El 17 de diciembre del 2018, el Arzobispo de La Plata, Mons. Víctor Manuel Fernández, promulgó un decreto donde abroga “toda norma arquidiocesana anterior referida a las celebraciones litúrgicas en general”.
Una semana después, ya allanado el camino, otro decreto –nada menos que el 24 de diciembre, Nochebuena– ordenaba entre otras cosas que los Sacramentos se celebren “en lengua vernácula” (en la diócesis de La Plata, algunos sacerdotes los celebraban en latín).
Asimismo, el Arzobispo dispone que la Misa se celebre “en su forma ordinaria” –o sea, no según la Forma Extraordinaria, pautada por Benedicto XVI en el Sumorum Pontificum (2007)– y, respecto del Novus Ordo, se manda que sea celebrado “en lengua vernácula” (no en latín) y “cara al pueblo” (en vez de cara a Dios).
Estas dos prescripciones develan el espíritu del decreto. En efecto, el latín es la lengua universal de la Iglesia, lengua que nos pone en contacto directo con la historia y la tradición de la Iglesia Católica. El latín era el idioma culto en Occidente hasta entrado el siglo XVII y fue el idioma litúrgico en Occidente a lo largo de toda la historia de la iglesia. El latín proviene de la Antigua Roma, sede de los Papas. Que sea una lengua muerta también es conveniente para la adecuada transmisión, sin alteraciones, de los contenidos de la fe: mientras que el resto de los idiomas se transforman –por lo que el sentido de las palabras, inevitablemente, va mutando–, en las lenguas muertas el significado de los términos se mantiene sin modificación. Por otro lado, es indiscutible para los latinistas que la sintaxis latina –al igual que la griega– está dotada de mayor precisión; la rigurosa lógica atraviesa la sintaxis grecolatina, y esto es bueno para el contenido teorético de la fe católica. En definitiva, lo católico es lo universal y el uso del latín unificaría a los fieles de distintas lenguas en una única y armoniosa alabanza a Dios.
Respecto de la Misa celebrada
coram Deo (de cara a Dios), escribió, entre muchos otros, el Padre José María Iraburu que “
El altar de cara el pueblo, sin embargo, en el lenguaje no verbal de los signos, parece acentuar en la Eucaristía su verdadera y tradicional condición de
Cena (…) pero atenúa su carácter de
Sacrificio”[1]. Y continúa Iraburu: “la tradición más que milenaria de la Iglesia, sabiendo que el sentido sacrificial es el más importante de la Misa, al celebrar la Eucaristía ha significado más el
altar del sacrificio, que el de
mesa del sagrado convite”.
El conocido Klaus Gamber, liturgista alemán, sostiene que “Jamás ha habido ni en la Iglesia de Oriente ni en la de Occidente celebraciones versus populum (cara al pueblo), sino que siempre todos se volvían hacia el oriente para rezar ad Dominum (hacia el Señor)”. De ahí que, en palabras del precitado Iraburu, “La celebración de la Eucaristía coram populo ha tenido y tiene graves consecuencias, algunas negativas”. Por supuesto que mucho antes que el Padre Iraburu ha habido otras voces en la Iglesia que han protestado y denunciado este cambio. En efecto, desde los inicios de la Reforma Litúrgica (1969), no se puede omitir las fundadas advertencias de los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci ni tampoco las observaciones de Mons. Marcel Lefebvre. En efecto, la sustitución del coram Deo por el coram populum obedecía a la estrategia antropocentrista de los enemigos de la Iglesia: a través de una misa donde el celebrante mira permanentemente a la feligresía, se introducía un elemento que –aunque pueda atenuarse con otros elementos teocéntricos, presentes en la liturgia– no favorece la concentración de la mente (ni del sacerdote ni de la feligresía) en el Auténtico Centro: Cristo y su Misterio Pascual.
De a poco, Dios dejaría de ser el centro. Este tipo de medidas signadas por este espíritu, y muchas otras más, explican en parte las actuales distorsiones de la Liturgia Católica: los fieles ya no asisten a Misa para escuchar a Dios sino para enterarse de las últimas improvisaciones del sacerdote. Hay parroquias en las que ninguna misa se parece a la del domingo anterior. Se ejercita a los fieles en el cambio y el movimiento permanente a través de auténticas falsificaciones litúrgicas. Aún cuando las misas celebradas en la diócesis de La Plata contengan numerosos elementos teocéntricos que puedan atenuar el daño producido, es innegable que desde el punto de vista simbólico-histórico como desde el punto de vista espiritual se está afectando la dignidad del Misterio, por un lado, y la salud espiritual de los fieles, por otro.
Por otra parte, es bastante desconocido entre los fieles que el texto de la Ordenación General del Misal Romano –reglamento del Novus Ordo– describe una misa celebrada de cara a Dios, y no de cara al pueblo. Este desconocimiento se explica por el hecho de prácticamente ningún sacerdote la celebra así, pero el Misal así la describe. De ahí que el Padre Louis Bouyer –epilogando la obra de Klaus Gamber– sostenga que la misa “de cara al pueblo” está en contra no sólo de la totalidad de la tradición cristiana sino en contra ¡del mismo Nuevo Misal! (ver los puntos 124, 138, 146, 154, 157, 158, 185 del texto de la Ordenación General del Misal Romano).
Comenta además el Padre Iraburu que el P. Josef Yungmann S.J., especialista en liturgia, asegura que la afirmación “el altar de la iglesia primitiva suponía siempre que el sacerdote estaba vuelto al pueblo” es “una leyenda”. Por otra parte, desde siempre, en todas las religiones, las personas que ofrecen un sacrificio están vueltas hacia aquel a quien se destina el sacrificio y no quienes participan en la ceremonia.
Como si fuera poco, el decreto aspira a más. Su intencionalidad se deja ver también en la LIMITACIÓN de la Misa Tridentina, puesto que se disponen dos lugares para celebrarla cuando estaban autorizados tres.
De esta manera, se sustrae la Forma Extraordinaria a los fieles de la parroquia Santa Ana, donde se la venía celebrando desde hace por lo menos 4 años con plena autorización del entonces obispo Héctor Aguer. Esta limitación de uno de los baluartes de la fe católica, la Misa Tridentina, no puede pasar desapercibida. Esta limitación, por un lado, y la imposición de la lengua vernácula y de la orientación “coram populum” en el Novus Ordo, son decisiones del Arzobispo de La Plata que no pueden menos que resentir el espíritu de la liturgia y la educada sensibilidad litúrgica de los asistentes, prohibiendo lo que hasta ayer era costumbre piadosa, y restringiendo el alcance de un Rito consagrado a perpetuidad por el Papa San Pío V en el año 1570.
Juan Carlos Monedero