Duración 6:47 minutos
Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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sábado, 25 de agosto de 2018
Noticias varias 25 de agosto de 2018
CORRESPONDENCIA ROMANA
La homosexualidad devasta la Iglesia, pero no se habla más
INFOCATÓLICA
La familia de Franco descarta recurrir y se hará cargo de sus restos mortales
ONE PETER FIVE
Iúdica Me (Steve Skojec)INFOCATÓLICA
La familia de Franco descarta recurrir y se hará cargo de sus restos mortales
ONE PETER FIVE
Selección por José Martí
Sacerdotes y obispos homosexuales. Ni "sanos" ni "fieles" (Sandro Magister)
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"Homosexuales" y "obispos": éstas son las dos palabras claves del escándalo que hoy está sacudiendo a la Iglesia. Pero a pesar de esto el papa Francisco no ha introducido ni siquiera una sola vez ni el primer término ni el segundo en su "Carta al Pueblo de Dios" dada a conocer hace pocos días, en vísperas de su viaje a Irlanda para el Encuentro Mundial de las Familias.
Jorge Mario Bergoglio ha puesto bajo acusación más bien al "clericalismo". Que, en efecto, es una causa concurrente de los abusos sexuales llevados a cabo por quienes se sienten investidos de un poder más elevado y hace fuerza para doblegar la voluntad de los sometidos, sean ellos niños o – con muchas más frecuencia – jóvenes o muy jóvenes por debajo de la mayoría de edad.
En su carta a los católicos irlandeses, fechada en el 2010, Benedicto XVI, motivado por escándalos parecidos, había ido más allá en la búsqueda de los motivos de esta enfermedad de la Iglesia.
En esa carta señaló dos motivos:
- la "tendencia, incluso por parte de sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de las realidades seculares sin suficiente referencia al Evangelio":
- y la "tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, a evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares".
Hoy ambas tendencias son todavía más visibles en el origen de esta nueva oleada de escándalos. Que sigue siendo habitualmente descrita – como por inercia – bajo la etiqueta de abusos sexuales contra menores, pero que en realidad remite sobre todo a la difundida presencia de homosexuales entre el clero y entre los obispos, quienes no sólo violan el compromiso público de castidad que han asumido con la ordenación, sino que auto-justifican sus comportamientos y forman un cuerpo compacto con sus semejantes, ayudándose y promoviéndose mutuamente.
Desde este punto de vista, el caso del ya no cardenal Theodore McCarrickes paradigmático. La violencia sobre menores ha sido solamente una parte marginal de su desenfrenada actividad sexual con jóvenes de su mismo sexo, que muchas veces eran seminaristas de las diócesis que él gobernaba.
No sólo eso. Entre los cardenales estadounidenses, McCarrick fue el más visible en promover y llevar a cabo la "carta de Dallas" del 2002, la cual contiene los lineamientos de la reacción a la primera gran oleada de abusos sexuales contra menores por parte de sacerdotes, con su epicentro en la arquidiócesis de Boston. Pero esto no modificó en nada su comportamiento personal con jóvenes del mismo sexo, que era conocido por muchos y del que también habían sido informadas las autoridades vaticanas, sin que su carrera [eclesiástica] fuese perturbada en lo más mínimo.
McCarrick continuó hasta el final, muy escuchado por el papa Francisco, influyendo en los nombramientos de sus protegidos, que hoy ocupan cargos importantes en Estados Unidos y en el Vaticano: desde los cardenales Blaise Cupich y Joseph Tobin, arzobispos de Chicago y Newark respectivamente, hasta el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y hoy promotor del Encuentro Mundial de las Familias, llevado a cabo en Dublín.
Cupich, Tobin y Farrell constituyen la punta de lanza del derribo de posiciones que el papa Francisco quiso imponer en la jerarquía de Estados Unidos. Los tres son fervorosos partidarios del jesuita James Martin, promotor de una revisión sustancial de la doctrina de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad, y llamado por Farrell como expositor en el Encuentro de Dublín.
Entre los cardenales de la vieja generación más apreciados por Bergoglio está también Donald Wuerl, sucesor de McCarrick en Washington y anteriormente obispo de Pittsburgh, pero donde el Gran Jurado de Pennsylvania lo ha acusado – en un informe hecho público el pasado 14 de agosto – de haber encubierto a sus sacerdotes culpables de abusos.
El resultado es que Wuerl tuvo que renunciar a ir a Dublín, donde también se lo esperaba a él como expositor. Y lo mismo tuvo que hacer el arzobispo de Boston, el cardenal Sean Patrick O'Malley, por el descubrimiento imprevisto de prácticas homosexuales desordenadas en su seminario – que evidentemente pasaron indemnes de la drástica limpieza llevada a cabo por el mismo O'Malley después del 2002 en la diócesis que era el símbolo de los abusos sexuales perpetrados contra menores –, así como también por no haber tomado en consideración en el 2015 una carta de denuncia de las fechorías del entonces cardenal McCarrick, enviada inútilmente a él por el mismo sacerdote de Nueva York, Boniface Ramsey, quien ya en el 2000 había informado en vano a las autoridades vaticanas.
