Hoy en día -esto es un hecho innegable, más que comprobado- hay una verdadera persecución contra los cristianos y contra Jesucristo. ¿A qué puede ser debido esto? Pues, aunque parezca extraño, lo cierto es que el mundo no soporta el amor, no soporta el verdadero amor, el que Jesús nos enseñó, porque este amor va necesariamente unido a la cruz. No entienden que no se trata de una cruz cualquiera sino de una cruz llevada por amor a Jesucristo, sin lo cual no tendría dicha cruz no tendría ningún sentido.
Todos buscan la felicidad. Esto es una condición de toda persona, que le viene dada con su naturaleza. Nadie quiere ser desgraciado, evidentemente. Eso sería absurdo. El problema no es el qué sino el cómo se logra la felicidad. Según el criterio mundano, la felicidad está relacionada con tener: más dinero, más placer, más fama, más poder, más confort, etc ..., no importando demasiado el aspecto moral, que hace referencia al ser. Piensa el hombre que será feliz si posee todo eso. ¿Pero qué es todo eso sino avaricia, lujuria, vanidad, soberbia, pereza, ... ? Es ésta una visión inventada por el hombre, que se considera a sí mismo como medida de todas las cosas, hasta el punto de que no consiente que nadie le imponga lo que está bien y lo que está mal; él es quien lo decide: su "conciencia", a la que le da un valor absoluto. Esta posición, abocada al relativismo, hace imposible la convivencia entre las personas. Lo que para uno es bueno, para el otro es malo: ¿cómo va a ser posible el diálogo entre personas que no se ponen de acuerdo en el significado de las palabras? Esta situación sólo conduce al caos, a la violencia, al desamor y a la infelicidad.
Y entonces llega Jesús y trastoca esa visión de la vida. La historia (tanto la historia de miles de años como la propia historia personal de cada uno) ha demostrado que el afán por la posesión de cosas convierte al ser human en un títere de esas cosas, las cuales lo dominan. Se cumple lo que decía Jesús, con absoluta certeza: "Os lo aseguro: el que comete pecado, es esclavo del pecado". (Jn 8, 34).
La felicidad, la auténtica, aquélla que nos hace libres, sólo es posible si se vive en la verdad: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32), decía Jesús. No una verdad cualquiera sino la que se adquiere por ser sus discípulos, y serlo precisamente por permanecer en su Palabra. Eso es lo que nos lleva a conocer la verdad y a conocer, sobre todo, a Aquél que, Él mismo, es la Verdad. Eso es lo que nos conduce a ser realmente libres, pues "donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Cor 3, 17).
No es la posesión de cosas, la soberbia, la vanidad o la ambición lo que hace feliz al hombre; por el contrario, lo esclaviza haciéndolo un pobre desgraciado, por mucho dinero, poder o fama que tenga: "El que quiera salvar su vida, la perderá" (Mt 16, 25a). Perderá su vida ya aquí en la tierra y luego perderá también la vida eterna. En cambio, "el que pierda su vida por Mí - decía Jesús- la encontrará" (Mt 16, 25b). Encontrará su verdadera vida, ya aquí en la tierra, y luego la vida eterna: "Todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo, por mi Nombre, recibirá el ciento por uno [ya en esta vida (Mc 10, 30)] y gozará de la vida eterna" (Mt 19, 29).
El confort, la comodidad, el afán por ser reconocidos por otros, el miedo al qué dirán, el deseo de medrar a toda costa, el egoísmo, en definitiva, llevan a los seres humanos a no querer complicarse la vida por los demás. Se tiene miedo al Amor y al compromiso que éste conlleva. Por eso el mundo odia a Jesucristo y a todo cuanto esté relacionado con Él. Le molesta, porque el Nombre de Jesús va siempre unido a la Cruz.
San Pablo, en cambio, al contrario de lo que hoy sucede, no se avergonzaba de Jesús y lo proclamaba abiertamente: "Nosotros -decía- predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Cor 1, 23-25)
La cruz de Cristo nos recuerda continuamente que el hombre no es la medida ni el centro de todas las cosas, el ser humano no puede decidir acerca de lo que es bueno o malo; y menos aún si algo es o no es. Eso es algo que le compete sólo a Dios. La felicidad no es lo que el hombre decide que sea, sino que está condicionada por la realidad de las cosas, tal y como éstas han sido creadas por Dios; y sólo es posible alcanzarla en la unión amorosa con Él.
Por eso, en esta situación de rechazo de Dios y de apostasía, en la que vive el mundo, es imposible que el hombre pueda encontrar la felicidad, por más que se esfuerce en encontrarla; sin la unión con Dios, manifestado en Jesucristo, Nuestro Señor, nadie puede alcanzar la verdadera felicidad: "Ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12). El rechazo de Dios por parte del mundo es un rechazo del Amor, pues "Dios es Amor" (1 Jn 4,8) ... y sin amor, ¿qué sentido tiene la vida? Negando a Jesucristo el hombre se condena, por propia voluntad, a una vida de vacío, soledad y desesperación, ya en este mundo, ... y luego a la condenación eterna.
La felicidad auténtica, la única felicidad posible, tanto en este mundo como en el otro, se encuentra sólo, única y exclusivamente, en el amor a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, el cual, por puro amor, se entregó por nosotros (por todos y cada uno) para conseguirnos la salvación ... poniendo como única condición que aceptáramos el Amor que Él nos ofreció, dando su Vida por nosotros, y que lo hiciéramos conforme a las reglas propias del verdadero amor, cuales son la entrega libre, en totalidad y sin reservas, de nuestra vida, a Aquél que entregó su Vida por nosotros ... todo ello en perfecta reciprocidad de Amor, porque, según sus designios, nos ha dado esa posibilidad, al participar, por la gracia santificante, recibida en el bautismo, de la condición de verdaderos hijos de Dios.
Unidos con Jesucristo, en el Espíritu Santo, que se nos ha dado gratuitamente, hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina, y estamos realmente capacitados para esa Entrega recíproca de vidas entre Dios y cada uno de nosotros: Por Él -dice San Pablo- tenemos unos y otros libre acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef 2, 18). Por tanto -continúa diciendo- ya no sois extraños y advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2, 19).
Se cumple así el conocido dicho de"amor con amor se paga". Eso sí -no debemos olvidarlo- este amor ha de ser entendido del modo en el que Dios lo entiende, único modo verdadero de entenderlo, amor que viene resumido, de alguna manera, en estas palabras del mismo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13) ... y es que la medida del amor es un amor sin medida ... algo que el mundo no está dispuesto a tolerar ... y de ahí las persecuciones: Acordaos de la palabra que os dije: "No es el siervo más que su Señor". Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros (Jn 15, 20).
José Martí (Continuará)