Quedan ya tan pocos cristianos en Irak que una oleada más de persecución podría hacerlos desaparecer, asegura el arzobispo caldeo Habib Nafali en entrevista concedida a Catholic News Service.
Años después de la invasión americana y de la célebre foto de George Bush ante el cartel de ‘Misión Cumplida’, la única ‘misión’ que parece estar cumpliéndose a rajatabla en Irak es el exterminio de una comunidad cristiana que lleva sobre esa tierra desde el principio de la predicación apostólica.
Es la desesperada llamada de alarma del arzobispo caldeo Habib Nafali, que llama abiertamente “genocidio” a la ‘limpieza étnica’ de cristianos en los últimos quince años de las zonas donde llevan milenios sobreviviendo.
Las minorías, gente pacífica, están siendo exterminadas por consideraciones estratégica de un “juego global”, asegura Nafali, para quien «una nueva oleada de persecución será el fin del cristianismo allí después de 2.000 años».
El ISIS ha sido vencido en batalla, pero no ha desaparecido; sencillamente, se oculta. Pero, de hecho, se considera que está detrás de una serie de asesinatos de mujeres que vestían a la occidental.
No son ataques al azar: los cristianos de Irak, asegura el arzobispo, sufren “violencia sistemática” encaminada a erradicarlos, a “destruir su idioma, separar a las familias y forzarlos a abandonar” el país. “Si esto no es genocidio, ¿qué lo es?”, concluye Nafali.
Hablamos de una población cristiana más antigua que la mayoría de las europeas. Los cristianos de la región fueron convertidos al cristianismo directamente por los apóstoles, hablan -o, al menos, rezan y celebran- en el idioma que hablaba Jesús y se han mantenido en una proporción decreciente, pero no insignificante, durante casi milenio y medio de dominación musulmana, tiempo en el que han sufrido persecuciones esporádicas y han sido siempre ‘dhimmis’, ciudadanos de segunda clase.
En los últimos quince años, los cristianos en Irak han pasado de un millón y medio -el 6% de la población- a apenas 250.000, un 1%. En los diez años siguientes a la invasión americana de 2003, se han destruido iglesias y monasterios a un ritmo medio de uno cada cuarenta días, asegura el arzobispo.
Los que han salvado la vida, pero no han querido seguir viviendo en estas condiciones de acoso y persecución, la diáspora caldea, están repartidos por setenta países.
Carlos Esteban