Nota 1: Como se dijo en la primera entrada relativa a esta magnífica y esclarecedora conferencia del doctor Bárcena, lo ideal sería hacer un hueco y escucharla en su totalidad, desde el principio, para lograr así una idea más unificada acerca del Ecumenismo y del gran daño causado por la "Reforma" de Lutero a la Iglesia Católica ...
¡Celebrar ese acontecimiento es un contrasentido y va en contra de la verdad histórica! Si algo hay de bueno en lo que dijo Lutero es aquello en lo que coincide con lo católico, o sea, en lo que mantiene de lo que ha recibido. Lo que pone de su cuenta y riesgo, es falso, pues se opone a la Doctrina Católica, en particular, el caso concreto de su teología de la consolación y de la sola Fides.
El verdadero ecumenismo (aunque a mí no me gusta usar esa palabra, que no deja de ser también un invento humano) estaba ya inventado. Viene incluido en la palabra "católica", que significa "universal". Y consiste, básicamente, en seguid el mandato recibido por Jesús: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a TODA criatura. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará" (Mc 16, 15-16).
Cuando Jesús dice a todos, se entiende que es a todos, sin excepción: ateos, judíos, musulmanes, agnósticos ... y, por supuesto, a aquellos que, cometiendo un pecado de herejía, se separaron de la única y verdadera Iglesia que es la Iglesia Católica, haciendo caso omiso de las palabras que san Pablo dirigió a los gálatas: "Aunque nosotros mismos o un ángel del Cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8).
La Doctrina Revelada es muy clara y no hay contradicción en ella. Eso sí: con el paso del tiempo se va profundizando en ella y comprendiéndola mejor, asistidos por el Espíritu Santo que guía a la Iglesia de manera que la Palabra de Dios va adaptándose a la mentalidad de todas las gentes de todos los tiempos y culturas, pero sin variar un ápice su contenido, pues ello supondría una traición al Mensaje Revelado.
El fundador de la Iglesia es Jesucristo, que no es un mero hombre, sino que es también Dios, el Único Dios "por quien fueron hechas todas las cosas" (Jn 1, 3). El resto de "religiones" son tan solo inventos de hombres. No son Religión, propiamente hablando, pues no hay un "dios" real que se haya manifestado sino "dioses" inventados que van variando de un modo arbitrario, conforme lo vayan requiriendo las pasiones humanas.
De modo que sólo hay una Verdad y sólo un fundamento por el que podamos alcanzar la Vida y salvarnos. Y éste es Jesucristo (Hech 4, 12). Y a Jesucristo lo conocemos a través de su Iglesia, su "verdadera" Iglesia, aquélla que está constituida por los fieles cristianos que se mantienen íntegros en la Doctrina recibida, sin cambiar un ápice del Evangelio que han recibido, de una vez para siempre (Jd, 3), para transmitirlo de generación en generación.
Y esto es pura gracia de Dios, pues nosotros no somos mejores que los demás, sino incluso más pecadores ... con la diferencia de que, también por gracia divina, si se lo pedimos al Señor, Él nos hace capaces de reconocernos como lo que realmente somos: seres humanos creados por Él a su Imagen y Semejanza, pero con una naturaleza herida por el pecado original de nuestros primeros padres, que nos lleva a cometer, libremente, pecados personales que nos separan de Dios, los cuales admitimos como tales pecados, contrarios a su Ley y le pedimos perdón, con la seguridad de que Él nos va a perdonar.
Hay un pecado, sin embargo, que no se puede perdonar y es pecado contra el Espíritu Santo: "Al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero" (Mt 12, 32). El Espíritu Santo se identifica con el Amor de Dios. Blasfemar contra el Espíritu equivale a rechazar y odiar el hecho de ser amados por Dios. Es un modo de decirle a Dios, manifestado en Jesucristo: "No queremos nada contigo. No te reconocemos como nuestro Dios y como nuestro Señor. Tú no tienes que decirnos lo que tenemos que hacer. Nosotros nos imponemos nuestras propias leyes y nuestros propios dioses".
En respeto a nuestra libertad, Dios no puede obligarnos a amarle. Sin libertad no puede haber amor. Y Dios es sumamente respetuoso con esa libertad que Él mismo nos dio al crearnos. Ahora bien: Si estar con Dios es la salvación, la ausencia y el rechazo de Dios es la condenación. No es Dios quien nos condena, propiamente hablando, pues "Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4). Si nos condenamos, si Dios no nos perdona ni en este mundo ni en el otro ... es, sencillamente, porque no deseamos ser perdonados de nada. La existencia de Dios y sus Palabras nos molestan y queremos desprendernos de ellas y de su influencia. Al proceder así, le atamos las manos a Dios y, aunque su deseo es el de salvarnos, no puede hacerlo, pues siendo todo Amor como es, necesita ser amado por cada uno de nosotros, para que así el Amor pueda llegar a su plenitud ... lo cual es imposible si, por nuestra parte, le impedimos el paso a nuestro corazón y luchamos contra Él.
Actuar de ese modo no es sino un adelanto de nuestra condenación eterna, equivalente al "Non serviam" que pronunció Luzbel, el más inteligente y bello de todos los ángeles [al principio de los tiempos, antes de que el hombre fuese creado], al no reconocer a Dios como a su Señor y a su Creador.
Este pecado de soberbia transformó a Luzbel en Lucifer, el Príncipe de los demonios, cuya existencia transcurre en una desdicha infinita y en un continuo odio a Dios y a todo lo que Dios ama ... un odio que trata de infundir, por todos los medios, y de un modo especial, en los seres humanos, dado que éstos son las criaturas preferidas de Dios, aquéllos a quienes Dios más ama, con un amor de predilección tal que le llevó hasta el extremo de hacerse hombre [realmente un hombre, uno de nosotros ... sin dejar de ser Dios] y dar su vida en rescate por muchos, para salvarnos.
Tenemos que elegir: O bien a Dios, encarnado en Jesucristo, cuyo conocimiento verdadero nos llega a través de los sucesores de los Apóstoles (en el seno de la Iglesia) ... o bien al Diablo, que es mentiroso y padre de la mentira y de todos los mentirosos y que nos lleva a hacer creer que es bueno para nosotros aquello que nos conduce a la perdición ... ¡y nosotros nos dejamos engañar!
La salvación, que está sólo en permanecer en Dios, y junto a Dios ... y que ahora es posible gracias a su venida en la Persona de su Hijo, hecho hombre, Jesucristo, ..., esta salvación, digo, podrá hacerse efectiva y real en nosotros únicamente si, reconociendo nuestros pecados como tales pecados, nos arrepentimos de ellos, con todo nuestro corazón, y le admitimos a Él como nuestro único Dios y Señor.
En nuestras manos ha dejado Dios nuestra salvación. Su voluntad salvífica, con relación a nosotros, es muy clara, pues nos ama y desea lo mejor para nosotros. Sólo queda que nosotros pongamos de nuestra parte para que esa salvación (que, objetivamente, es posible para todos) se haga efectiva y real (subjetivamente, para cada uno de nosotros).
A Él se lo pedimos, por intercesión de su Madre y Madre nuestra, la Virgen María.
José Martí
Nota 2: Tengo para mí que los protestantes deben de estar muy tristes porque no tienen una madre, como la tenemos nosotros. Recemos por ellos para que se conviertan a la Verdad - a toda la verdad- y tengan así, también, una Madre tan cariñosa y bondadosa como la nuestra ... porque, además -entonces sí- serían nuestros hermanos en Cristo, formando parte de la única y verdadera Iglesia, que es la Católica.