Por eso pienso que no es descabellado decir que nos hallamos en una situación de "apostasía universal" o, al menos, muy próximos a ella. ¿Coincidirá ésta con aquella "apostasía universal" de la que se habla en la Biblia, la que tendrá lugar al final de los tiempos? No podemos saberlo. Pero lo que no se puede negar es el hecho de que estamos llegando - y de modo vertiginoso - a una situación de apostasía a escala mundial, aunque haya todavía muchos que se empeñan en negar lo que es evidente.
Con relación a este querer enmendar la plana a Dios asistimos, por ejemplo, a la negación de los dogmas y de todo lo que suene a sobrenatural. Se llega a negar, incluso, la misma historicidad de las Sagradas Escrituras; en particular, todos los hechos relatados en los Evangelios y en el resto del Nuevo Testamento. Según estos "entendidos" lo relatado allí fue una invención de la primitiva comunidad cristiana, pero no fue algo que ocurriera realmente: una afirmación gratuita e inventada por estos "innovadores" que no pueden demostrar absolutamente nada de lo que dicen.
Como curiosidad que puede venir al caso, hago aquí una pequeña observación, con respecto al tema de la existencia histórica de Jesucristo. Sabemos que en el año 70 tuvo lugar la destrucción de Jerusalén, tal como estaba profetizado por Jesucristo que iba a ocurrir. ¿No es extraño que tal evento histórico no aparezca en ninguno de los Evangelios? La explicación es sencilla ... y es que los Evangelios fueron escritos anteriormente al año
La mentira siempre ha sido -y seguirá siendo- el arma que utilizan los "hijos de este mundo", aquellos que tienen por padre al Diablo, según las palabras que utilizó Jesucristo, al responderle a los judíos que no entendían su lenguaje porque no podían oír sus palabras: "Vosotros tenéis por padre al Diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él era homicida desde el principio, y no se mantenía en la verdad, porque en él no hay verdad. Cuando dice la mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a Mí, que digo la verdad, no me creéis" (Jn 8, 44-45)]
Es bastante "corriente" encontrarse hoy con "católicos" que niegan todo tipo de milagros por intervención divina así como los dogmas fundamentales de la fe de la Iglesia: la divinidad de Jesucristo, su Resurrección y Ascensión a los cielos, su Presencia real en la Eucaristía, la virginidad de María, etc. ... y siguen considerándose católicos cuando no lo son: no pueden serlo pues niegan todo lo que afirma la Doctrina Católica.
Es una flagrante contradicción… ¿Qué formación es la que han recibido? ¿Quién -o quienes- se han encargado de enseñarles la Doctrina? ¿Cómo puede explicarse tal anomalía? La respuesta a esta pregunta es muy difícil, porque son muchos los factores que pueden influir en ella. De todos modos, hay una razón, que es la más profunda y misteriosa de todas, y que nos sobrepasa. Está relacionada directamente con el pecado que, como decía san Pablo, es un "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7). El mismo san Pablo nos advertía, también, en su carta a los efesios, que "nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas" (Ef 6, 12)
Es una flagrante contradicción… ¿Qué formación es la que han recibido? ¿Quién -o quienes- se han encargado de enseñarles la Doctrina? ¿Cómo puede explicarse tal anomalía? La respuesta a esta pregunta es muy difícil, porque son muchos los factores que pueden influir en ella. De todos modos, hay una razón, que es la más profunda y misteriosa de todas, y que nos sobrepasa. Está relacionada directamente con el pecado que, como decía san Pablo, es un "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7). El mismo san Pablo nos advertía, también, en su carta a los efesios, que "nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas" (Ef 6, 12)
Tal y como se ha dicho, hoy vemos que todo aquello que posea carácter sobrenatural es negado o silenciado (lo que ocurre también en bastantes casos de la alta Jerarquía). Si ya en el año 1972 decía el papa Pablo VI que "el humo de Satanás" se había infiltrado en la Iglesia, hoy podríamos decir que es el propio Satanás quien está infiltrado. Cierto que esta afirmación no puede ser demostrada, pero tenemos las palabras de Jesús que, como siempre, nos sirven de guía -y de luz- en este mundo tenebroso: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 16).
¿Y qué frutos observamos? Si no escondemos la cabeza y amamos la verdad, se impone admitir y reconocer que, por desgracia, el llamado modernismo se ha infiltrado en el corazón mismo de la Iglesia y amenaza con destruirla a corto plazo, si Dios mismo no interviene, de alguna manera. El papa San Pío X decía ya, en su encíclica "Pascendi", que la herejía modernista es la suma de todas las herejías. Y esa herejía, que conduce a la apostasía completa, es la que -de modo sibilino- se encuentra merodeando por el Vaticano.
