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viernes, 13 de julio de 2018

El pecado, causa de todos los males (José Martí)

La causa de todas las injusticias y de la pobreza (entendida como miseria) es el pecado: ¡no le demos más vueltas!  San Pablo llamaba al pecado "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7). ¿Para qué vino Dios al mundo, y se encarnó en la Persona del Hijo, sino para librarnos del pecado y hacer así posible nuestra salvación, si nosotros lo aceptábamos?: "Sobre el madero cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo, para que muertos al pecado, viviéramos para la justicia, con cuyas heridas habéis sido sanados" (1 Pet 2,24). 

Y siendo esto de tanta trascendencia e importancia capital, hoy apenas si se habla del pecado: incluso hay quien lo niega abiertamente. Y hay muchos que, aunque no lo niegan, no le conceden demasiada importancia. Dios, en cambio, piensa de otro modo acerca del pecado (y en concreto, acerca del pecado original). Dice San Pablo que "nuestro Señor Jesucristo se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo malo, según la voluntad de nuestro Dios y Padre" (Gal 1,4).


De donde se desprende que el pecado original que hirió de muerte a toda la humanidad, y con el que todos nacemos, tiene mucha más importancia de la que le concedemos y de la que pensamos... a menos que consideremos (lo que, por desgracia, está ocurriendo) que la verdad acerca de las cosas es lo que nosotros pensamos de ellas ... pero esto es falso de toda falsedad. ¡El azúcar es dulce!...Esto es real. Si yo digo que el azúcar es dulce estoy en la verdad. Si digo que no es dulce estoy en la mentira. Es así de sencillo. Y ya sabemos quién es el padre de la mentira: Lucifer, el Diablo. ¿A quién le vamos a hacer caso, a Dios o a Satanás? ¿A lo que se le ocurre a cualquiera o a lo que Dios nos ha revelado en Jesucristo?



Malo es ser pecadores (y nadie hay que no lo sea) pero Dios es misericordioso y nos perdona"Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida en Cristo" (Ef 2,4-5) ...siempre que reconozcamos nuestros pecados, como tales pecados, y nos arrepintamos de ellos"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que TODO EL QUE CREA EN ÉL no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16). 


De modo que se requiere de una condición "sine qua non" para que los pecados puedan ser perdonados, pues no todo pecado se perdona"Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero(Mt 12, 31-32). Estas palabras son duras, pero son verdad, pues han sido pronunciadas por Jesucristo, que es Dios y que es puro Amor... así que el problema no está en Dios, sino en el retorcimiento de nuestra voluntad, cuando queremos hacer blanco lo que es negro, y al revés. El pecado que no se perdona es aquel que no se reconoce como tal pecado, sino que incluso se alardea de cometerlo. Es la nueva caída en el pecado de Adán ante la tentación diabólica: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3,5). Una tentación tan vieja como la humanidad y en la que se sigue cayendo, porque el hombre quiere decidir, por sí mismo, lo que es bueno y lo que es malo. Es la tentación de soberbia: el hombre no admite que exista un Dios que le diga lo que está bien y lo que está mal


Ante el requerimiento de amor por parte de Dios, la respuesta de muchos es el rechazo. Frente a la sencillez y a la humildad, frente al amor a la verdad, se elige la mentira y la soberbia. El hombre es quien decide lo que está bien y lo que no lo está. Dios es un mito: Bien, pues éste es el pecado contra el Amor, el pecado contra el Espíritu Santo, el pecado que ni siquiera Dios puede perdonar, aunque quiera, porque al crearnos nos hizo libres, con verdadera libertad... Y lo hizo así porque verdadero es el amor que nos tiene (a cada uno) ... Y dado que el amor, para serlo de verdad, ha de ser libre, y no se puede imponer, Dios nos creó libres, con verdadera libertad, para que verdaderamente pudiéramos amarlo. El amor precisa siempre de un yo y un tú, nunca es unilateral, sino que es recíproco. Y si no es así no puede hablarse de amor


El problema reside, pues, en que podemos hacer mal uso de nuestra libertad. En razón precisamente de haber sido creados libres podemos también rechazar el amor de Dios y no querer saber nada de Él. Dios nos da cada día, en cada instante, la posibilidad de cambiar y de volvernos a Él. Pero tenemos sólo esta vida para hacerlo. Pensamos que, eligiéndonos a nosotros mismos, vamos a ser más felices. Esto es un grave error y un engaño del Maligno. Pero si caemos (¡no lo olvidemos!) es porque, en el fondo, queremos caer: nadie es engañado que no quiera ser engañado. Dios no lo permitiría "Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13)


Teniendo en cuenta la naturaleza del amor, que es siempre bilateral, y siendo Dios esencialmente Amor, es imposible tener parte con Dios si rechazamos, hasta el final de nuestra vida, su ofrecimiento amoroso. De modo que no es por voluntad de Dios, sino por propia voluntad, por lo que se hace imposible el perdón de este tipo de pecados.



