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miércoles, 13 de junio de 2018

Gnosticismo, antigua herejía ¿Cómo reaparece hoy? (Sandro Magister)




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El lenguaje del papa Francisco ya ha sido objeto de numerosos análisis, los cuales coinciden en reconocerle gran eficacia comunicativa. Pero hay dos epítetos que él aplica con frecuencia a sus adversarios internos en la Iglesia, pero que son incomprensibles para muchos: “gnóstico” y “pelagiano”.
No sólo eso. También los pocos que conocen el significado originario de estos dos epítetos encuentran que muchas veces Jorge Mario Bergoglio los aplica a lo contrario de lo que quieren decir.
Contundente es, por ejemplo, que él – en el libro-entrevista al sociólogo francés Dominique Wolton – aplique el término "pelagiano" directamente a Blaise Pascal, matemático, filósofo y hombre de fe del siglo XVII, quien estaba exactamente en las antípodas y que escribió esa obra maestra que son “Las Provinciales”, justamente para desenmascarar al pelagianismo, que efectivamente estaba presente en muchos jesuitas de su época.
En el documento programático de su pontificado, la exhortación "Evangelii gaudium", Francisco ha dedicado un parágrafo entero, el 94, a lo que para él significan estos dos epítetos.
Pero después lo ha utilizado siempre en un modo tan desenvuelto e intercambiable como para inducir incluso a la Congregación para la Doctrina de la Fe – en la reciente carta a los obispos "Placuit Deo" – a poner un poco de orden en la materia, diciendo en qué consisten realmente las dos “desviaciones” hoy presentes en la Iglesia, las cuales “se asemejan en algunos aspectos a dos antiguas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo”.
Pero de nuevo sin efectos apreciables sobre el discurso de Bergoglio, quien jamás da los nombres de los objetivos a los que aplica sus invectivas, sino que deja que cada uno se los imagine, por ejemplo, en la persona del cardenal Robert Sarah, también él veladamente calificado una vez de "gnosticismo" y otra vez de "pelagianismo", en el mismo modo – del todo inmerecido e impropio – que un Pascal.
En la nota que sigue a continuación, intenta aportar claridad en el uso de uno de los dos términos – el de "gnosticismo" – un teólogo estadounidense ya conocido por los lectores de Settimo Cielo, que han podido apreciar la carta abierta escrita por él al papa Francisco en el verano pasado: Thomas G. Weinandy, miembro de la Comisión Teológica Internacional, adjunta a la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe.
El padre Weinandy muestra cómo la disputa sobre el "neo-gnosticismo" no es para nada marginal, porque invierte la transición en proceso en la Iglesia Católica, transición puesta en movimiento por el papa Francisco y por algunos temida y criticada, por otros rápidamente perseguida.
La nota apareció el 7 de junio en la página web americana "The Catholic Thing" y aquí está traducida por entero.
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EL GNOSTICISMO HOY
por Thomas G. Weinandy, OFM, Cap.
Hoy se discute mucho sobre la presencia de un nuevo gnosticismo en el interior de la Iglesia Católica. Algo de lo que se ha escrito es útil, pero mucho de lo que se ha descrito como "revival" de esta herejía tiene poco que ver con su antiguo antecedente. Además, las atribuciones de esta antigua herejía a varias corrientes en el interior del catolicismo contemporáneo son en general erradas. Para llevar un poco de claridad a esta discusión sobre el neo-gnosticismo, es necesario ante todo una comprensión clara de qué fue en esencia el antiguo.
El antiguo gnosticismo se presentó en diversas formas y expresiones, muchas veces más bien retorcidas, pero con algunos principios esenciales bien distinguibles:
- En primer lugar, el gnosticismo sostiene un dualismo radical: la "materia" es la fuente de todo mal, mientras que el "espíritu" es el origen divino de todo lo que es bueno.
- En segundo lugar, los seres humanos están compuestos tanto de materia (el cuerpo) como de espíritu (que proporciona el acceso a lo divino).
- En tercer lugar, la "salvación" consiste en obtener el conocimiento verdadero, la "gnosis", una iluminación que permite progresar desde el mundo material del mal al reino espiritual, y por último a la comunión con la suprema divinidad inmaterial.
- En cuarto lugar, se han presentado diferentes "redentores gnósticos", cada uno de los cuales sostuvo que poseía ese conocimiento y que proporcionaba acceso a esta iluminación "salvífica".
A la luz de lo dicho hasta aquí, los seres humanos se dividen en tres categorías:
1) los "carnales" o "sarkici", prisioneros del mal en el mundo material o corpóreo e incapaces de recibir el “conocimiento salvífico”;
2) los "espirituales" o "psichici", son en parte confinados en la realidad carnal y parcialmente iniciados en el dominio espiritual (en el interior del "gnosticismo cristiano" son los que viven de la “fe” simple, porque no poseen la plenitud del conocimiento divino, no están plenamente iluminados y, en consecuencia, deben confiarse en lo que “creen”);
3) por último, están las personas capaces de iluminación plena, los "gnósticos", porque poseen la plenitud del conocimiento divino. Gracias a su conocimiento salvífico, pueden separarse completamente del malvado mundo material y ascender a lo divino.
Ellos viven y son salvados no gracias a la “fe”, sino al “conocimiento”.
