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lunes, 23 de julio de 2018

Acusan de malversación al arzobispo de Catania (Carlos Esteban)



El Arzobispo de Catania, famoso por su defensa a ultranza de la inmigración ilegal, ha sido acusado de malversación por la policía financiera. Un caso más del evangélico “que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha".

De los aires que corren en la Iglesia, de ese inasible giro cuya dirección advierte cualquiera pero que resulta tan difícil de concretar en declaraciones tajantes y claras, no es sólo alarmante que tome la forma específica de cesión a las cambiantes corrientes ideológicas del Mundo -permítanme las mayúsculas-, o que haya hecho de la confusión doctrinal nuestra realidad cotidiana. También se ha contagiado esta supuesta ‘renovación’ de otro rasgo imperante en el panorama secular: que lo que vale es lo que se declare, no lo que se haga.

Lo vemos tan a menudo que ya aburre hacer el recuento, desde la Iglesia que se quiere pobre pero no a los inmigrantes para los que se pide albergue a los particulares sin que quien lo pide enseñe con el ejemplo, hasta la descentralización eclesial combinada con fulminantes decretos en cuestiones locales o la misericordia irenista y pueril hacia los de un lado que se compatibiliza con una intransigencia rayana en la crueldad con los del otro.

Que tu mano izquierda, en fin, no sepa lo que hace tu mano derecha pero en el peor sentido posible.

Salvatore Gristina, Arzobispo de Catania, se ha distinguido desde hace algún tiempo por su defensa a ultranza de la entrada irrestricta en Italia de inmigrantes ilegales africanos, y no es fácil distinguirse en algo en lo que parece coincidir tanto la Curia de Francisco como la abrumadora mayoría de la Conferencia Episcopal Italiana. Su Opera Diocesana Assitenza (ODA) ha sido clave en la ayuda a decenas de recién llegados por mar a Sicilia.

Pero la policía financiera acaba de acusar al arzobispo de malversación en relación, precisamente, con la administración de la ODA, mediante simulación de contrato. Se habla de 260.000 euros.

Habrá, naturalmente, que esperar al desarrollo del caso. En cambio, en el caso del conocido sacerdote Giorgio De Capitani, no hay que esperar para preguntarse dónde está su obispo cuando el amable párroco pide públicamente que maten a Donald Trump. De Capitani se hizo célebre durante el mandato de Silvio Berlusconi, a quien llamó en su momento de todo menos bonito.

Naturalmente, estar en desacuerdo con el Gobierno es perfectamente legítimo, incluso obligatorio en ocasiones, como lo es emplear un lenguaje duro. Pero animar al asesinato quizá no sea lo más caritativo del mundo, como llamar ‘idiotas’ a Beppe Grillo y Matteo Salvini, entre otras lindezas más difíciles de traducir en su colorido italiano.

Carlos Esteban