“Como católico nunca hablaría de una ‘galleta’”, fue la respuesta del Arzobispo de Colonia, Cardenal Rainer Maria Woelki, a un conocido protestante alemán, el comediante Eckart von Hirschhausen, que llamó “galleta” a la hostia consagrada y exigió recibirla porque paga el impuesto de la Iglesia Católica en Alemania, el nefasto Kirchensteuer. “Usar este concepto solo demuestra que tenemos un entendimiento muy distinto”. Y concluyó recordando que la hostia consagrada “es el Santísimo Sacramento en el que los católicos encuentran a Cristo mismo”.
Pero si la respuesta de Woelki es un bienvenido recordatorio del extraordinario milagro de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, una verdad de fe central que parece eclipsada en todo el confuso debate sobre la intercomunión, la ‘boutade’ blasfema de Hirschhausen pone el dedo en la llaga de uno de los aspectos menos discutidos de todo el asunto.
Me refiero al hecho de que se trate de ‘cónyuges’. La razón por la que quien se confiesa luterano quiera participar de la Sagrada Eucaristía católica sigue siendo un misterio inexplicable, por más que teólogos alemanes de la talla del Cardenal Walter Kasper han tratado de elaborarlo con alambicados jesuitismos. Pero si aceptamos que un protestante pueda tener ‘hambre de eucaristía’ y aun confesar (sin, misteriosamente, convertirse al catolicismo) la doctrina católica sobre la Eucaristía y eso le haga lícito recibir la comunión, la norma debería aplicarse a cualquiera que esté en ese caso. ¿Por qué solo a los cónyuges de los fieles católicos?
Y aquí entra lo que parece ser la justificación más realista de este embrollo: el citado Kirchensteuer. Los alemanes que se confiesan fieles de una religión deben pagar a su jerarquía un impuesto no pequeño a su jerarquía, siendo el único modo de librarse la apostasía. En el caso de un matrimonio mixto que comparta patrimonio, el cónyuge luterano sentirá que está pagando el impuesto católico, y a la inversa. Y, tradicionalmente, quien paga, manda.
De esta forma, los no católicos en estos matrimonios consideran que están financiando a la Iglesia alemana y que, como ‘clientes’, tienen derecho a opinar sobre sus asuntos internos. Es una lógica absolutamente perversa, pero muy acorde con la actual ‘mentalidad de mercado’. Por su parte, para la jerarquía esto supone un incentivo peligrosamente tentador para aguar de la doctrina todo aquello que pueda molestar a su ‘clientela indirecta’ a fin de no perder una fuente de ingresos que la convierte en una de las iglesias nacionales más ricas del catolicismo universal.
El intercambio del que hablamos tuvo lugar en el Katolichentag, un encuentro de católicos de habla alemana que ha tenido lugar este año en Münster, y es significativo que las palabras blasfemas del comediante luterano fueran recibidas con una salva de aplausos por parte de los participantes, mayoritariamente católicos.
Carlos Esteban