Comparado con el gnosticismo antiguo, lo que ahora se propone como neo-gnosticismo en el catolicismo contemporáneo parece confuso y ambiguo, además de errado. Algunos católicos son acusados de neo-gnosticismo, porque supuestamente creen que se salvan porque adhieren a “doctrinas” inflexibles y sin vida y observan rigurosamente un “código moral” rígido y despiadado. Proclaman “conocer” la verdad y, en consecuencia, exigen que ésta sea afirmada y, sobre todo, obedecida. Estos “católicos neo-gnósticos” – se sostiene – no están abiertos al nuevo movimiento del Espíritu en la Iglesia contemporánea. Un movimiento, éste, definido frecuentemente como "el nuevo paradigma".
Ciertamente, todos conocemos a católicos que se comportan como si fuesen superiores a los demás, que ostentan su comprensión plena de la teología dogmática o moral para acusar a los demás de laxismo. No hay nada nuevo en este moralismo autojustificativo. Pero este sentimiento pecaminoso de superioridad entra propiamente en la categoría del orgullo y de por sí no es una forma de gnosticismo.
Sería justo llamar a esto “neo-gnosticismo” sólo si los así acusados propusieran un “nuevo conocimiento salvífico”, una nueva iluminación que se diferencia de la Sagrada Escritura como se la entiende tradicionalmente y de lo que es auténticamente enseñado por la tradición viviente del magisterio.
Pero esa acusación no puede ser formulada contra “doctrinas” que, lejos de ser verdades sin vida y abstractas, son las expresiones maravillosas de las realidades centrales de la fe católica: la Trinidad, la encarnación, el Espíritu Santo, la presencia real y sustancial de Cristo en la eucaristía, la ley de Jesús de amor a Dios y al prójimo reflejada en los diez mandamientos, etc. Estas doctrinas definen lo que era la Iglesia, lo que es y lo que será. Son las doctrinas que la hacen una, santa, católica y apostólica.
Además, estas doctrinas y estos mandamientos no son una forma de vida esotérica que someta a los individuos a leyes irracionales y despiadadas, impuestas desde el exterior por una autoridad tiránica. Más que nada, estos mismos “mandamientos” han sido dados por Dios, en su amor misericordioso, a la humanidad para asegurar una vida santa y a imagen de Dios.
Jesús, el Hijo encarnado del Padre, nos ha revelado además la forma de vida que debemos vivir mientras esperamos que venga su reino. Cuando Dios nos dice lo que no debemos hacer jamás, nos está protegiendo del mal, el mal que puede destruir nuestras vidas humanas, vidas que él ha creado a su imagen y semejanza.
Jesús nos ha salvado de la devastación del pecado a través de su pasión, muerte y resurrección, y ha infundido su Espíritu Santo precisamente para darnos el poder de vivir una vida auténticamente humana. Promoover este modo de vivir no significa proponer un nuevo conocimiento salvífico. En el gnosticismo antiguo, las personas de fe – obispos, sacerdotes, teólogos y laicos – las habrían definido como “psíquicas”. Los gnósticos las mirarían de arriba hacia abajo, precisamente porque no pueden reivindicar algún “conocimiento” único o esotérico. Están obligadas a vivir sólo de la fe en la revelación de Dios, tal como es entendida y fielmente transmitida por la Iglesia.
Los que hoy erróneamente acusan a los demás de neo-gnosticismo – cuando se confrontan con el núcleo de las cuestiones doctrinales y morales de la vida real – 
Proponen la necesidad de buscar personalmente lo que Dios querría que hagan. 
Animan a las personas a discernir, por sí solas, en el dilema moral en que se encuentran para afrontar en su contexto existencial la mejor línea de acción, es decir, lo que son capaces de hacer en ese momento dado en el tiempo. De este modo, la conciencia propia del individuo, su comunión personal con lo divino, determina cuáles son las exigencias morales en las circunstancias personales del individuo. 
Lo que enseña la Escritura, lo que Jesús ha afirmado, lo que la Iglesia transmite a través de su tradición viviente del magisterio es suplantado por un “conocimiento” más elevado, por una “iluminación” más evolucionada.
Si hay un nuevo paradigma gnóstico en la Iglesia de hoy, parecería precisamente que se encuentra aquí. Proponer este nuevo paradigma significa afirmar estar verdaderamente “in-the-know”, en “conocer” verdaderamente, tener un acceso especial a lo que Dios está diciéndonos como individuos aquí y ahora, aunque esto fuese más allá y pudiera incluso contradecir lo que Él ha revelado a todos los demás en la Escritura y en la tradición.
Es de esperar, al menos, que nadie que reivindique este conocimiento ridiculice como neo-gnósticos a los que viven simplemente de su “fe” en la revelación de Dios, como propuesta por la tradición de la Iglesia.
Espero que todo esto lleve un poco de claridad a la actual discusión eclesial sobre el gnosticismo “católico” contemporáneo, poniéndolo en el justo contexto histórico. El gnosticismo no puede ser utilizado como un epíteto contra esos fieles “no iluminados” que buscan simplemente actuar, con la ayuda de la gracia de Dios, como la enseñanza divinamente inspirada de la Iglesia los llama a obrar.
Sandro Magister