La fuerte presencia de homosexuales en numerosos seminarios de todo el mundo en un fenómeno más que conocido. En noviembre del 2005, con Joseph Ratzinger como Papa desde algunos meses antes, las autoridades vaticanas establecieron que "la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay".
Pero esta ordenanza se mantuvo en gran medida sin ser aplicada. El pasado mes de mayo, reuniéndose a puertas cerradas con los obispos italianos, el papa Francisco les pidió que la pusieran en práctica, porque – dijo –"tenemos demasiados homosexuales".
Pero es notorio que también en Roma el fenómeno está presente con sus degeneraciones, e involucra a los superiores de estos seminarios. El Almo Collegio Capranica, el prestigioso internado al que las diócesis envían a sus discípulos para completar sus estudios en Roma, está lejos de ser inmune a ese fenómeno. Al igual que el Pontificio Ateneo San Anselmo, la facultad teológica romana de la Orden Benedictina.
Entre las diócesis vecinas a Roma, la de Albano celebra todos los años un foro de los “cristianos LGBT italianos". En el próximo, del 5 al 7 de octubre, intervendrá el jesuita Martin antes citado. El obispo de Albano es Marcello Semeraro, muy cercano a Francisco y secretario del "C9", en concejo de los nueve cardenales convocados por el Papa para ayudarle en el gobierno de la Iglesia universal.
Coordinador del "C9" es el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, también él expositor en Dublín, pero cuyo obispo auxiliar y discípulo Juan José Pineda Fasquelle ha sido desplazado el pasado 20 de julio a causa de prácticas homosexuales habituales con seminaristas de la diócesis, comprobadas por una visita apostólica.
Pero inexplicablemente Maradiaga permanece en su cargo. Y el pasado 15 de agosto el papa Francisco nombró en el rol clave de sustituto de la Secretaría de Estado al venezolano Edgar Peña Parra, ex consejero de la nunciatura den Hondruas entre el 2002 y el 2005, y muy ligado a Pineda, de quien propició en el 2005 el nombramiento como obispo auxiliar de Tegucigalpa.
Desde los seminarios al clero, a los obispos y a los cardenales, los homosexuales están presentes en todos los niveles y por miles. Una voz no sospechosa como el jesuita declaró hace pocos días en "Crux", el primer portal de información católica de Estados Unidos y quizás del mundo:
"La idea de una depuración de los sacerdotes homosexuales es ridícula y a la vez peligrosa. Toda depuración vaciaría parroquias y Órdenes religiosas de miles de sacerdotes y obispos que llevan vidas sanas de servicio y vidas fieles de celibato".
Esto es muy cierto. Pero también hay sacerdotes y obispos homosexuales que no son “sanos” ni fieles. Son muchos. Demasiados.
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En la foto que está abajo del título, la tapa del Espresso del 19 de julio con el artículo sobre el caso de monseñor Battista Ricca:
Sandro Magister
Teología humanista
PRINCIPIOS SISTEMÁTICOS DE LA TEOLOGÍA HUMANISTA
El armazón sistemático de la teología humanista puede reducirse a tres principios. Tal vez su exposición resulte, a primera vista, demasiado abstracta. Veremos, sin embargo, en seguida la dilatada gama de sus consecuencias vitales.
1. El punto de partida se formula diciendo que «Dios no es objeto». Naturalmente, la frase sería aceptable si lo que se intentara decir con ella es que Dios no es una cosa, sino un Ser personal. Pero «Dios no es objeto» significa en los ambientes de la teología humanista que Dios no puede ser objeto directo de nuestros actos, porque Dios es «el completamente otro». Es interesante que la traducción alemana de la obra de Robinson Honest to God («Sincero para con Dios», en la versión española) tenga como título Gott ist anders («Dios es de otra manera»). Ello implica que, cuando concebimos a Dios y pensamos en El, construyamos en realidad, un ídolo. El intento de dirigirnos directamente a Dios, al presuponer la previa estructuración de este «ídolo», completamente distinto de Dios nos llevaría a una especie de idolatría. El tema dela idolatría, en este sentido, ha sido muy cultivado por los teólogos humanistas. Se olvida así, sin embargo, que de este modo se confunden conocimiento imperfecto y conocimiento falso. San Pablo ha insistido en la posibilidad de conocer a Dios a partir de las creaturas (Rom 1, 20). Sin duda, ese conocimiento es imperfecto, pero no falso. No olvidemos la doctrina de la analogía: porque mi conocimiento de Dios es análogo, Dios es siempre mayor que mi representación de El; pero esa representación afirma algo que es verdadero. Cuando llegue la visión cara a cara, superaré mi conocimiento actual, pero no como algo radicalmente discontinuo, sino como un escalón previo que fue necesario en mi ascensión. «Deus semper maior» es el título de una conocida obra de Przywara; sí, Dios es siempre mayor que lo que mi conocimiento me dice de Él. Pero no hablemos de Dios como del totalmente otro, pues, si esta afirmación se tomara en serio, nos llevaría a relegar a Dios al campo de lo desconocido.
