Acaba una primera semana de sínodo ‘discreto’, del que sólo sabemos lo que nos quieren contar, coincidiendo con un comunicado vaticano en el que se anuncia que se investigará a fondo el ‘caso McCarrick’. Viganò y su informe, claro, no se citan, pero está, sin duda, tácitamente, en esta nota, como lo está en el propio sínodo.
El cardenal Bassetti nos cuenta que está seguro de que Francisco guarda una sorpresa para antes de que acabe el sínodo. Nosotros nunca lo hemos dudado; otra cosa es que creamos que vaya a gustarnos.
En un sentido, claro; en otro, no hay sorpresas: es más de lo mismo, pero subiendo el pistón. Esa misma ‘actualización’, ese mismo ‘acercamiento al mundo’, esa misma apertura que se anunció en el último concilio y dejó la Iglesia como un solar se quieren resucitar ahora de nuevo hasta llevarlas a sus últimas consecuencias. Y los jóvenes, de figurantes. Las voces de quienes hablan de un sínodo trucado, cuyas conclusiones están ya escritas, no se limita ya a grupos marginales.
A la prensa se le ha contado que los ‘grandes temas’ del sínodo ahora son la pobreza, la guerra, la desesperación y el desempleo. Es decir, lo que podría ser una agenda de la ONU. No ha habido, según el presidente de la comisión de información del sínodo, Paolo Ruffini, discusión alguna sobre esas siglas LGTBI cuya inclusión en el Instrumentum laboris tanto y tan bien ha criticado el Arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, aunque Ruffini insiste en que el término en cuestión está en los papeles, y se tocará.
No nos cabe la menor duda de que se tocará. De hecho ya ha habido un auditor sinodal alemán (claro), que ha planteado una serie de ‘exigencias’ entre las que se incluyen la igualdad entre las uniones homosexuales y las heterosexuales, la ordenación de las mujeres y “el liderazgo de la Juventud por la Juventud”, que suena muy a Mayo del 68.
La mezcla de motivos cristianos desnaturalizados y la jerga típica de las asambleas progresistas permea todo lo que nos llega de la última jornada del sínodo. Como botón de muestra, se habló de la labor de los católicos en los países musulmanes, y al respecto el cardenal Versaldi ha dicho en la rueda de prensa: “Recurren a nosotros, no porque quieran convertirse al catolicismo, sino porque pueden ver en nuestras instituciones un humanismo que apoya el diálogo, a diferencia de otras escuelas que promueven el integrismo”.
Ya ven: somos la Iglesia del ‘diálogo’, que más que proponer algo como, no sé, la salvación que nos ha traído el Hijo de Dios, escucha, esa escucha humilde que nos aconsejaba el Papa días atrás; aunque, como todo en este pontificado de la confusión, es una escucha selectiva: para un lado se está más bien duros de oído.
Se ha hablado también de sexo fuera del matrimonio y Ruffini ha desmentido categóricamente que se haya propuesto ‘suavizar’ la doctrina de la Iglesia a este respecto. ¿Demasiado pronto, quizá? ¿Necesitamos escuchar unos cuantos días más para llegar a ese asunto?
Carlos Esteban