
San Juan nos habla igualmente del infierno y de sus fuegos eternos. A propósito del Anticristo y de su falso profeta, dice: “Serán arrojados vivos al abismo abrasado de fuego y azufre, para ser atormentados noche y día por todos los siglos de los siglos” (3).
Finalmente, el apóstol San Judas nos habla a su vez del infierno, manifestándonos los demonios y los condenados “encadenados por una eternidad en las tinieblas, y sufriendo las penas del fuego eterno”.
Y en todo el decurso de sus inspiradas Epístolas los Apóstoles hablan continuamente del terror de los juicios de Dios y de los eternos castigos que aguardan a los pecadores impenitentes.
Después de tan claras enseñanzas ¿debemos maravillarnos de que la Iglesia nos presente la eternidad de las penas y del fuego del infierno como un dogma de fe propiamente dicho, de tal suerte que aquel que se atreviese a negarlo, o únicamente a dudar de él, sería hereje? (4)
Luego la existencia del infierno es un artículo de fe católica, del cual estamos tan ciertos como de la existencia de Dios.
Luego hay infierno.
Monseñor Segur
Notas del Capitán
(1) ¡Como si nos hubiese hablado cuatrocientas! Monseñor Segur no entiende que en aquel tiempo no había grabadoras, como dice el superior de los jesuitas, por lo que en realidad estaba hablando de otra cosa. ¡Cualquiera sabe!
(2) Todo el mundo sabe que San Pablo no entendía el “discernimiento” ni la “misericordia”.
(3) También se equivoca San Juan. No son arrojados al infierno, simplemente desaparecen, que lo ha dicho Scalfaro, que se lo ha oído a un amigo.
(4) La Iglesia siempre lo ha enseñado, aunque ahora …parece que hay algunas dudillas.
(5) Este librito se publico con el Nihil Obstat correspondiente, como se hacían entonces las cosas: para que la gente supiese que la Iglesia le había dado el visto bueno y que lo que en él figuraba se ajustaba a Doctrina.
Capitán Ryder