Cuenta San Gregorio de Nacianzo (Oratio 43, 50) que en una ocasión el prefecto Modesto, enviado por el emperador, amenazó a San Basilio Magno con la confiscación y el exilio si no firmaba una tibia adhesión a la causa arriana. Recordemos que en esa época, los obispos arrianos eran mucho más numerosos que los obispos católicos y que el Estado en su conjunto era arriano. El arrianismo era, de alguna manera, el modo progre de ser católico; lo políticamente correcto. San Basilio le respondió de este modo al funcionario:
La confiscación de bienes no alcanza a quien nada tiene, a no ser que necesites acaso mis trapos y andrajos y los pocos libros que son toda mi vida. En cuanto al destierro, yo no lo conozco, porque no estoy ligado a ningún lugar: esta tierra donde vivo ahora no la considero mía, y el mundo entero, adonde puedo ser desterrado, lo considero mío, mejor dicho, todo él de Dios, cuyo habitante y peregrino soy. ¿Qué daño pueden hacerme las torturas, si no tengo cuerpo, a no ser que te refieras al primer golpe? Sólo de estas cosas eres tú dueño. Pero la muerte sería un beneficio para mí, porque me llevaría más pronto a Dios, para quien vivo y a quien sirvo y para quien he muerto ya en gran parte y hacia quien me apresuro desde hace tiempo.
Estupefacto ante estas palabras, Modesto replicó:
“Hasta ahora nadie me ha hablado a mí de esta manera y con tanta libertad de palabra.”
A lo que respondió Basilio:
Quizás tampoco has tropezado nunca con un obispo hasta ahora... Cuando lo que está en juego y en peligro es Dios, todas las demás cosas se tienen por nada y a Él sólo atendemos. Fuego, espadas, bestias e instrumentos que desgarran la carne son para nosotros más bien causa de deleite que de consternación. Aflígenos con esas torturas, amenaza, pon por obra todo cuanto se te ocurra, disfruta con tu poder. Que el emperador oiga también esto: de todas formas no nos convencerás ni nos ganarás para la impía doctrina [arrianismo], aunque nos amenaces con los más crueles tormentos.
Como Modesto, tampoco los argentinos hemos tropezado nunca con un obispo hasta ahora…, o con muy pocos en el mejor de los casos. Si no son obispos sino meros funcionarios privilegiados a los que poco y nada les importa la fe sino que, más bien, se preocupan por seguir los dictados del mundo -lo hemos visto en la entrada anterior-, me pregunto por qué no siguen entonces el ejemplo de los obispos chilenos y renuncian en masa. Claro, ellos lo hicieron como un gesto esperado por la prensa y a raíz de un escándalo sexual. Lo que yo pido es que los nuestros lo hagan por algo mucho más importante que una cuestión de faldas o pantalones, que lo hagan por la fe.
The Wanderer