La encíclica, asegura AP, tenía como objetivo incitar a la acción en la Conferencia del Clima de París de 2015. De hecho, en este tercer aniversario Francisco ha urgido a los líderes mundiales a que se comprometan con lo acordado en los Acuerdos de París, formados por 195 países, aunque debilitados por la salida de Estados Unidos de los mismos, anunciada por Trump en 2017.
Su Santidad, que nunca ha ocultado su preferencia por los organismos supranacionales, subrayó también que organizaciones tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial podrían desempeñar un papel esencial promoviendo reformas que conduzcan a un desarrollo sostenible, el ‘mantra’ del momento que pocos aciertan a definir de modo concreto.
“Nos duele ver las tierras de pueblos indígenas expropiadas y sus culturas destruidas por estrategias predatorias y por nuevas formas de colonialismo, alimentadas por la cultura del derroche y el consumo”, añadió Su Santidad.
Conviene señalar que “indígena” no diseña, en ningún caso, los pueblos originarios de Europa, la destrucción de cuya cultura no es algo que deba doler a nadie.
“La civilización -ha recordado el Santo Padre- exige energía, pero el uso de la energía no debe destruir la civilización”.
La relación que puedan tener estas urgentes y repetidas demandas de Su Santidad con su misión específica de líder de los católicos es, para muchos, misteriosa, especialmente cuando parecen ocupar una parte desproporcionada de su tiempo, energía y preocupación en un momento en que la Iglesia no atraviesa, precisamente, su época más brillante y reposada.
Carlos Esteban