Con la Iglesia sumida en una profunda crisis, sorprende a muchos la obsesión del Papa Francisco por cuestiones ecológicas que no parecen ser de su particular competencia y que están muy alejadas de la misión principal, la salvación de las almas.
No es exactamente una proclamación ‘ex cathedra’ pero, tratándose de Su Santidad llama la atención que entregara un ejemplar de su encíclica Laudato Sì al príncipe heredero de Dinamarca, de visita en Roma, al tiempo que le decía que “el medio ambiente es el reto más importante de nuestro tiempo”, según Catholic News Service.
¿En serio? ¿Para el sucesor de Pedro, para el Vicario de Cristo, en medio de una crisis de credibilidad a cuenta del encubrimiento de abusos clericales y cuando la fe desaparece a toda velocidad de las sociedades occidentales? ¿Es “más importante” el destino físico de un planeta que, en cualquier caso, está llamado a desaparecer, a diferencia de nuestras almas inmortales?
Quizá hablando con el heredero de una dinastía luterana puede tener sentido que, como jefe de Estado, haga referencia a cuestiones ajenas a la fe y busque un campo común, pese a que no puede ser ajeno al efecto que tienen sus palabras entre su grey, pero, entonces, ¿por qué le entrega una encíclica, es decir, un texto revestido de magisterio católico?
En estos momentos, su preocupación más acuciante parece ser el acceso al agua potable. Ha enviado a la Conferencia internacional sobre la gestión del agua que se celebra en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma un mensaje en el que dice que la falta de agua potable es “una vergüenza inmensa para la humanidad”.
Pero “la humanidad” no existe, no es un sujeto que pueda pecar, hacer el bien o ser redimido. De algún modo imagino que yo mismo estoy dentro de ese amplio colectivo, y debo reconocer avergonzado mi absoluta falta de vergüenza -no digamos ya de una vergüenza “inmensa”- ante la falta de acceso de agua potable en algunas partes del mundo. Puede indignarme, puede apenarme, pero no me puede hacer sentir avergonzado algo de lo que no soy deliberadamente responsable. ¿Quién lo es, por otra parte? ¿Sabe el Papa qué hay que hacer para paliar el problema, un asunto que se me antoja bastante técnico? Y si son este tipo de asuntos los que absorben su atención, ¿por qué no dedicarse a la política o al voluntariado en lugar de ingresar en el clero?
- Los católicos necesitamos un Papa, con urgencia. Necesitamos un Vicario de Cristo que cumpla la misión que Jesús mismo le encomendó de confirmar en la fe a sus hermanos. No sé si el mundo necesita un nuevo líder; lo dudo, porque es un puesto para el que ya hay demasiados aspirantes. Tampoco sé si Francisco sería la persona adecuada; lo que sé es que no ocupa el cargo adecuado para dirigir el mundo; su responsabilidad es otra, y afecta a las almas. A su destino eterno, en concreto.
- El mensaje inmediatamente anterior trataba, se suponía, de la Doctrina Social de la Iglesia, algo que ya se acerca bastante más a su mandato, aunque dudamos seriamente que sea el más urgente en estos momentos. Y, aun así, parecía más decidido a vender su particular línea ideológica de izquierdas que de aclarar lo que aclara el magisterio en esta materia. Hizo un apasionado llamamiento a un nuevo orden económico y ecológico mundial donde todos compartan los bienes de la Tierra, y no solo los exploten los ricos.
Y está muy bien, quién podría no desear eso. Pero los sistemas políticos que Su Santidad ha dado todos los indicios de preferir no logran eso, sino más bien una igualitaria distribución de la miseria. Expresar un deseo en el que cualquier persona decente puede coincidir no ayuda en absoluto a lograrlo.
