¿Han visto El Sexto Sentido? Es una de esas películas que no pueden verse dos veces, porque el final lo es todo. Bueno, pues informar sobre el sínodo es un poco parecido. Nos sabemos el final, y este día a día de ruedas de prensa azucaradas, de vago lenguaje, nos parece, que Dios nos perdone, un elaborado paripé.
Más que avanzar, diríamos que el sínodo se arrastra hacia su inevitable final que, nos tememos, va a coincidir con el guión marcado desde el principio. También me recuerda, si me perdonan la acumulación de analogías, a esos rodeos que da el médico de confianza para prepararnos antes de comunicarnos el diagnóstico implacable.
No somos los únicos en advertirlo, ni de lejos. Incluso hay padres sinodales que se dan cuenta y se preocupan, como Andrew Nkea Fuanya, obispo de Mamfe, en Camerún. Lo cuenta el imprescindible Edward Pentin en el National Catholic Register, en una entrevista en el que Nkea Fuanya dice que diluir la verdad no es algo que convenza mucho a los católicos de su continente, África: “En cuanto empezamos a hablar en un lenguaje ambiguo, la juventud se siente confundida y se pierde”.
Su Ilustrísima insiste en que nunca hay que “asustarse de la verdad” y advierte que él, como todos los obispos subsaharianos, votará en contra de cualquier propuesta que contenga las siglas ‘mágicas’ de este sínodo: LGBTI.
Monseñor Fuanya estaba en la rueda de prensa de hoy, que contaba con la presencia estelar de un miembro del C9 -el consejo de cardenales del Papa-, el cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich (y, como tal, en las antípodas del obispo de Mamfe), además del arzobispo de Łódź (pronúnciese ‘wuch’), en Polonia, y el sacerdote maronita Toufic Bou Hadir.
Antes de entrar en harina, un poco sobre Marx. Es, además de arzobispo de Munich y miembro del C9, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, una de las más ricas del mundo católico, y también una de las más ‘progresistas’, si no la más, aunque quizá lo uno va con lo otro. Mientras en África los problemas son el avance del Islam, la hostilidad de las religiones animistas, la miseria, la emigración de la población joven, los gobiernos tiránicos, corruptos o ambas cosas, en Alemania la Iglesia se pregunta cosas como si es posible dar la comunión a los protestantes casados con católicos o cómo hacer más acogedora la doctrina para los LGTBI. ¿Les he dicho ya que entre los católicos alemanes solo un 5% asiste regularmente a la misa dominical? Bien, pues ésta es la Iglesia que tiene un peso desproporcionado en los asuntos que trata la Curia vaticana, a pesar de todo el ‘blablabla’ sobre las periferias.
Y Marx no ha defraudado.
“La Iglesia tiene que cambiar, debe volverse diferente. Es lo que esperan los jóvenes y lo que han dicho en los encuentros presinodales. Quieren una Iglesia auténtica, abierta al diálogo, capaz de escuchar”, ha dicho el de Munich.¡Milagro! Nosotros, septuagenarios, hemos consultado a los jóvenes de hoy y, bendita casualidad, quieren exactamente lo mismo que queríamos nosotros hace medio siglo, allá por mayo del 68. ¿No es prodigioso? Insistimos en que la juventud quiere cambio, en que su esencia está en oponerse a lo de antes, a lo de siempre… ¡Y ésta quiere exactamente lo mismo que llevamos pidiendo desde hace cincuenta años!
Ironías aparte, esta invocación al cambio que hace el cardenal alemán es una perfecta refutación del cambio. Si los jóvenes no quieren la Iglesia que ven y piden que se cambie, están oponiéndose a la Iglesia que llegó, precisamente, como exigencia de la necesidad de cambio.
Al introducir, en 1969, el Novus Ordo Missae -la misa de hoy, la normal en cualquier parroquia-, Pablo VI lo hizo con extraordinaria cautela, incluso con genuina pena a la pérdida de riqueza litúrgica y advirtiendo que el cambio molestaría e irritaría a muchos fieles. La excusa de tal sacrificio era exactamente la misma que se nos invoca ahora: la necesidad. Es un imperativo para comunicar con las nuevas generaciones, el pueblo de Dios nos exige estos dolorosos cambios que, sin embargo, tendrán como fruto una verdadera primavera eclesial.
Todos sabemos lo que vino después, ¿verdad? No les molestaré con cifras que cuentan todas una misma y desoladora historia de descristianización acelerada. El pueblo abandonó las iglesias, se secaron las vocaciones, se hundió la práctica sacramental. No me crean: compruébenlo.
Así que, una de dos: o lo que Marx está diciendo es que aquello fue un fracaso y habla de un cambio que sea una restauración, o ha caído en el delirio de todos los revolucionarios que en el mundo han sido, que ante el fracaso absoluto de sus recetas alegan que todos los males vienen de que la Revolución no se ha completado y recomiendan doblar la dosis.
Estoy seguro de que saben cuál es la respuesta correcta. Quizá por eso Su Santidad confesó a un grupo de jesuitas en Lituania que Dios le pedía que ‘completara’ el Concilio Vaticano II. Abróchense los cinturones.
Ya han oído antes a Nkea Fuanya, cómo piensa: que a los jóvenes hay que decirles, sin más, la verdad del Evangelio y la doctrina católica, sin miedo. Y en la rueda de prensa ha dicho que “mis iglesias están todas a rebosar, no tengo espacio para albergar a todos los jóvenes”. ¿Podría decir eso Marx, o algún obispo alemán? ¿Podría decirlo algún obispo occidental? Para añadir más leña a ese maravilloso fuego, Fuanya ha añadido que las iglesias africanas están rebosantes “porque nuestros valores tradicionales siguen respondiendo a los valores de la Iglesia” y porque “transmitimos a nuestros jóvenes la Tradición sin diluir ni adulterar, en un lenguaje sin ambigüedades”. Eso ha debido de doler. Pero no esperen que vaya a ser escuchado quien parece tener la ‘fórmula ganadora’, incluso hablando meramente en lenguaje comercial: ganará Marx, que es el que tiene el dinero.
Ha habido más, claro, han hablado los otros dos y ha vuelto el asunto de la homosexualidad, irritando a Marx, que asegura que éste no es un sínodo sobre sexualidad, sino sobre la juventud. Pero yo creo que este contraste resume mejor que ningún otro este sínodo y la encrucijada misma en que está la Iglesia.
Carlos Esteban