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"Homosexuales" y "obispos": éstas son las dos palabras claves del escándalo que hoy está sacudiendo a la Iglesia. Pero a pesar de esto el papa Francisco no ha introducido ni siquiera una sola vez ni el primer término ni el segundo en su "Carta al Pueblo de Dios" dada a conocer hace pocos días, en vísperas de su viaje a Irlanda para el Encuentro Mundial de las Familias.
Jorge Mario Bergoglio ha puesto bajo acusación más bien al "clericalismo". Que, en efecto, es una causa concurrente de los abusos sexuales llevados a cabo por quienes se sienten investidos de un poder más elevado y hace fuerza para doblegar la voluntad de los sometidos, sean ellos niños o – con muchas más frecuencia – jóvenes o muy jóvenes por debajo de la mayoría de edad.
En su carta a los católicos irlandeses, fechada en el 2010, Benedicto XVI, motivado por escándalos parecidos, había ido más allá en la búsqueda de los motivos de esta enfermedad de la Iglesia.
En esa carta señaló dos motivos:
- la "tendencia, incluso por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin suficiente referencia al Evangelio":
- y la "tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, a evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares".
Hoy ambas tendencias son todavía más visibles en el origen de esta nueva oleada de escándalos. Que sigue siendo habitualmente descrita – como por inercia – bajo la etiqueta de abusos sexuales contra menores, pero que en realidad remite sobre todo a la difundida presencia de homosexuales entre el clero y entre los obispos, quienes no sólo violan el compromiso público de castidad que han asumido con la ordenación, sino que auto-justifican sus comportamientos y forman un cuerpo compacto con sus semejantes, ayudándose y promoviéndose mutuamente.
Desde este punto de vista, el caso del ya no cardenal Theodore McCarrickes paradigmático. La violencia sobre menores ha sido solamente una parte marginal de su desenfrenada actividad sexual con jóvenes de su mismo sexo, que muchas veces eran seminaristas de las diócesis que él gobernaba.
No sólo eso. Entre los cardenales estadounidenses, McCarrick fue el más visible en promover y llevar a cabo la "carta de Dallas" del 2002, la cual contiene los lineamientos de la reacción a la primera gran oleada de abusos sexuales contra menores por parte de sacerdotes, con su epicentro en la arquidiócesis de Boston. Pero esto no modificó en nada su comportamiento personal con jóvenes del mismo sexo, que era conocido por muchos y del que también habían sido informadas las autoridades vaticanas, sin que su carrera [eclesiástica] fuese perturbada en lo más mínimo.
McCarrick continuó hasta el final, muy escuchado por el papa Francisco, influyendo en los nombramientos de sus protegidos, que hoy ocupan cargos importantes en Estados Unidos y en el Vaticano: desde los cardenales Blaise Cupich y Joseph Tobin, arzobispos de Chicago y Newark respectivamente, hasta el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y hoy promotor del Encuentro Mundial de las Familias, llevado a cabo en Dublín.
Cupich, Tobin y Farrell constituyen la punta de lanza del derribo de posiciones que el papa Francisco quiso imponer en la jerarquía de Estados Unidos. Los tres son fervorosos partidarios del jesuita James Martin, promotor de una revisión sustancial de la doctrina de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad, y llamado por Farrell como expositor en el Encuentro de Dublín.
Entre los cardenales de la vieja generación más apreciados por Bergoglio está también Donald Wuerl, sucesor de McCarrick en Washington y anteriormente obispo de Pittsburgh, pero donde el Gran Jurado de Pennsylvania lo ha acusado – en un informe hecho público el pasado 14 de agosto – de haber encubierto a sus sacerdotes culpables de abusos.
El resultado es que Wuerl tuvo que renunciar a ir a Dublín, donde también se lo esperaba a él como expositor. Y lo mismo tuvo que hacer el arzobispo de Boston, el cardenal Sean Patrick O'Malley, por el descubrimiento imprevisto de prácticas homosexuales desordenadas en su seminario – que evidentemente pasaron indemnes de la drástica limpieza llevada a cabo por el mismo O'Malley después del 2002 en la diócesis que era el símbolo de los abusos sexuales perpetrados contra menores –, así como también por no haber tomado en consideración en el 2015 una carta de denuncia de las fechorías del entonces cardenal McCarrick, enviada inútilmente a él por el mismo sacerdote de Nueva York, Boniface Ramsey, quien ya en el 2000 había informado en vano a las autoridades vaticanas.
La fuerte presencia de homosexuales en numerosos seminarios de todo el mundo en un fenómeno más que conocido. En noviembre del 2005, con Joseph Ratzinger como Papa desde algunos meses antes, las autoridades vaticanas establecieron que "la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay".
Pero esta ordenanza se mantuvo en gran medida sin ser aplicada. El pasado mes de mayo, reuniéndose a puertas cerradas con los obispos italianos, el papa Francisco les pidió que la pusieran en práctica, porque – dijo –"tenemos demasiados homosexuales".
Pero es notorio que también en Roma el fenómeno está presente con sus degeneraciones, e involucra a los superiores de estos seminarios. El Almo Collegio Capranica, el prestigioso internado al que las diócesis envían a sus discípulos para completar sus estudios en Roma, está lejos de ser inmune a ese fenómeno. Al igual que el Pontificio Ateneo San Anselmo, la facultad teológica romana de la Orden Benedictina.
Entre las diócesis vecinas a Roma, la de Albano celebra todos los años un foro de los “cristianos LGBT italianos". En el próximo, del 5 al 7 de octubre, intervendrá el jesuita Martin antes citado. El obispo de Albano es Marcello Semeraro, muy cercano a Francisco y secretario del "C9", en concejo de los nueve cardenales convocados por el Papa para ayudarle en el gobierno de la Iglesia universal.
Coordinador del "C9" es el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, también él expositor en Dublín, pero cuyo obispo auxiliar y discípulo Juan José Pineda Fasquelle ha sido desplazado el pasado 20 de julio a causa de prácticas homosexuales habituales con seminaristas de la diócesis, comprobadas por una visita apostólica.
Pero inexplicablemente Maradiaga permanece en su cargo. Y el pasado 15 de agosto el papa Francisco nombró en el rol clave de sustituto de la Secretaría de Estado al venezolano Edgar Peña Parra, ex consejero de la nunciatura den Hondruas entre el 2002 y el 2005, y muy ligado a Pineda, de quien propició en el 2005 el nombramiento como obispo auxiliar de Tegucigalpa.
Desde los seminarios al clero, a los obispos y a los cardenales, los homosexuales están presentes en todos los niveles y por miles. Una voz no sospechosa como el jesuita declaró hace pocos días en "Crux", el primer portal de información católica de Estados Unidos y quizás del mundo:
"La idea de una depuración de los sacerdotes homosexuales es ridícula y a la vez peligrosa. Toda depuración vaciaría parroquias y Órdenes religiosas de miles de sacerdotes y obispos que llevan vidas sanas de servicio y vidas fieles de celibato".
Esto es muy cierto. Pero también hay sacerdotes y obispos homosexuales que no son “sanos” ni fieles. Son muchos. Demasiados.
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En la foto que está abajo del título, la tapa del Espresso del 19 de julio con el artículo sobre el caso de monseñor Battista Ricca:
Sandro Magister