Me vienen a la mente aquellas palabras que María Magdalena dirigió a dos ángeles cuando estaba junto al sepulcro vacío, llorando, porque no estaba allí Jesús. Viéndola llorar ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?" . Y ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto" (Jn 20:13). Era el suyo un llanto de amor, llanto que provocó que Jesús mismo se le hiciera presente: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (Jn 20:15). Ella pensó que era el hortelano y le dijo: "Señor, si te lo has llevado tú dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré"(Jn 20,15). Ante esas palabras, Jesús se conmovió y le dijo: "¡María!" (Jn 20,16a). ¡Con qué cariño serían dichas esas palabras es algo que ni siquiera podemos imaginar! Fueron palabras dirigidas al corazón de María Magdalena, quien no tuvo ya ninguna duda acerca de que se hallaba en presencia de Jesús. Y exclamó: "¡Rabboni!", que quiere decir:  "¡Maestro!" (Jn 20, 16b)


El Señor se deja ver siempre por aquellos que le aman de verdad y que le buscan con un corazón sincero; por aquellos que lloran su ausencia, porque ninguna otra cosa les puede consolar. La realidad que vivimos hoy en día es la de ausencia de Dios. Y, además, no sabemos dónde lo han puesto, no sabemos dónde se encuentraLa crisis actual afecta no sólo al mundo sino también a la Iglesia"El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia" -dijo el Papa Pablo VI hace ya más de 40 años (el 15 de noviembre de 1972). Esas palabras tienen hoy aún más actualidad que cuando fueron dichas. San Pedro, en su primera carta, ya nos advertía de ello: "Vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quién devorar" (1 Pet 5,8b). 


Pero nos daba también la solución: "Descargad sobre Él (es decir, sobre Dios) todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros. Sed sobrios y vigilad" (1 Pet 5,7-8a), recomendaciones que coinciden, como no podía ser de otra manera, con las que nos daba el mismo Señor: "Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mt 26,41). "Llevad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera" (Mt 11, 29-30).


En la Sagrada Biblia; y de modo especial en el Nuevo Testamento, tenemos la respuesta a todos nuestros problemas personales, y a todos los problemas del mundo y de la Iglesia. El verdadero problema es que no nos lo acabamos de creerNos falta fe. María Magdalena tenía esa fe y ese amor hacia Jesús, al que Jesús no podía menos que responder con un amor mayor, dejándose ver por ella; y ella fue entonces a comunicárselo a los apóstoles: "¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas" (Jn 20, 18b). 


El mundo y la Iglesia necesitan de la oración, clamorosa y ardiente, con abundantes súplicas y lágrimas, de todos los cristianos, en unión con Jesucristo y con su verdadera Iglesia, mediante el Espíritu Santo. Sólo Jesucristo -y nosotros con Él- es quien vence al mundo: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15,5) ¡Tremendo y maravilloso misterio es éste del Cuerpo Místico de Cristo, por el que formamos con Cristo un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza y nosotros los miembros! (ver 1 Cor 12, 12-31). Por eso decía San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24). 


Como siempre, la Cruz por amor y en unión con Jesucristo, es nuestra única salvación. Podemos tener la seguridad de que, si nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos provienen de un verdadero amor al Señor, Él se nos manifestará, de alguna manera, y se dejará ver, como hizo con María Magdalena: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). 


Eso sí: es preciso que estemos siempre vigilantes; y ayudar a los demás a hacer lo mismo ... porque viendo la situación de crisis actual no sólo del mundo, sino de la propia Iglesia en su misma Jerarquía, podríamos preguntarnos, razonablemente, si es que no estaremos asistiendo ya al final de los tiempos, ése del que "no sabemos ni el día ni la hora" (Mt 24,36) y del que Jesús dijo: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc 18,8), aunque ése es otro tema del que, probablemente, hablaremos en otra ocasión.

José Martí