2. Pero, volviendo a los principios de la teología humanista, es claro que, si el horizonte de la capacidad humana está limitado por lo humano y Dios queda fuera de ese horizonte, sólo la encarnación nos da la posibilidad de amar a Dios. El intento directo de amarle nos llevaba a amar un ídolo. Pero en la encarnación se nos da la primera posibilidad de que amando a un hombre, al hombre Jesús, con un amor humano -el único de que el hombre es capaz-, comencemos a amar a Dios, que se ha identificado en unión personal con él.
3. Desde entonces esta actitud humana frente a Cristo -amor humano en el fondo- se convierte en el acto cristiano fundamental. El amor humanista, el amor humano del prójimo, sería la actitud central del cristianismo.
LAS CONSECUENCIAS DE LOS PRINCIPIOS
En estos tres principios fundamentales se puede sintetizar la esencia de la teología humanista. Las consecuencias del sistema son graves. Nos limitamos a enumerarlas brevemente.
1ª. Lógicamente, el acto específicamente religioso, en cuanto dirigido a Dios mismo, pierde la primacía. En realidad, su misma posibilidad se desdibuja con respecto a un Dios que siempre queda más allá de nuestras categorías y nuestros esfuerzos. Quizás esta desaparición de la valoración del acto específicamente religioso tenga relación con la tendencia actual a sustituir la oración formal por la virtual: dejar la oración que se dirige a Dios para sustituirla por el servicio al prójimo.
2ª. Dado este primer paso, la desacralización se convierte en programa. ¿Por qué seguir cultivando un mundo de lo sacro, cuando nuestros intentos se convertirían en una especie de idolatría, es decir, en culto al ídolo que nuestras categorías construyen? Dios sería totalmente otro y totalmente distinto de ese ídolo. Uno puede preguntarse si no habrá relación entre esta mentalidad y un cierto antisacramentalismo que ha comenzado a invadimos. El postulado de desacralización se ha hecho programáticamente tan radical, que alcanza a la liturgia misma, en la que el hombre comienza a interesar más que el culto a Dios […].
3ª. Al desaparecer Dios de nuestro horizonte, se hace una traducción temporalista del cristianismo. Es claro que el cristiano que toma en serio su fe, es consciente de una serie de obligaciones en el campo social y político. Pero esto es una cosa, y otra presentar esas actividades socio-políticas como si tuvieran en el cristianismo el primer plano o fueran específicas de él. Sin embargo, es evidente que una vez puesto entre paréntesis el plano que se refiere a Dios, y sustituido por un amor humanista al hombre y por un procurar su bien humano, lo socio-político es primario, porque lo es entre las preocupaciones meramente humanas. Se puede entender en esta perspectiva que un teólogo de la secularización como Harvey Cox pueda llegar a opinar que «la teología es, ante todo, política». Sin llegar a Cox, entre los teóricos católicos de la teología humanista, atribuir al trabajo de la construcción de la ciudad terrestre un valor de influjo directo en la preparación del reino de Dios es una convicción inquebrantable, a pesar de la insistencia del Nuevo Testamento en la idea de ruptura entre el mundo presente y el futuro, y la descripción de Apoc 21, 1 ss. de la nueva Jerusalén como don de Dios que viene de lo alto, y no como realidad directamente preparada por las realizaciones terrenas de un mundo más humanizado.
4ª. Naturalmente, al hacerse primaria en el cristianismo la preocupación por la construcción de la ciudad terrena, entra en crisis la idea de sacerdocio. ¿Para qué recibir las órdenes sagradas, si la misión fundamental del cristianismo puede ser igualmente realizada ordenándose o sin ordenarse? Yo diría que se puede realizar mejor sin ordenarse. El clérigo que se empeña en trabajar en el campo socio-político fácilmente entra en conflicto con las estructuras jerárquicas; sin duda, mucho más fácilmente que el seglar […].
5ª. Por otra parte, el «Dios completamente otro» nunca sería expresado por nuestras categorías. Nuestras fórmulas dogmáticas comenzarían así a ser terriblemente relativas. Supuesta esta relatividad de las fórmulas dogmáticas y siendo, además el amor humano la esencia del cristianismo según la teología humanista, el problema ecuménico se plantea para ella en términos totalmente nuevos. ¿Qué sentido tendrían ya las diferencias interconfesionales en la doctrina? Su solución sería sencilla: unámonos en el amor y prescindamos de lo doctrinal […].
