¿Cómo se elige a los obispos? Es, fundamentalmente, un proceso de cooptación, es decir, que es el propio ‘aparato’ el que selecciona a sus cuadros. En resumen, se elabora una lista en consulta con el obispo saliente, otros obispos de la iglesia nacional o regional, y quizá otras autoridades eclesiásticas. La lista se va reduciendo hasta quedar en tres nombres, que se someten a la consideración de Roma para que elija entre ellos.
Es, en fin, un proceso muy semejante al de selección de un partido político o cualquier organización burocrática, que selecciona fundamentalmente al candidato más idóneo para la supervivencia y el buen funcionamiento de la ‘maquinaria’: los más leales, los buenos administradores, los más ‘moderados’, los que han hecho amigos en la cumbre, los políticos, los ‘hombres de consenso”, los que no ‘hacen olas’.
No, desde luego, los más santos, ni los de mayor celo, ni los más evangélicos. Un sacerdote santo puede, desde luego, ser un buen administrador, pero no necesariamente. Y no es probable que un sacerdote entregado celosamente a la salvación de las almas ponga un gran esfuerzo o dedique demasiado tiempo a hacer relaciones y buscarse aliados en la curia.
Es fácil entender las consecuencias de este sistema, porque lo tenemos delante.
Pero no ha sido siempre así. Ha habido momento en la historia de la Iglesia en que se han elegido obispos por aclamación; el caso extremo es el de San Ambrosio en Milán, que todavía no había sido siquiera bautizado -era aún catecúmeno- cuando el pueblo le pidió que fuera su obispo, y en una semana se bautizó, se confirmó, recibió las órdenes y fue nombrado obispo.
Sin ir tan lejos, durante el pontificado de Juan Pablo II se adelantó la sugerencia de introducir un procedimiento que tuviera en cuenta la opinión de los laicos. Pero en ese momento el sector ‘conservador’ consideró que cualquier nombramiento por parte de aquel Papa sería más ‘seguro’ que uno en el que intervinieran los fieles, algo que demostró ser un craso error.
Propone Sammons: "Quizá sea entonces el momento de considerar una mayor implicación del laicado en la selección de obispos. Podría crearse un comité de selección consistente en sacerdotes y laicos de la diócesis que elijan los sacerdotes de la terna. Pero tendrían aque darse dos condiciones importantes: (1) que tengan verdadero poder, y los que elijan sean los que se remitan a Roma, y (2) habría que asegurarse de que los laicos representan más de la mitad del comité de selección. Además, los laicos seleccionados no deberían ser solo católicos prominentes; habría que incluir padres de la clase trabajadora y amas de casa tanto como ejecutivos y políticos".
Un proceso así, naturalmente, podría seleccionar malos obispos. No existen las panaceas aquí abajo. Pero es menos probable que se seleccionara al gris ‘apparatchik’ obsesionado por mantener el status quo a toda costa, o que funcionaran las ‘redes mafiosas’ para la elección de lo de siempre.
Carlos Esteban