En el mejor de los casos, es dudoso que mereciera una mera nota de pasada. Creo sinceramente que Roma tiene poco que decir de absorbente interés sobre el deporte, como creo que el deporte es una actividad de dudosa transcendencia, que requiere poca o nula atención del Magisterio eclesial y cuya aplicación correcta por parte del cristiano es perfectamente deducible para cualquiera con una conciencia medianamente formada.
Uno espera otras cosas del Magisterio eclesial. Uno espera algo distinto del Depósito de la Fe.
En el mejor de los casos, digo. Pero es que no estamos, ni de lejos, en el mejor de los casos.
Cuando acaba de caer Irlanda; cuando en Irlanda, último país de Europa Occidental aún no conquistado por la Cultura de la Muerte, los irlandeses han elegido por una mayoría de dos tercios acabar con la protección al no nacido, y el Vaticano no ha dicho una sola palabra, ni para animar a los católicos a impedir esa atrocidad, ni siquiera para consolarlos y reafirmarlos en la fe cuando esta ya se ha producido, que la Curia me hable de deporte, sinceramente, me suena a tomadura de pelo.
Cuando esta misma semana el Parlamento de un país profundamente católico, Portugal, ha sometido a votación si se permite matar a quien lo pida -discerniendo, eso sí- y el Vaticano no ha encontrado tiempo para una nota, para un par de frases, para un advertencia que pudiera mover a los diputados, la verdad, no sé qué hacer con un documento que me habla del ejercicio físico.
Cuando cuatro cardenales, y después una sesentena de teólogos y pensadores, y finalmente un grupo de sacerdotes de todo el mundo, implora, suplica humildemente que los prelados y, a ser posible, el propio Papa confirme las verdades de fe que las propias palabras del Pontífice ha dejado dudosas y cuestionables, me sobra, por decir poco, que me hablen de fútbol.
Cuando el Papa deja que se publiquen como palabras suyas opiniones -el infierno no existe, las almas que se niegan a la gracia desaparecen, Dios hace a los gays como son- que, en la interpretación más caritativa, son gravemente erróneas y, en la más evidente, contradicen directamente la doctrina inmutable de siglos, y no aclara ni contradice, en serio, que publiquen un documento sobre el deporte me resulta indignante.
No necesito que la Santa Sede me hable de deporte. Puede ser un epígrafe menor en algo más amplio, pueden hacerse algunas referencias en un documento de mayor calado; pero, no, no es lo que espero de Roma. Como tampoco espero que me hablen del Cambio Climático, del que prefiero escuchar a los científicos (que, por cierto, harían bien en explicarme por qué tengo que creerles cuando sus propias profecías han fallado todas, una por una); ni sobre las ‘fake news’ -salvo, quizá, para contarnos en qué estaba pensando Monseñor Viganò cuando trucó la carta de Benedicto-, ni sobre el drama atroz de los rohingya que, por cierto, recientemente han masacrado ha todos los habitantes de una aldea que se han negado a convertirse al Islam.
No, de Roma espero doctrina sólida, clara y firme. Espero palabras que confirme la fe, esa fe de la que es mera custodia la Sede de Pedro, que no puede cambiar ni una coma, porque es un mensaje inmutable y no una filosofía cambiante. Quizá, no sé, tal vez en un sentido tenga razón el Papa cuando nos pide a los cristianos “hacer lío”; pero dudo mucho que deba ser él quien nos haga un lío.
Del documento sobre el deporte, que comente otro. Aquí nos quedaremos esperando cosas más serias.
Gabriel Ariza