No cabe duda de que Dios intervendrá, pues no va a consentir que su obra se deshaga y que la muerte de su propio Hijo haya sido en vano. Tenemos la seguridad de que "las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia" (Mt 16, 18) Esa es nuestra esperanza, y sabemos que no será defraudada, pero se impone ser realistas y llamar a las cosas por su nombre. Vistas las cosas, tal y como están, me da la impresión de que esa intervención divina debe de estar ya a las puertas; nos conviene, pues, estar preparados y vigilar de continuo, porque "el Diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar" (1 Pet 5, 8).
Es verdad que no podemos conocer ni el día ni la hora y sabemos, además, que "un día ante Dios es como mil años, y mil años como un día" (2 Pet 3,8). Pero, sea de ello lo que fuere, está claro que la negación de lo sobrenatural y la invención de nuevas "doctrinas", meramente humanas, que pretenden destronar a Dios y colocarse en su lugar, no puede traernos sino consecuencias nefastas ... porque "de Dios nadie se ríe" (Gal 6, 7)
En fin, acabamos esta entrada con unas palabras del apóstol Judas Tadeo: "Carísimos, teniendo mucho interés en escribiros sobre nuestra común salvación, me he visto en la necesidad de hacerlo para animaros a luchar por la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (Jd, 3). Tenemos, sobre todo, la certeza y la confianza en las palabras de Jesús, nuestroSeñor, quien dijo a sus discípulos, antes de su ascensión a los cielos: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
No necesitamos más: la seguridad de su compañía, la intimidad con Él, todo eso nos dará la fortaleza que necesitamos para dar testimonio de Él: "Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar, porque se os dará en aquella hora lo que habéis de decir. Pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" (Mt 10, 19-20).
Por lo tanto, debemos alejar de nosotros todo temor y actuar conforme a lo que Jesús mismo nos mandó: "Vigilad y orad para que no caigáis en tentación" (Mt 26, 41). Frente al gran poder de la oración cristiana, una oración hecha con Cristo, por Cristo y en Cristo, ¿qué puede significar todo el poder de los hombres, qué puede significar el poder mismo de Satanás y de todo el infierno?
La vida cristiana es difícil. Supone tomar la cruz cada día, caminar por la senda estrecha y seguir al Señor. Él ya nos lo advirtió, para que no nos llamáramos a engaño: "En el mundo tendréis tribulación" (Jn 16, 33b) ... "pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33c).
La certeza que poseemos de que Jesús nos ama y de que somos simplemente peregrinos en esta tierra, siendo el cielo nuestra verdadera y definitiva patria; el saber que nuestra vida no se acaba con la muerte terrenal, sino que esperamos una vida futura junto a Él, por toda la eternidad, si hemos optado por Jesús en esta vida, prefiriéndolo a Él a todas las cosas ... todo eso nos conducirá a adquirir la fortaleza que necesitamos para no tener miedo a nada. Sólo hay algo que debemos temer: el pecado, el estar separados del Señor. Ése es el santo temor de Dios y no otra cosa.
Esto dice un cristiano hablando de su amado Maestro, hablando de Jesús:
No necesitamos más: la seguridad de su compañía, la intimidad con Él, todo eso nos dará la fortaleza que necesitamos para dar testimonio de Él: "Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar, porque se os dará en aquella hora lo que habéis de decir. Pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" (Mt 10, 19-20).
Por lo tanto, debemos alejar de nosotros todo temor y actuar conforme a lo que Jesús mismo nos mandó: "Vigilad y orad para que no caigáis en tentación" (Mt 26, 41). Frente al gran poder de la oración cristiana, una oración hecha con Cristo, por Cristo y en Cristo, ¿qué puede significar todo el poder de los hombres, qué puede significar el poder mismo de Satanás y de todo el infierno?
La vida cristiana es difícil. Supone tomar la cruz cada día, caminar por la senda estrecha y seguir al Señor. Él ya nos lo advirtió, para que no nos llamáramos a engaño: "En el mundo tendréis tribulación" (Jn 16, 33b) ... "pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33c).
La certeza que poseemos de que Jesús nos ama y de que somos simplemente peregrinos en esta tierra, siendo el cielo nuestra verdadera y definitiva patria; el saber que nuestra vida no se acaba con la muerte terrenal, sino que esperamos una vida futura junto a Él, por toda la eternidad, si hemos optado por Jesús en esta vida, prefiriéndolo a Él a todas las cosas ... todo eso nos conducirá a adquirir la fortaleza que necesitamos para no tener miedo a nada. Sólo hay algo que debemos temer: el pecado, el estar separados del Señor. Ése es el santo temor de Dios y no otra cosa.
Esto dice un cristiano hablando de su amado Maestro, hablando de Jesús:
La luz que, de sus ojos,
al corazón atento le llegaba,
quitaba sus enojos
y tal valor le daba
que ya temor ninguno le quedaba.
José Martí