Es preciso orar en todo momento y no desfallecer (Lc 18, 1)
UNO (1) : Importancia de la razón
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DOS (2) El discernimiento como amor a la verdad
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TRES (3)El Nuevo Orden Mundial y el verdadero Progreso
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CUATRO (4) Misión de los sacerdotes y de la Jerarquía: anunciar a Jesucristo. Sólo en Él es posible el reconocimiento de la dignidad de las personas
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CINCO (5) Católicos perseguidos y «católicos» bien considerados
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SEIS (6) Naturaleza y gracia
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SIETE (7)Unidad de la Iglesia : ¿Acaso hay dos magisterios?
http://www.blogcatolico.com/2018/10/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo_18.html
OCHO (8) Incoherencias a la hora de insultar a otros.
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NUEVE (9)Del dicho al hecho: Concilio Vaticano II
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DIEZ (10) (José Martí) Anomalías en la Iglesia
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ONCE (11) "Podéis criticarme. No es pecado" -dice Francisco- ... Muy bien: pues atreveos a criticarlo ... y veréis lo que ocurre.
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DOCE (12) - Un alto en el camino para reflexionar
http://www.blogcatolico.com/2018/12/consejos- vendo-que-para-mi-no-tengo-12.html
Ahondando un poco sobre lo dicho en los anteriores posts y antes de pasar a aquello que justifica el título de las entradas, de lo que hablaremos más adelante, quisiera señalar aquí algo que todos sabemos, al menos en teoría, y es el hecho histórico innegable de que los cristianos han sido siempre perseguidos: «Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros» (Jn 15, 20b) ... pero es preciso añadir lo que sigue inmediatamente después: «Si guardaron mi Palabra, también guardarán la vuestra» (Jn 15, 20c) ... lo que significa que siempre ha habido, hay y habrá, personas que creen en Jesucristo, como verdadero Dios y como verdadero hombre y que guardan su Palabra, haciendo de ella su vida.
Es importante tener esto in mente, porque son también muchos los que todavía siguen creyendo en Jesucristo ... aunque hay que reconocer que dicho número va decreciendo a gran velocidad y que la gran apostasía se está generalizando en el mundo a marchas forzadas ... e incluimos aquí a muchos de los que se dicen católicos, pero que, en realidad, no lo son.
¡Es urgente que surjan santos, aunque sea de las piedras, del estilo de San Francisco de Asís o del santo cura de Ars ... o de cualquier estilo, pues Dios no se repite en sus santos y respeta su personalidad. Yo estoy seguro de que ya se encuentran entre nosotros y que su oración está haciendo posible que Dios se apiade de nosotros. De no ser así, lo que está ocurriendo podría ser una señal de que nos encontramos «cercanos» al final de los tiempos ... pero eso es algo que nadie puede conocer (ni siquiera al Hijo le fue revelado, no en cuanto Dios, que todo lo sabe, sino en cuanto hombre, con vistas a la misión que el Padre le había encomendado y con vistas a la salvación de los hombres.)
Sólo nos queda, por lo tanto, ponernos en las manos de Dios y confiar completamente en Él. De seguro que tiene algún as en la manga que desconocemos.Por otra parte, esta situación dura y difícil por la que estamos atravesando va a servir, sin lugar a dudas, para fortalecernos en la fe. Al fin y al cabo, Dios es el Señor de la Historia y no consentirá que le ocurra nada a aquellos que, con buena voluntad, permanezcan fieles hasta el final: a quienes así actúen, Dios no los dejará solos, sino que les ayudará a perseverar, lo cual, sin su ayuda, sería imposible.
Pensemos ahora, por un momento, en la pastoral o, dicho de otro modo, en la Evangelización de las gentes. Esto es un mandato explícito de Jesucristo. Y cada uno influirá en su ambiente conforme a sus posibilidades y sin avergonzarse de ser cristiano. A esto se le llama también proselitismo, aunque según Francisco «el proselitismo es una solemne tontería» ¿Dónde quedan entonces esas palabras que leemos en la Biblia: «El celo de tu casa me consume» (Sal 69, 10 citado en Jn 2, 17)?
Y es que la preocupación por el bien de los que nos rodean pasa, sobre todo, por cuidar y velar por su salvación eterna, y no sólo por los bienes materiales, bien entendido que éstos son imprescindibles, pero la vida no acaba con la muerte. Y quien quiere a otra persona de verdad hará lo imposible porque ésta crea y ame a Jesucristo. Ésa es -o debe ser- la actitud normal del cristiano.
Esa es la razón por la cual los católicos que intentan vivir conforme a la voluntad de su Señor [ y contando, por supuestos, con Su ayuda, que nunca nos va a faltar] hacen todo el bien posible a su prójimo, natural y sobrenaturalmente hablando: Toda persona tiene un valor infinito para él, puesto que Jesús dio por ella su Vida. Así se explica la existencia de los misioneros, que han recorrido todo el mundo para llevar el Mensaje de Jesús al mayor número posible de personas.
