“Como un catálogo de Ikea” ha calificado el texto final de la XV Sesión General del Sínodo de Obispos, más conocido como ‘sínodo de la juventud’, un obispo participante en declaraciones a la agencia AFP. “Uno tiene todo lo que necesita para el baño y la cocina en todos los estilos, así que todo el mundo puede identificarse con él”. Lástima que lo haya declarado en condiciones de anonimato y no sepamos quién es, porque la comparación es brillante.
Un sínodo cuyo final se celebra, no con una Adoración al Santísimo o ceremonia similar sino con una fiesta discotequera donde los jóvenes sacaban a bailar a los padres sinodales, ya augura un regreso de la moda ‘retro’ eclesial; retomamos ese ‘espíritu del Vaticano II’ que Juan Pablo II y Benedicto XVI trataron de moderar y armonizar con la Tradición de la Iglesia. Ahora ha vuelto con fuerza, y lo veremos en la exhortación papal que sin duda seguirá a este sínodo.
En su crónica de ABC, Juan Vicente Boo lo califica de “uno de los documentos más claros y explícitos de la historia sinodal”, facilitándonos así la tarea de reconocerlo como uno de los más oscuros y ambiguos. Todos los 167 puntos superaron con holgura la mayoría de dos tercios necesarias, salvo uno, el que contenía la espinosa expresión cuestión de la ‘orientación sexual’, que va a dar abundante munición a los James Martin del clero occidental. Este punto pasó solo por dos votos. Volveremos a ello.
El discurso que dirigió Su Santidad a los padres sinodales en la presentación del texto final ya preconfiguraba lo que nos íbamos a encontrar. En él, Francisco volvió a insistir en su motivo obsesivo de las últimas semanas, el Gran Acusador que “está ensuciando la Iglesia” con sus acusaciones. Es un tanto perturbadora esta insistencia, que sugiere explícitamente que quien ‘ensucia’ la Iglesia no es, digamos, un cardenal todopoderoso en la Iglesia norteamericana durante décadas que se llevaba seminaristas a su casita de la playa y abusó del primer niño al que bautizó cuando este tenía 11 años, sino quien lo denuncia.
De hecho, el propio texto del sínodo pretende tomar medidas activas contra ese Gran Acusador, recomendando que se active un sistema de certificación para sitios web que informen sobre la Iglesia Católica, para que el usuario conozca cuáles ofrecen ‘fake news’. Es el regreso del Index Librorum Prohibitorum o del Nihil Obstat, pero con una ‘emoji’ sonriente. Ya pueden apostar que Infovaticana no va a contar con la bendición de ese sello, que no va a garantizar la ortodoxia o fiabilidad del contenido sino su alineamiento con las tendencias curiales. El punto incluye una referencia vaga a coordinarse con las autoridades civiles en este sentido, lo que hace la advertencia bastante más ominosa.
Hay muchas maneras de definir este sínodo. Es el sínodo, como hemos dicho, del regreso con fuerza del ‘espíritu del Concilio’, con su implícita aceptación de que el mundo se ha adelantado a la Iglesia y la Iglesia debe correr detrás del mundo para coger ese tren. El propio titular de la crónica de Boo -‘El Sínodo recomienda dar más poder a las mujeres y acoger a los homosexuales’- ya indica a las claras que son las modas ideológicas dominantes las que marcan ahora la agenda de la Iglesia, más que la doctrina perenne.
Es el sínodo de la manipulación. Desde el uso amañado de la ‘escucha a los jóvenes’ en el presínodo hasta la inclusión de temas centrales apenas discutidos en el sínodo en el texto final, la reunión ha estado plagada de gestos e indicios de que todo estaba previsto de antemano y de que tanto los ‘jóvenes’ como los propios obispos han servido de comparsas en una escenifiación.
Es el sínodo de la ambigüedad. Tras el pasado concilio, el teólogo belga Schillebeeckx presumía de que los padres conciliares habían mantenido en los textos términos ambiguos para que luego ellos, los ‘demiurgos’ de la ‘actualización’, decidieran su verdadero significado, y es difícil, observando la historia, negar que lo consiguieron. El texto final del presente sínodo tiene también abundancia de ‘expresiones deslizantes’ que se irán definiendo, nos tememos en qué sentido.
Por ejemplo, el documento incluye dos párrafos referidos a la sexualidad, de la que dice que exige centrarse en “la escucha empática, el acompañamiento y el discernimiento, en la línea indicada por el Magisterio reciente”. ¿La “escucha empática”? En cuanto al ‘acompañamiento’ y el ‘discernimiento’, dos términos a cuál más lábil, los llevamos oyendo ya hasta la saciedad en este pontificado, y hemos visto cómo se han utilizado ‘pastoralmente’ para escamotear innovaciones de lo más cuestionables. También se insiste en la “necesidad de una elaboración antropológica, teológica y pastoral más en profundidad”, que no dice nada pero deja la puerta abierta a cualquier cosa.
Otras cargas de profundidad están aún más disimuladas, como cuando parece hacer una referencia al Catecismo de la Iglesia Católica al hablar del compromiso de la Iglesia “contra toda discriminación basada en el sexo”. Ahí falta un adjetivo esencial, presente en el punto 2.358 del Catecismo: “injusta”. Sin esa importante cualificación, ¿cómo podría la Iglesia seguir negando la ordenación sacerdotal a las mujeres, por ejemplo?
Es el sínodo de la victoria alemana sobre las periferias. Como señala el vaticanista del National Catholic Register, Edward Pentin, en su cuenta de Twitter citando una fuente sinodal anónima, “los padres sinodales alemanes lograron que se aprobaran todos sus puntos. Dicen que es una “revolución de la escucha”, pero en realidad es simplemente una revolución”.
Carlos Esteban