Exulta José Manuel Vidal, de Religión Digital, en un artículo en el que celebra jubiloso la decisión de Su Santidad de cambiar de un plumazo dos mil años de doctrina católica sobre la pena de muerte (‘Francisco, el Papa abolicionista’), y aprovechando que hace referencia a esta publicación con el cariñoso apelativo de ‘infovaticarcas’, nos ha parecido oportuno dedicar algún comentario a su confuso escrito. Por alusiones.
Empezaré por lo menor, para que no distraiga de lo importante; me refiero a esa lectura de las mentes y las intenciones en que con inefable candor suelen caer quienes siempre nos amonestan con la prohibición evangélica de juzgar. Así, Vidal SABE por qué nos preocupa la súbita iniciativa papal cuando escribe: “Les duele la decisión del Papa sobre la abolición de la pena de muerte, porque tantos ello como los políticos de su cuerda se quedan sin coartada eclesial. A partir de ahora, quien esté a favor de la pena de muerte está en contra de la doctrina oficial de la Iglesia”.
Personalmente, no he dedicado mucho tiempo de mi vida a pensar en la pena de muerte. Vivo en un país que la ha abolido hace décadas, no es exactamente un debate abierto y, lo que es especialmente importante, su licitud o ilicitud tiene una nula influencia en mi quehacer diario. No recuerdo ya cuándo fue la última vez que tuve que confesarme de ejecutar a un criminal.
No, el quid de todo el asunto está en ese párrafo, pero no en su lectura de nuestros negros corazones, sino en la expresión con que abre su última frase: “A partir de ahora”.
Uno es católico no porque crea que la Iglesia ha acertado con la verdad, a modo de una escuela filosófica especialmente clarividente y afortunada en sus argumentos, sino porque cree que está animada por Cristo, cuyas palabras “no pasarán” cuando hayan pasado tierra y cielo (probablemente, por culpa del cambio climático), porque sólo Él tiene “palabras de vida eterna”, es decir, que su mensaje es el mismo ayer, hoy y mañana, atemporal.
El texto de Vidal, en cambio, está cuajado de referencias temporales como la señalada, y ni siquiera de una forma coherente, sino que lo que es argumento a favor de algo se convierte milagrosamente en argumento en contra en el siguiente párrafo.
Imagino que no advierte, por ejemplo, la enorme ironía de su segunda frase, cuando dice: “Durante siglos, la Iglesia contemporizó con la mentalidad del mundo y no sólo bendijo sino que aplicó la pena de muerte en los propios Estados Pontificios”. Es decir, la Iglesia se hizo culpable de defender una doctrina errónea porque “contemporizó con la mentalidad del mundo”, pero ahora hay que alegrarse del cambio francisquista porque “en una Iglesia ‘semper reformanda’, la doctrina no es sólo un museo para visitar, admirar e imponer, como creen ellos, sino una realidad viva, que se transforma y se regenera en consonancia con los signos de los tiempos, como ya dijera el Vaticano II”.
No hay que apurarse: Vidal sabe cuándo seguir al mundo está bien y cuándo está mal. Porque, naturalmente, si la Iglesia contemporizó con la mentalidad del mundo declarando lícita la pena de muerte, parece bastante obvio que prohibirla ahora vuelve a caer en el mismo ‘defecto’, que es virtud cuando la época de que se trata es la que, felizmente, le ha tocado en suerte al comentarista, más cuando este conoce bien ‘la dirección correcta de la historia’.
Es una paradoja que siempre me ha llamado poderosamente la atención, que quienes más acerbamente critican episodios como el juicio a Galileo o las Cruzadas sean siempre los mismos que nos urgen a adaptar la doctrina de la Iglesia a los tiempos que corren. Porque si la jerarquía eclesiástica pecó al condenar al físico italiano fue, precisamente, por imitar lo que entonces se hacía y por defender el ‘consenso científico’ de la época, y otro tanto puede decirse de el intento de recuperación por las armas de Tierra Santa.
