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jueves, 28 de junio de 2018

HIENAS Y LOBOS



Nos estamos ya acostumbrando a lo monstruoso o, al menos, estamos perdiendo la sensibilidad a la horrenda fealdad de ese pecado. 

Quedaron muy lejos los días en que la sociedad argentina se conmovía por las revelaciones sobre los depravados escarceos del mediático P. Grassi con algunos de los menores alojados en su orfanato. 

Ahora, la publicación de escarceos clericales es cosa de todos los días, literaliter. Y no hace falta recordar casos pasados. Al horror de lo sucedido en los hogares para niños sordomudos regentados por los padres del Instituto Próvolo tanto en Verona como en Mendoza, se sigue sumando un caso tras otro. 

En los últimos diez días nos hemos enterado de lo que hace ya tiempo se conocía en varios ámbitos: los prolongados abusos que varios miembros de la congregación de los Hermanos Maristas cometieron contra alumnos de sus colegio de Santiago de Chile. Los detalles de algunos hechos son escalofriantes. 

Y la semana pasada, el Vaticano decidió prohibir el ejercicio público del ministerio al cardenal Theodore McCarrick, arzobispo emérito de Washington, después que resultaran creíbles acusaciones de abuso sexual contra un menor, lo cual ha dado pie a ventilar papeles viejos y que aparecieran varias denuncias más de conducta sexual inapropiada con unos cuantos mayores, entre ellos sacerdotes y seminaristas (Ver aquíaquí y aquí).

Este purpurado tiene una relación especial con Argentina, país al que viajó en reiteradas oportunidad para ordenar sacerdotes del Instituto del Verbo Encarnado durante las épocas en que los obispos argentinos se negaban a hacerlo (ver, por ejemplo, aquí y aquí). 

Los padres de este instituto religioso eran muy cercanos al cardenal McCarrick, a quien asistían en sus desvelos pastorales proveyéndole de secretarios y, a cambio, contaron con su protección durante la época en que eran duramente cuestionados por su carácter conservador. 

Cuando McCarrick se retiró, eligió hacerlo al seminario que el Instituto del Verbo Encarnado tiene en la capital americana y residió allí hasta hace pocos meses. 

Lo que resulta no sólo llamativo sino también indignante es que el entonces Padre McCarrick haya sido nombrado obispo por Pablo VI, cuando ya estas denuncias circulaban y, peor aún, elegido por Juan Pablo II para una de las sedes más importantes de Estados Unidos y creado cardenal por el mismo pontífice. 

Todos estas revelaciones cotidianas dan la impresión que se está levantando tan solo una esquina de la alfombra que esconde una cantidad enorme de mugre clerical que jamás nos hubiésemos imaginado. 

Hemos caído en la cuenta que, entre nuestras filas, se pasean hienas con risas sensuales llenas de lascivia en busca de víctimas. Y lo hacen en ambos bandos, tanto el progresista como el conservador.

Esta situación tendrá consecuencias muy serias
Últimamente he debido oír fortuitamente conversaciones de personas “normales”, es decir, argentinos que seguramente están bautizados, que probablemente concurrieron a colegios católicos, que de vez en cuando van a misa y que mandan a catecismo a sus hijos. Decían: “Al final, la Iglesia no era más que una red de homosexuales”. “La iglesia católica debería desaparecer. Ya hemos visto a lo que se dedica”. “Iba a misa todos los domingos. No voy más y tampoco va mi familia. La iglesia era una mafia de abusadores”. Y otras cosas más por el estilo e igualmente de dolorosas.Así las cosas, la Iglesia católica ha quedado mucho más expuesta que antes a la persecución. 

Una de las murallas de defensa, quizás de las más fuertes, ha caído. Era la que estaba constituida por la inmunidad relativa que le daban sus innegables obras de caridad. Ahora resulta -piensa buena parte de la población atea o católica, o lo que fuera-, que los asilos de huérfanos o de minusválidos, que las escuelas y colegios, no eran más que la ocasión para congregar víctimas indefensas para saciar los apetitos depravados de los curas y las monjas.

Ante esto, según mi entender,  el Papa Benedicto cometió un error por exceso. Llamó a los lobos para que nos libraran de las hienas. Es decir, exigió que ante cualquier denuncia eclesiástica de abuso sexual, se diera parte de forma inmediata a la justicia civil, y con ella necesariamente a los medios de comunicación. ¿Qué más quieren éstos y aquellos para hacer daño en el redil? Estos lobos matarán probablemente a las hienas, pera también se llevarán consigo a muchos corderos.

Todo esto viene de perillas al demonio. Sería muy difícil que se emprendiera hoy una persecución a la Iglesia debido a que proclama que Jesús de Nazareth es el Hijo de Dios hecho hombre entre los hombres y redentor del género humano. A nadie le importa. En última instancia -dirán-, es un mito o una leyenda en la que cualquiera puede creer si así le place. 

Pero sí que se puede perseguir a la Iglesia por considerarla una institución dedicada a producir y encubrir abusadores sexuales de menores y mayores, a esquilmar a la gente pidiendo limosnas para mantener sus obras de caridad que no son más que nuevos gulags donde los pervertidos se pasean a sus anchas, a frenar los progresos necesarios y saludables de la sociedad, a ejercer sistemáticamente la violencia contra la mujer, a pregonar y afirmar como palabra revelada que la homosexualidad es una perversión y un pecado que debe ser condenado, a insistir que la sexualidad se ordena a la procreación y no al placer, y muchos disparates más que son totalmente inaceptables para la sociedad contemporánea. 

Estos motivos son suficientes hoy para desencadenar una persecución que, por lo demás, ya se está produciendo tímidamente. 

Hace pocos días una región de Australia aprobó la ley por la cual los sacerdotes están obligados a romper el secreto de confesión cuando se trata de abusos sexuales. Es decir, cualquier cura puede ir preso si no delata cualquier tipo de abuso sexual del que se entere bajo sigilo sacramental. 

En Irlanda, por otro lado, se han comenzado a levantar voces advirtiendo que bautizar infantes es una violación de los derechos humanos.

Quizás esa última persecución de la que han hablado los profetas y exégetas esté provocada por la misma Iglesia. 

Ni siquiera existirá el consuelo de saberse perseguidos porque se guarda la verdadera fe o porque se rehúsan a quemar incienso delante de los dioses. 

No. Será una persecución más sutil y desconcertante. Los católicos serán perseguidos por afirmar y adherir a una institución divinamente fundada, madre nutricia a través de la cual reciben la salvación que, a los ojos del mundo, se revela no más que como una perversa organización reaccionaria que, en el fondo, no es más que un juntadero de pervertidos. 

The Wanderer