Aún quedan 4 millones de euros por pagar de la visita del Papa a Irlanda el pasado agosto, y ya es la quinta vez que el episcopado apela a la generosidad de los fieles para cubrir la deuda.
En su día, apenas iniciado el Encuentro Mundial de las Familias en Dublín y en víspera de la llegada del Papa, ya dimos cuenta de cómo los organizadores observaban, alarmados, que faltaban por cubrir cinco de los 32 millones de euros que costarían las 32 horas de visita papal, así como de los esfuerzos recaudatorios para que los fieles hicieran contribuciones especiales para cubrirlos.
Pues bien, el encuentro queda ya varios meses atrás y los parroquianos de la otrora ultracatólica Irlanda parecen renuentes a rascarse el bolsillo: de esos cinco millones, solo se ha podido conseguir uno hasta la fecha, con lo que se ha vuelto a apelar a la generosidad de los fieles para tapar el agujero.
Es ya la quinta vez que se pide en las parroquias irlandesas a los asistentes a misa que donen con especial generosidad para cubrir lo que queda por pagar del evento de finales de agosto. El Gobierno irlandés se comprometió a poner una parte, hasta diez millones, para pagar cuestiones como la seguridad del encuentro. Ya han aparecido avisos en hojas parroquiales y publicaciones diocesanas por todo el país, aparte de la mención en las homilías o avisos de las propias misas, para irritación del católico practicante, que tiene la sensación de que no para de dar dinero para lo mismo.
La frialdad de los católicos irlandeses parece, por lo demás, en consonancia con el estrepitoso fracaso de asistencia que supuso el jaleado evento, y muy especialmente la misa celebrada por el Santo Padre en Phoenix Park, para la que se esperaban más de 300.000 asistente y que se vio reducida a 152.000 personas. Las fotografías aéreas dieron en prensa una penosa impresión, especialmente cuando se comparan con el éxito arrollador de la última visita de San Juan Pablo II a la isla.
Que Irlanda ha dejado de ser el foco de resistencia católica de su leyenda nacional quedó suficientemente claro pocos meses antes, en el referéndum sobre el aborto, que dio al país el dudoso honor de ser el primero en aprobar esta plaga insigne de la Cultura de la Muerte por plebiscito popular, y de hacerlo por una abrumadora mayoría de dos tercios.
A esta descristianización acelerada había que sumar un Encuentro Mundial de las Familias organizado por el prefecto del megadicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, Kevin Farrell, salpicado por su larga convivencia y colaboración con el pedófilo arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, y su conocida inclinación favorable a las tesis LGTB ‘católicas’. De hecho, uno de los ‘números estrella’ del peculiar encuentro era una intervención del colaborador de la revista America, asesor de comunicación del Vaticano y autodesignado apóstol del ‘lobby’, el jesuita James Martin, cuyo libro sobre el acompañamiento pastoral a gays y lesbianas fue prologado por el propio Farrell.
Para acabar de hacer poco apetecible la ocasión, estaba reciente la acusación de pedofilia contra McCarrick, que llevó a su expulsión del Colegio Cardenalicio, el informe del gran jurado de Pensilvania y, justo la víspera de la llegada del Papa, el explosivo Testimonio Viganò. Centrarse en la atención pastoral de los homosexuales en estas condiciones, en un encuentro que desde su creación por Juan Pablo II había supuesto una exaltación de los valores familiares, no parecía lo más oportuno.
Y, de hecho, los irlandeses parecen haberlo entendido así, opinando contra el encuentro con su ausencia entonces y sus bolsillos cerrados hasta la fecha.
Carlos Esteban