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viernes, 17 de agosto de 2018

El Papa se resiste a apartar a Wuerl, cardenal arzobispo de Washington DC (Carlos Esteban)



Donald Cardenal Wuerl, arzobispo de Washington, ya ha anunciado que no va a renunciar. Más aún, ha contratado un equipo que elabore una página web en su defensa, pagada con los fondos de la diócesis, que se ha encontrado con una reacción tan multitudinaria e indignada, que ha habido que retirarla.

No, Wuerl no renuncia, aunque deba su cardenalato y su arzobispado en buena medida a su mentor y amigo el ex cardenal McCarrick, que pasó toda su carrera abusando de jóvenes seminaristas y sacerdotes y, ocasionalmente, menores de edad, algo que sabía todo el mundo en su entorno salvo, al parecer, sus más íntimos colaboradores.

No, aunque se siente en la Congregación para los Obispos y sea quien recomienda el nombramiento de prelados para la Iglesia de Estados Unidos.

Se queda, aunque en el informe recién hecho público por el gran jurado de Pensilvania, que describe en estremecedor detalle un panorama desolador de abusos continuados y masivos en lo que quizá sea el peor escándalo de este género en la historia de la Iglesia, su nombre aparezca citado 169 veces.

Se queda, aunque haya quedado plausiblemente explicada su responsabilidad en el encubrimiento de sacerdotes acusados de los peores abusos a menores, en el pago de ‘silencios’ a los mismos perpetradores, en decenas de casos de ocultación.

Se queda, aunque su marcha sea absolutamente necesaria, incluso si fuera inocente como un lirio, para empezar una necesaria purga que devuelva la confianza de los fieles americanos en su episcopado.

No, aunque haya declarado que no es para tanto, que no estamos ante un escándalo tan grave, y aún pretenda liderar la cura a esta enfermedad. No, Wuerl no presentará la renuncia.

Por otra parte, no es necesario: Wuerl tiene 77 años, lo que significa que Su Santidad tiene encima de la mesa su renuncia firmada desde hace dos años. El Santo Padre no tendría que hacer otra cosa que aceptarla.

De hecho, el gran misterio es ese: ¿a qué espera Francisco para deshacerse de Wuerl? ¿Por qué el Vaticano parece incapaz de reaccionar con una mínima contundencia ante el clamor de millones de fieles y la indignación y el escándalo de todo ellos?

¿Colegialidad? ¿Respeto por la autonomía de las iglesias nacionales? Quitando que no es un caso menor, sino tan grave que pide a gritos la intervención de Roma, nos consta que Su Santidad no tiene el menor reparo para remover a cualquier obispo o superior de su puesto cuando lo considera oportuno. Solo que, aparentemente, solo lo considera oportuno en dos ocasiones: cuando el prelado en cuestión critica sus políticas o cuando la situación se vuelve lo bastante peligrosa como para perjudicar su propia imagen.

Lo vimos en La Plata, cuando aceptó inmediatamente, casi con prisa, la renuncia rutinaria por edad del ordinario, Héctor Aguer, para instalar en su lugar a su buen amigo y colaborador Victor Manuel ‘Tucho’ Fernández.

Lo habíamos visto antes, en idéntico proceso, con el primado mexicano, cuando aceptó de inmediato la dimisión de Norberto Rivera Carrera, que había osado insinuar un amaño en el primer Sínodo de la Familia, para poner a un hombre de su cuerda, antiguo compañero en la CELAM, Carlos Aguiar Retes.

En cuanto a órdenes religiosas o empleos en la propia Curia, ha sido un no parar, demasiados para hacer aquí la lista.

¿Por qué, entonces, sigue Wuerl?

Francisco tiene una extraña querencia por rodearse de colaboradores polémicos. Recuérdese que invitó a que lo acompañara en balcón, durante su aparición en el balcón nada más ser proclamado Papa, al Cardenal Daneels, el prelado de mayor peso en Europa acusado de encubrimiento de sacerdotes pederastas.

A principios de su pontificado anunció una esperadísima remodelación de la Curia, para la cual iba a formar un consejo privado de nueve cardenales, el famoso C9, a tal fin.
Cinco años después, la estructura curial sigue más o menos como estaba, si acaso con un mayor peso de la Secretaría de Estado en detrimento de Doctrina de la Fe. En el proceso, el C9 parece haberse convertido en una ‘junta’ con la que gobierna la Iglesia casi al margen de dicasterios y congregaciones.

Y en ese ‘sancta sanctorum’, en ese reducto reducido y selecto de sus más estrechos colaboradores, cada vez son más los que aparecen en los medios salpicados por los escándalos.

Su coordinador, Óscar Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa, fue objeto de un voluminoso informe, encargado por el propio pontífice, en el que se le acusa de oscuros manejos financieros e inversiones multimillonarias que han hecho perder fortunas a la sede primada de uno de los países más pobres y desiguales del mundo. Estas acusaciones, que el Papa ha decidido archivar sin investigar, han sido, por lo demás, acompañadas por denuncias de estafa de algunas de sus víctimas.

A eso debe sumar las andanzas de su número dos, que las prolongadas ausencias de Maradiaga convirtieron en la práctica en número uno, su obispo auxiliar Juan José Pineda Fasquelle. Pineda es ya ex obispo, aunque la web de la archidiócesis parezca ignorarle, pero no por los manejos financieros en que participó junto a su superior, sino por acusaciones de abusos sexuales a seminaristas.

Seminaristas que, por cierto, en número de 48 han firmado una carta pública denunciando el clima de intimidación homosexual en el seminario mayor, una acusación a la que Maradiaga ha reaccionado llamándoles “mentirosos” y acusándoles de representar a la “anti-Iglesia”.

También figura en el C9 Francisco Javier Errázuriz, de Chile, convocado por el ministerio fiscal de su país en un caso de encubrimiento masivo y prolongado de abusos sexuales por parte de clérigos en un escándalo que no tiene nada que envidiar al de Pensilvania.

Por no hablar del cardenal alemán Reinhard Marx, quien, como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, lidera el desafío de esta iglesia nacional a la negativa del Papa y del Prefecto para la Doctrina de la Fe, Luis Ladaria, de distribuir la Sagrada Eucaristía entre los cónyuges protestantes de fieles católicos.

En fin, nada hace pensar que Su Santidad vaya a firmar en breve la aceptación de esa renuncia.

Carlos Esteban