Ahora que hasta el vaticanista John Allen, nada sospechoso de pertenecer a la despreciada caterva de los ‘conservadores’, empieza a advertir que el mensaje del Papa debe juzgarse más por lo que hace que por lo que dice, más por lo que sugiere y aun por lo que omite que por lo que declara, quizá sea más fácil analizar el confuso entramado de la ‘renovación’ que promete este pontificado.
En Infovaticana hemos señalado en muchas ocasiones esta buscada ambigüedad, este adaptar cada mensaje a la audiencia del momento, pero nos proporciona cierto alivio cuando voces tan señeras, informadas y poco cercanas como la de Allen confirman lo que vemos.
Dice Allen en Crux:
“En otras palabras, sólo en los últimos meses hemos tenido varios casos claros en los que Francisco se ha impuesto prácticamente contra el juicio de una iglesia local, al menos sobre cuestiones específicas, emitiendo órdenes y trazando líneas en la arena para luego insistir en que se le obedezca. La ironía, por supuesto, es que Francisco es también el Papa que está todo el rato predicando sobre la necesidad de una “sana descentralización” del catolicismo, y al que le encanta insistir en que Roma no es la que tiene que responder a todas las cuestiones que se plantean en la Iglesia”.En esta semana pasada, los católicos ortodoxos que sufren en silencio cada vez que Su Santidad abre la boca pero que no reconocerán ni bajo tortura, han lanzado un gigantesco suspiro de alivio al leer las declaraciones de Francisco ante Forum Familia, una organización de la que forman parte 25 asociaciones italianas pro vida, comparando el aborto con “lo que hacían los nazis”, calificándolo de “atrocidad” y asegurando que la familia la forman solo “hombre y mujer”.
¡Albricias, el Papa es católico!
Eso último parece, además, un modo de zanjar cualquier duda que haya podido surgir últimamente sobre la actitud de la Iglesia sobre la homosexualidad.
El problema es que, como advierte Allen, no sería la primera vez que despliega un doble mensaje ni, añadimos nosotros, que ajusta un tanto lo que dice al público al que se dirige.
Es, ciertamente, difícil prestar una mínima atención al panorama eclesial sin advertir que el asunto de la homosexualidad está por todas partes, y no siempre, ni siquiera habitualmente, tratado con esa claridad tajante, muy al contrario.
Por ejemplo, ¿por qué Roma no sólo mantiene al jesuita Padre James Martin como asesor vaticano sino que, incluso, lo invita al Encuentro Mundial de las Familias a celebrar en Irlanda, pese a su obsesiva atención a los LGTB, con planteamientos difíciles de armonizar con lo que afirma el Catecismo de la Iglesia Católica?
Más: ¿Por qué estas siglas -LGTBI-, que no son neutras sino representativas de grupos de presión que quieren hacer de la orientación una ‘identidad’, se han ‘colado’ en el documento preparatorio del próximo Sínodo de la Juventud? Adoptar ese nombre no es baladí; equivale a aceptar la filosofía en que se apoya. La claridad en los términos es esencial para la claridad de los conceptos.
¿Por qué parece buscar como colaboradores a tantos homosexuales o figuras acusadas de encubrir o haber encubierto a sacerdotes pedófilos?
Carlos Esteban