El Concilio Vaticano II fue inaugurado en Roma hace exactamente 56 años, el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII había escogido este día, la festividad de la maternidad divina de la Santísima Virgen, un recuerdo del Concilio de Éfeso, como el día de su inicio. Ironía de las ironías: el torbellino generado por el Concilio que casi extinguiría la liturgia tradicional de la iglesia romana incluía la abolición de la festividad de este día y la transformación del octavo día de Navidad en una solemnidad similar.
Hay varias maneras de entender el Vaticano II, pero una quizás se ha pasado por alto. Se dice a menudo que el Concilio fue una “reacción ” de obispos europeos transformados, “horrorizados” por la segunda guerra mundial. Y sin embargo… esos fueron los hombres del siglo XX, marcados por los grandes movimientos del siglo XX, los cuales –comunismo y fascismo/nacional-socialismo– se caracterizaron por un odio hacia el pasado y la tradición, y un amor por el nuevo hombre, la nueva sociedad, el nuevo mundo. Todas las cosas, todas las tradiciones, todas las familias, todas las instituciones, y todas las personas que eran obstáculos para la construcción del nuevo estado socialista, la nueva gente, el nuevo Pueblo debían ser abolidas para siempre.
La iglesia se había mantenido como una fortaleza contra ambas amenazas, pero, dentro de la iglesia, a pesar de los mejores esfuerzos de San Pío X, la levadura del modernismo nunca había sido limpiada. No es de extrañar que el imprudente llamamiento de Juan XXIII para el Concilio despertó a todos los hombres que estaban imbuidos del espíritu de la época, y este espíritu era el mismo de los totalitarismos: el odio a la tradición, el impulso de purgar el pasado, la necesidad de construir una nueva iglesia, en realidad un nuevo “pueblo de Dios”: Das Volk Gottes.
Los católicos tradicionales y conservadores hemos pensado a menudo que el fin de la pesadilla que comenzó ese 11 de octubre, 56 años atrás, estaba a punto de llegar. Trataron de acabar con todo, incluso el legado más preciado de nuestros padres en la fe, la Misa tradicional en latin. Y casi lo logran, si no hubiera sido por un remanente fiel. Una y otra vez, las esperanzas de los fieles católicos se han desvanecido.
Y sólo ha empeorado: Francisco es prácticamente una caricatura de un liberal del Vaticano II. Al igual que todos los regímenes totalitarios, la “Iglesia conciliar” crea un vórtice destructivo, en el que todo el pueblo tiene que ser completamente aniquilado con el líder: en nuestro caso, el líder es una idea abstracta, el “espíritu del Vaticano II”.
Sin embargo, nuestra esperanza sigue siendo que esto también pasará: así como los pueblos no fueron destruidos después de que sus líderes totalitarios murieran, nuestra iglesia, más grande que cualquier pueblo nacional, seguirá en pie, con la Cruz de su novio, Salvador de la humanidad:
Dignus est Agnus, qui occisus est, accipere virtutem, et divinitatem, et sapientiam, et fortitudinem, et honorem, et gloriam, et benedictionem. Et omnem creaturam, quæ in cælo est, et super terram, et sub terra, et quæ sunt in mari, et quæ in eo : omnes audivi dicentes : Sedenti in throno, et Agno, benedictio et honor, et gloria, et potestas in sæcula sæculorum. Amen.
(Traducción: Rocío Salas. Artículo original)