(Puede leerse, igualmente, en Adelante la Fe)
Durante el Sínodo de obispos sobre los jóvenes, el domingo 14 de octubre de 2018, el Papa Francisco llevará a cabo la canonización del Papa Pablo VI.
La Fraternidad Sacerdotal San Pío X reitera sus más serias reservas, que había expresado con motivo de la beatificación de Pablo VI, el 19 de octubre de 2014:
Estas beatificaciones y canonizaciones recientes, según un procedimiento acelerado, dejan de lado la sabiduría de las normas seculares de la Iglesia. ¿Acaso no tienen como objetivo más bien canonizar los papas del Concilio Vaticano II antes que constatar la heroicidad de sus virtudes teologales? Cuando se piensa que el primer deber de un papa – sucesor de Pedro – es confirmar a sus hermanos en la fe (Lc. 22, 32), hay motivo para perplejidad.
Pablo VI es, por cierto, el Papa de la Encíclica Humanae Vitae (25 de julio de 1968), que aportó luz y reconfortó a las familias católicas cuando los principios fundamentales del matrimonio eran fuertemente atacados. Es igualmente el autor del Credo del pueblo de Dios (30 de junio de 1968), mediante el cual quiso recordar los artículos de la fe católica objetados por el progresismo ambiente, especialmente en el escandaloso Catecismo holandés (1966).
Pablo VI, empero, es también el Papa que condujo a término el Concilio Vaticano II, introduciendo en la Iglesia un liberalismo doctrinal expresado a través de errores como la libertad religiosa, la colegialidad y el ecumenismo.
De aquí se siguió una gran trastorno, que él mismo reconoció el 7 de diciembre de 1968:
“La Iglesia se encuentra en un momento de inquietud, de autocrítica, incluso se diría que de autodestrucción. Es como si la Iglesia se dañara a sí misma”.
Al año siguiente reconocía:
“En muchos aspectos, el Concilio no nos ha dado hasta ahora tranquilidad, más bien ha suscitado trastornos y problemas nada útiles para reafirmar el Reino de Dios en la Iglesia y en las almas”.
Hasta llegar a esta alarmante expresión el 29 de junio de 1972:
“El humo de Satanás ha entrado por alguna grieta en el templo de Dios: la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud, la insatisfacción, el enfrentamiento están a la orden del día…”.
No hizo más que una comprobación, sin tomar las medidas necesarias para detener esta autodestrución.
Pablo VI es el Papa que, con una finalidad ecumenista, impuso la reforma litúrgica de la Misa y de todos los ritos de los sacramentos. Los cardenales Ottaviani y Bacci denunciaron esta nueva misa por alejarse “de forma impresionante, en el conjunto como en el detalle, de la teología católica de la Santa Misa, tal como fue formulada en la XXIIª sesión del Concilio de Trento” (1). Sobre estos pasos, Monseñor Lefebvre declaró que la nueva misa está “impregnada de espíritu protestante”, vehiculizando en sí misma “un veneno perjudicial para la fe” (2).
Durante su pontificado numerosos sacerdotes fueron perseguidos, e incluso condenados, por su fidelidad a la misa tridentina.
La Fraternidad Sacerdotal San Pío X recuerda con dolor la condena infligida en 1976 a Monseñor Lefebvre, declarándolo suspendido a divinis por su apego a esta misa y por su categórico rechazo de las reformas.
Solamente en 2007, por un Motu Proprio de Benedicto XVI, se reconoció el hecho de que la Misa tridentina nunca había sido abrogada.
Hoy más que nunca, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X renueva su adhesión a la Tradición bimilenaria de la Iglesia, persuadida de que esta fidelidad, lejos de ser una crispación pasajera, aporta el remedio saludable a la autodestrucción de la Iglesia.
Como lo declaró recientemente su Superior General, el R. P. Davide Pagliarani: “Nuestro deseo más firme es que la Iglesia oficial no considere ya [el tesoro de la Tradición] como un pesado fardo o un conjunto de antiguallas, sino más bien como la única vía posible para regenerarse a si misma” (3).
Menzingen, 13 de octubre de 2018