Viendo el debate entre providas y abortistas que se ha desarrollando en la Cámara de Diputados, no puedo dejar de pensar en la última frase de Chesterton. Según Maisy Ward, “La cuestión es bien clara ahora. Es entre la luz y la oscuridad, y todos deben elegir en qué lado están”.
Y es que el contraste es impresionante. En los breves 7 minutos otorgados a cada intervención, en el alma de cada ponente, en sus rostros, parece concentrarse de modo físico el bien en unos casos, el mal en los otros. Es tal el espesor, la densidad de estas opciones, que uno se siente tentado a pensar en un Juicio Final adelantado, cifrado en una opción fundamental: a favor o en contra de la vida, o de la Luz, o del Bien. Opción que se parece a un acto de fe. Siempre me llamó la atención que cuando Cristo resume la pauta de la salvación eterna, recurre al menos “activo” de los actos: “Quien no cree ya está juzgado”.
Quien vea el debate, y animo a todos a hacerlo, encontrará de un lado mayormente personas admirables, que escriben las ponencias con su propia sangre: padres adoptivos de discapacitados, hijos producto de violaciones que agradecen a sus madres no haber recurrido al crimen, mujeres que han abortado hoy abiertas en dos por la pena y el arrepentimiento. Mujeres que han llevado un embarazo con el bebé y el cáncer a cuestas. Heroísmo a fuego blanco, en un tiempo de tibieza. A veces hay en los expositores como un olor de santidad y de destellante claridad, y uno se dice “la mejor gente está acá, en este momento”. Cuando la integridad moral se encarna en Seriedad, se martiriza en testimonio de la razón, brota esta luz, esta joya de la moral que son las virtudes. Aun en la Cámara de Diputados.
Por el otro lado, un abismo de negrura, que justifica la frase de Peter Kreft: “han invertido sacrílegamente el sentido de la frase Esto es mi Cuerpo”. El núcleo de los cientos de intervenciones a favor de la ley consiste en el repudio de la propia naturaleza y la reivindicación de la voluntad desnuda y omnímoda expresada en el derecho a abortar. Se niegan a los argumentos científicos, a la evidencia, a los propios principios liminares de los derechos humanos. Asombra y causa espanto la ausencia de dudas en el lado oscuro, los argumentos siniestros y perversos, hasta que se entiende, casi en una impresión táctil, que hay algo duro, frío y cerrado a toda luz de la razón. Es la elección del mal, casi en una inversión de la sindéresis que la metafísica declara imposible pero que puede sintetizarse en el himno de las célebres brujas: “lo bueno es lo malo, lo malo es lo bueno”. También en la mayoría de estas intervenciones, se intuye y frecuentemente lo confirman expresamente las expositoras, que están escritas con sangre, pero la de sus hijos. El remordimiento, ahogado en una fuente de sangre, sigue burbujeando.
Una palabra para el iniciador de este proceso, ese Kerensky de country: La concentración del bien y del mal no deja lugar a las jugadas oportunistas, a las fullerías de tahúr barato y a las maquiaveladas de salón. La prescindencia se pagará, probablemente pronto, y la sangre no paga sino con un campo de sangre.
Ludovicus