Vidal parece creer, como el más burdo profeta apocalíptico, que viven en el Final de los Tiempos, al menos en el sentido de que las ideas hoy de moda son definitivas y que no habrá en cien, mil o diez mil años una generación que se sorprenda de que pudiéramos creer semejantes estupideces, como ha pasado siempre.
Decía Chesterton que solo la Iglesia Católica nos libera de la humillante esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo, pero Vidal prefiere apuntarse a la tesis del finado Cardenal Carlo María Martini, inspirador del ‘grupo de San Galo’, que cita en este artículo, según la cual la Iglesia lleva “doscientos años de retraso”. ¿Respecto a qué? Al mundo, a la ‘intelligentsia’ de izquierda que conoce infalible el sentido de la historia.
De ahí que en seguida aproveche la ocasión para expresar la esperanza que es nuestro temor (por si le interesa, don José Manuel):
Es una paradoja que siempre me ha llamado poderosamente la atención, que quienes más acerbamente critican episodios como el juicio a Galileo o las Cruzadas sean siempre los mismos que nos urgen a adaptar la doctrina de la Iglesia a los tiempos que corren. Porque si la jerarquía eclesiástica pecó al condenar al físico italiano fue, precisamente, por imitar lo que entonces se hacía y por defender el ‘consenso científico’ de la época, y otro tanto puede decirse de el intento de recuperación por las armas de Tierra Santa.
Vidal parece creer, como el más burdo profeta apocalíptico, que viven en el Final de los Tiempos, al menos en el sentido de que las ideas hoy de moda son definitivas y que no habrá en cien, mil o diez mil años una generación que se sorprenda de que pudiéramos creer semejantes estupideces, como ha pasado siempre.
Decía Chesterton que solo la Iglesia Católica nos libera de la humillante esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo, pero Vidal prefiere apuntarse a la tesis del finado Cardenal Carlo María Martini, inspirador del ‘grupo de San Galo’, que cita en este artículo, según la cual la Iglesia lleva “doscientos años de retraso”. ¿Respecto a qué? Al mundo, a la ‘intelligentsia’ de izquierda que conoce infalible el sentido de la historia.
De ahí que en seguida aproveche la ocasión para expresar la esperanza que es nuestro temor (por si le interesa, don José Manuel):
“Francisco ha abierto una grieta en el bloque doctrinal que los infovaticarcas creen monolítico, eterno e inalterable. Y una vez abierta la rendija… ¿Por qué no se podría aplicar esta misma dinámica evolutiva doctrinal a otros temas como la moral sexual (léase anticonceptivos) o el acceso de la mujer al altar?”Vidal parece no conocerse a sí mismo, al menos por lo que expresa en este artículo. Vidal cree en un “bloque doctrinal” tan “monolítico, eterno e inalterable” como nosotros, y por eso sabe que la Iglesia se equivocaba antes y acierta ahora. ¿Cómo saber si se avanza o se retrocede si no se tiene una idea de la ‘inalterable’ meta? Es, simplemente, que cree que todavía no hemos llegado allí, y que el Mundo -la opinión publicada dominante en Occidente, la progresista- nos lleva a los fieles “doscientos años” de adelanto.
Y esa es mi gran duda en todo esto. Si es siempre el mundo el que acierta -¡y con tantos años de diferencia!- y la Iglesia la que renquea detrás, desesperantemente lenta, ¿por qué no prescindir de la rémora? ¿Qué más claro ‘signo de los tiempos’ puede marcar como falsa a una institución que acertar solo con un retraso tan desesperante?
Si lo que quiere Vidal es retener el nombre de Cristo y esa vaga espiritualización comunal del ideario progresista ahí tiene a la Iglesia Anglicana, que consagra todas las ilusiones del periodista, desde obispas hasta sacerdotes casados y la mayor relajación de la moral sexual que pueda desear.
Carlos Esteban