Nos movemos en arenas movedizas y en un mar de contradicciones. El tema que nos ocupa es de una gravedad increíble. No podemos caer en un buenísimo estéril que nada soluciona y todo lo complica. Leemos en San Lucas 17,1-6 : “Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños” Por lo tanto, ¡tengan cuidado!.
El Papa Francisco se ha visto obligado a publicar una carta el Pueblo de Dios en la que habla de nuevo de atrocidades, de vergüenza, de pedir perdón y nos dice que ahora si, que ya no habrá más omisiones. El problema es que esto ya no se lo cree nadie. Es posible que en Argentina no se enseñe a los niños la fábula del mentiroso que anuncia que viene el lobo y a la tercera nadie le cree y viene de verdad. Ya hemos olvidados cuántas veces se ha anunciado la tolerancia cero, la creación de comisiones, las durísimas condenas, las solemnes peticiones de perdón.
Las noticias de ayer nos traen dos intervenciones del Pontífice. Por un lado, “exige y reclama” al gobierno de la India que ayude a los damnificados por los monzones y por otro nos dice que “nos hemos equivocado”, parece que todos, en el tratamiento de la pedofilia. Es curioso el cambio de la primera persona del singular a la primera persona del plural -suponemos mayestático- tan utilizado en otros tiempos.
Santidad: con todo el cariño ¡¡ déjese de palabras !! : lo que el pueblo de Dios le está pidiendo a gritos, que es imposible que no oiga, es que se deje de tonterías, de los amores de la leticia, de las defensas del planeta, de los abrazos y besos universales, de hacerse el simpático y el campechano y de una vez le “exige y reclama” que actúe.
Hablamos de horrendos delitos y de crímenes que incluso en el mundo de los encarcelados es mal visto. No se puede hacer responsable al “pueblo de Dios” de lo sucedido y hacerlo pasar por criminal y delincuente. Los culpables son los que son y no todos. La culpa es personal del que ha cometido el delito, del que lo ha encubierto y protegido y del que teniendo la obligación de actuar no lo ha hecho. No haga que las sufridas ovejas se cabreen más de lo que están.
Es muy injusta situación por la que están pasando sus sacerdotes y obispos honestos por culpa de esta cortina de humo con la que se intenta ocultar tanta porquería.
Aquí no sirve el plural mayestático, la obligación del que gobierna es proteger al pueblo de Dios, descubrir a los culpables y respaldar a los inocentes. Hoy parece que estamos ante una absoluta incapacidad de gobierno y ante la protección de los culpables y el castigo de los inocentes. Esta convicción sólo se cambiará con hechos y no con palabras. El nuncio en Estados Unidos, que seguro no sabía nada, ni él ni sus antecesores, entra en escena con más buenas palabras.
Además de repartir culpabilidades urbi et orbi la solemne carta al pueblo de Dios no cita, ni de lejos, que el verdadero problema es lo que ya muchos llaman la “homoherejía”. El camino desde el famoso “¿quien soy yo para juzgar? al “nos hemos equivocado” es largo y lleno de despropósitos.
El problema es claro y lo ve un ciego: es la hora de los hechos.
Specola