Para entender mejor por qué el latín es la lengua correcta y apropiada de la liturgia católica romana, partiremos de una verdad que todos conocemos por experiencia. Del mismo modo que una persona puede emplear su lengua materna en diversos registros o niveles, podemos decir análogamente que los idiomas en sí se presentan en diversos niveles.
En el nivel más bajo están las jergas y los pidgins. Estos últimos son lenguas simplificadas que surgen entre dos o más grupos de personas que carecen de una lengua común; lo usual es que el vocabulario y la gramática sean muy limitados y estén tomados de varios idiomas.
Un poco por encima están las lenguas vernáculas comunes. Una diferencia importante a este nivel está en que se exige mucho más en el aspecto lingüístico en cuanto a uso, pronunciación, gramática, estilo y demás. Cosas que se pueden decir impunemente en una jerga no se permiten en muchos contextos de todos los días.
Algo más arriba están las lenguas de prestigio. Para algunos son desde luego sus lenguas maternas, pero su prestigio hace que otros las escojan como segunda o tercera lengua de comunicación. El francés es lengua de prestigio desde hace más de mil años. Durante muchos siglos el latín fue lengua de prestigio en Europa, así como lo fue el griego para los romanos. Es de destacar que en este caso las exigencias son más altas, ya que se trata de idiomas que denotan cultura y refinamiento. Un ruso del siglo XIX hablaba francés para demostrar que era de clase alta y había viajado.
Y a un nivel aún más por encima hay lenguas reservadas para un uso especial. Los ejemplos que se nos ocurren fueron en su día lenguas de prestigio, y en la actualidad se emplean casi exclusivamente con fines religiosos:el hebreo, el griego clásico, el latín, el siriaco o caldeo, el antiguo eslavo eclesiástico y, fuera del cristianismo, el sánscrito y el árabe clásico del Corán. Son lenguas venerables porque con ellas se reverencia a Dios; han quedado reservadas a contextos sagrados, o al menos están estrechamente relacionadas con ellos.
También se puede distinguir entre lenguas francas y lenguas de prestigio. Lengua franca es la que adoptan los hablantes de otras como medio de comunicación por motivos prácticos, como por ejemplo un italiano y un japonés que realizan una transacción comercial en inglés. Pero una lengua de prestigio se estudia además por motivos culturales. Es decir, que es posible estudiar una lengua de prestigio aunque no haya una necesidad práctica para ello. Como las lenguas reservadas para uso religioso siempre han sido con anterioridad lenguas de prestigio, no se utilizan por razones meramente prácticas. En resumidas cuentas: los niveles idiomáticos inferiores tienden a ser más prácticos por naturaleza, mientras que los más elevados son más ceremoniosos y propios de lo cultural y religioso.
El lenguaje es algo más que un medio práctico de comunicación; es también expresión del pensamiento y una obra de arte, una expresión sumamente elevada de nuestro carácter racional, espiritual y trascendente. Por ejemplo, nadie escribe poesía por motivos prácticos. En parte, lo que hace que una lengua tenga prestigio es su profundidad, riqueza y capacidad de expresión, fruto de su rica historia. Y esto pasa todavía más con las lenguas religiosas, que al cabo de siglos o milenios de emplearse en la oración se han fusionado en cierto modo con la acción, los ritos, los contenidos. Se han convertido en símbolos que sostienen y embellecen otros símbolos.
Una vez entendidas estas distinciones, nos damos cuenta de que si el latín pasó de ser una lengua vernácula a ser una lengua de prestigio, y después a una lengua religiosa, siguió un proceso natural que tiene paralelo en otros idiomas. Es un fenómeno que se ha observado en todo el mundo a lo largo de la historia.
Pues bien, cuando la sagrada liturgia ya se celebra en una de las lenguas reservadas para uso religioso, es probable que cualquier alteración que se le haga suponga un retroceso en el aspecto lingüístico. Podría ser un gran paso atrás, ya que sería volver a lo vernáculo, que por definición es un nivel inferior.
El latín es parte esencial de la Tradición católica; no es algo paralelo a ella, sino que es parte constituyente de ella. Era precisamente el vehículo mediante el cual se transmitía la Tradición en Occidente. Aunque todos los modernos estuvieran de acuerdo en que había que suprimir definitivamente el latín, no dejaría de ser parte de la Tradición: es una realidad innegable y perenne. La ley eclesiástica que prohíbe casarse a los sacerdotes procede de la Tradición. Hoy en día, muchos que se la dan de expertos afirman saber que el celibato tiene la culpa de la escasez de sacerdotes. Junto con la promoción del sacerdocio femenino, el celibato es uno de los blancos preferidos de los modernistas, y todo católico tiene que oponerse a él si no quiere quedar como un anticuado. Pero es parte de la Tradición, y por tanto es irreversible. Con el latín pasa algo muy parecido: aunque su uso litúrgico no obedece a un mandato divino sino al derecho canónico, no deja de ser parte de la Tradición (al igual que el griego antiguo, el antiguo eslavo eclesiástico, el siríaco, el armenio, etc. en las iglesias de rito oriental), y debe por tanto mantenerse independientemente de las opiniones modernistas.
El error que condujo a la eliminación del latín fue de naturaleza neoescolástica y cartesiana: se creyó que el contenido de la Fe católica no estaba encarnado, sino que era algo abstraído de la materia. Por eso, muchos católicos piensan que la Tradición no es más que cierto contenido conceptual que se transmite de generación en generación, y que la manera en que se transmita es lo de menos. Pero no es así. El propio latín es uno de los bienes transmitidos, junto con el contenido de lo que se escribe o canta en dicha lengua. No sólo eso; la propia Iglesia lo ha reconocido en numerosas ocasiones al escoger el latín para alabar a Dios con solemnidad y al reconocerlo como signo eficaz de la unidad, catolicidad, antigüedad y permanencia de la Iglesia latina.
Por tanto, el latín posee una función casi sacramental: así como el canto gregoriano es «el icono musical del catolicismo romano», como lo llamó Joseph Swain, el latín es su icono lingüístico. Reformadores imbuidos de racionalismo trataron al latín como un mero accidente, como si fuera un envoltorio desechable. En realidad, es mucho más que la piel en el ser humano. Aunque la piel sea superficial, arrancarla tiene unas consecuencias desastrosas.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe. Artículo original)
Peter Kwasniewski