Los buenos pastores se preocupan por sus ovejas, aquellas que les han sido encomendadas por Jesús, quien dijo de Sí mismo: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, el que no es pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo, deja las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas» (Jn 10, 11-13). De manera que debería de quedar muy claro que el que ama, de verdad, a Dios, ama a todos los hombres, en quienes ve a sus hermanos -o posibles hermanos- en Cristo. Y esto, que es cierto para todo cristiano, lo es particularmente para los miembros de la Jerarquía Eclesiástica.
La situación que estamos viviendo, prácticamente en todo el mundo, tiene una peculiaridad que la hace distinta de la de otras épocas ... y es que todo aquel que pretende permanecer fiel a Jesucristo no sólo es vilipendiado por el mundo sino, incluso, por sus propios hermanos en la fe. Es bastante frecuente observar, un día sí y otro también, la lucha encarnizada que se está produciendo en el seno de la Iglesia: cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, sacerdotes contra sacerdotes, seglares contra seglares, etc. Esto está adquiriendo unos visos que, probablemente, sean irreversibles, en el sentido de que no sería de extrañar que se produjera un cisma «formal» en la Iglesia. Digo «formal» porque el cisma «real» es ya un hecho, desde hace bastante tiempo, aunque haya muchos que todavía no se han enterado.
Merece ser destacado también la existencia de grupos de dudosa «doctrina» (caso de los neocatecumenales, carismáticos, etc.) que han sido admitidos y reconocidos «legalmente» en la Iglesia como si su ortodoxia fuese indiscutible: grupos que, además, tienen una gran influencia mediática y que se están introduciendo en la mayoría de las parroquias como algo natural cuando son, en realidad, sectas camufladas. Es cierto que la mayoría de los católicos no lo ve así. No se pone aquí en duda su buena voluntad, que seguro que la hay: la ignorancia de la Doctrina Católica, por parte de la mayoría de los cristianos, ha hecho posible que estas sectas se estén expandiendo, como si fuesen católicas, pues -para colmo- tienen la «bendición» papal, lo que es incomprensible (Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí).
Sin embargo, aquellos católicos cuyo único afán es el de permanecer fieles a la recta Doctrina enseñada por Jesucristo, éstos son perseguidos. Esta Doctrina, interpretada correctamente por el Magisterio Perenne de la Iglesia, y en la que se ha ido profundizando a lo largo de muchos siglos, siempre ha tenido en cuenta la Tradición apostólica, que básicamente se resume en las palabras de san Vicente de Lerins:
Los cristianos han de creer « quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus», es decir, sólo y todo cuanto fue creído siempre, por todos y en todas partes (Conmonitorio)
Varios Papas y Concilios han confirmado con su autoridad la validez inequívoca de esta regla de fe, que sigue siendo plenamente actual. Me vienen a la mente ahora las palabras de Jesús cuando anuncia a sus discípulos la persecución a la que van a ver sometidos a causa Suya: « Os expulsarán de las sinagogas; más aún: se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios» (Jn 16, 2). Y, para que no se escandalicen les dice luego: «Os digo esto para que cuando llegue la hora os acordéis de ello, de que ya os lo anuncié» (Jn 16, 4).
Jesús no nos engaña: en Él se cumplieron, se hicieron realidad, las profecías del Antiguo Testamento. Y todo cuanto Él predijo, acerca de su resurrección y de los hechos futuros que están por venir, se está cumpliendo, según unos tiempos que desconocemos: lo ha dispuesto así para que no nos durmamos y para que andemos siempre vigilantes. En infinidad de pasajes del Nuevo Testamento aparecen todas estas advertencias, que son para nuestro bien:
«Estad atentos, vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento» (Mc 13, 33). «Velad porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24, 42). «Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre» (Mt 24, 44). «Vigilad, para que vuestros corazones no se obcequen por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga de improviso aquel día sobre vosotros. Pues caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Velad, pues, orando en todo tiempo, para que podáis escapar de todo lo que va a suceder, y podáis estar así firmes ante el Hijo del hombre» (Lc 21, 34-36)
San Pablo nos insiste sobre esto mismo:
«Ya es hora de que despertéis del sueño, pues ahora está más cerca de nosotros la salvación que cuando creímos. La noche está avanzada y el día está cerca. Abandonemos, por tanto, las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz» (Rom 13, 31-12)
E igualmente san Pedro:
«Sed sobrios y vigilad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos soportan vuestros hermanos dispersos por el mundo» (1 Pet 5, 8-9)
Todo lo que aquí se dice no son meras elucubraciones mías, que no tendrían ningún valor, sino que son Palabra de Dios y, por lo tanto, Verdad:
« El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35; Mc 13, 31).
De manera que no tenemos excusa si no actuamos conforme a la voluntad de Cristo:
«Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. Quien me odia, odia también a mi Padre» (Jn 15, 22-23)
Continuará