Otro asunto que parece obsesionarle es el de la “murmuración”, ya saben, el Gran Acusador y todo eso. La murmuración es, naturalmente, un pecado, pero su insistencia resulta sospechosa cuando coincide con los escándalos que plagan su pontificado y a los que se niega resueltamente a dar respuesta. En su última homilía en Santa Marta volvió a denunciar a quienes “ensucian” la fama de los demás.
Quizá hablando con el heredero de una dinastía luterana puede tener sentido que, como jefe de Estado, haga referencia a cuestiones ajenas a la fe y busque un campo común, pese a que no puede ser ajeno al efecto que tienen sus palabras entre su grey, pero, entonces, ¿por qué le entrega una encíclica, es decir, un texto revestido de magisterio católico?
En estos momentos, su preocupación más acuciante parece ser el acceso al agua potable. Ha enviado a la Conferencia internacional sobre la gestión del agua que se celebra en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma un mensaje en el que dice que la falta de agua potable es “una vergüenza inmensa para la humanidad”.
Pero “la humanidad” no existe, no es un sujeto que pueda pecar, hacer el bien o ser redimido. De algún modo imagino que yo mismo estoy dentro de ese amplio colectivo, y debo reconocer avergonzado mi absoluta falta de vergüenza -no digamos ya de una vergüenza “inmensa”- ante la falta de acceso de agua potable en algunas partes del mundo. Puede indignarme, puede apenarme, pero no me puede hacer sentir avergonzado algo de lo que no soy deliberadamente responsable. ¿Quién lo es, por otra parte? ¿Sabe el Papa qué hay que hacer para paliar el problema, un asunto que se me antoja bastante técnico? Y si son este tipo de asuntos los que absorben su atención, ¿por qué no dedicarse a la política o al voluntariado en lugar de ingresar en el clero?
- Los católicos necesitamos un Papa, con urgencia. Necesitamos un Vicario de Cristo que cumpla la misión que Jesús mismo le encomendó de confirmar en la fe a sus hermanos. No sé si el mundo necesita un nuevo líder; lo dudo, porque es un puesto para el que ya hay demasiados aspirantes. Tampoco sé si Francisco sería la persona adecuada; lo que sé es que no ocupa el cargo adecuado para dirigir el mundo; su responsabilidad es otra, y afecta a las almas. A su destino eterno, en concreto.
- El mensaje inmediatamente anterior trataba, se suponía, de la Doctrina Social de la Iglesia, algo que ya se acerca bastante más a su mandato, aunque dudamos seriamente que sea el más urgente en estos momentos. Y, aun así, parecía más decidido a vender su particular línea ideológica de izquierdas que de aclarar lo que aclara el magisterio en esta materia. Hizo un apasionado llamamiento a un nuevo orden económico y ecológico mundial donde todos compartan los bienes de la Tierra, y no solo los exploten los ricos.
Y está muy bien, quién podría no desear eso. Pero los sistemas políticos que Su Santidad ha dado todos los indicios de preferir no logran eso, sino más bien una igualitaria distribución de la miseria. Expresar un deseo en el que cualquier persona decente puede coincidir no ayuda en absoluto a lograrlo.
Otro asunto que parece obsesionarle es el de la “murmuración”, ya saben, el Gran Acusador y todo eso. La murmuración es, naturalmente, un pecado, pero su insistencia resulta sospechosa cuando coincide con los escándalos que plagan su pontificado y a los que se niega resueltamente a dar respuesta. En su última homilía en Santa Marta volvió a denunciar a quienes “ensucian” la fama de los demás.
“¿Qué hace un gobierno dictatorial?”, se preguntaba retóricamente. “Tomar primero el control de los medios de comunicación con una ley y, a partir de ahí, empieza a murmurar, a ningunear a cualquiera que sea un peligro para el gobierno”.
¿Les suena a algo? Desde luego, lo que suena es raro después de que el documento final del sínodo ‘recomendara’ crear un sistema de certificación para sitios católicos de información online, como el nuestro. ¿Tomar el control de los medios de comunicación?
Carlos Esteban