6ª. Pero la lógica del sistema lleva más lejos. Si la esencia del cristianismo es el auténtico amor humano, dondequiera que se dé tal amor, allí está el verdadero cristianismo. Surge la teoría de los cristianos anónimos. No se trata en ella solamente de lo que es doctrina común en la Iglesia católica. En efecto, ningún teólogo católico duda de que Dios puede salvar, por caminos a nosotros desconocidos, a los infieles de buena voluntad, llevándolos a aquel mínimo de fe que es necesaria para salvarse. El planteamiento de la teología humanista es otro: es suponer que todo pagano que ama humanísticamente a los otros es ya un cristiano anónimo. Los paganos, masivamente considerados, es decir, en su inmensa generalidad, serían ya cristianos sin saberlo. No se puede «convertirlos», si no es de cristianos anónimos en cristianos reflejos. Uno puede preguntarse si, concibiendo así las misiones, vale la pena hacer el esfuerzo misional con todos los sacrificios de abandonar familia y patria que lleva consigo. O ¿se trata de ir a las misiones para no llevar algo específicamente cristiano, sino para trabajar en el desarrollo de los pueblos? ¿Habría entonces esperanza de que nuestra misión interesara en cuanto tal y no tan sólo por lo que tiene de común con todos los movimientos humanitarios? Una cosa es que los paganos de buena voluntad puedan salvarse y otra que la plenitud de los medíos salvíficos sólo se encuentra en la Iglesia católica; ambas proposiciones deben ser mantenidas para una recta comprensión del concepto de misión […].
7ª. Si el acto bueno no toca a Dios, tampoco lo tocará el acto malo. La teología humanista tiene que revisar así el concepto de pecado, que ella no podrá seguir concibiendo como ofensa de Dios.
8ª. Pero la revisión del concepto de pecado induce una reducción del campo de la moral. Sólo se podría considerar verdaderamente pecado lo que hace daño a otro. La amputación de grandes sectores del campo de la moral, que este postulado implica, es fácilmente perceptible. Es interesante recordar en este contexto que la predicación profética en el Antiguo Testamento se dirige muy primariamente contra un pecado que no hace daño al prójimo: la idolatría, incluso en el caso en que se hace sin escándalo de otro.
Creo que es difícilmente negable que la mayor parte de estos criterios están en el ambiente, y, por cierto, ampliamente difundidos. Frecuentemente se encuentran en personas que desconocen totalmente los principios teóricos y sistemáticos de que se derivan. Pero este hecho no debe sorprendernos. El fenómeno es normal. ¿Cuántos alemanes, incluso entre los que vibraban con los ideales nazis, habían leído a Nietzsche, cuyas obras, sin embargo, eran el soporte filosófico del nacionalsocialismo? ¿Cuántos comunistas han leído una obra tan voluminosa como El capital, de Carlos Marx? En todos estos casos, lo que en las obras teóricas son principios abstractos se difunde por medio de «slogans». También ahora muchos de los criterios enumerados, que son consecuencias de los principios de la teología humanista, tienen estructura y forma de «slogans». Y los «slogans» tienen eficacia por sí mismos mucho más allá de los principios de los que pueden proceder y en los que pueden fundarse; incluso al separarse de tales principios los criterios pierden matización y se hacen mas rígidos y radicales.
Tomado de:
Pozo, C. Teología humanista y crisis actual en la Iglesia. En : Daniélou-Pozo, Iglesia y secularización, 2ª ed., BAC, Madrid, 1973, pp. 61 y ss.
"Si lo dice el Papa ... ¡será verdad!": GRAVE ERROR (José Martí) (8 de 9) RUPTURA CON LA TRADICIÓN
Es "curioso": donde hay una clara ruptura se habla de continuidad, como ocurre en el caso de Amoris Laetitia, citando, para más INRI, a san Vicente de Lerins y a santo Tomás de Aquino ( haciéndoles decir lo que no dijeron).
En breve, va a salir un libro en el que Amoris Laetitia es interpretada por Amoris Laetitia. El libro está prologado por el mismo papa Francisco. Por lo visto, la palabra evolución de los dogmas, que significa cambio en los dogmas, es demasiado clara. Y no conviene utilizarla ya. Ahora se hablará de madurez (como le gusta decir al jesuita pro-homosexual James Martin) ¡Y puesto que lo ha dicho el Papa ... y el Papa no se equivoca, ... pues será verdad lo que dice: a obedecer toca! ( Pero ... ¿realmente eso es así?¡)
Porque no deja de ser también igualmente "curioso" que se acepte lo que dice el Papa siempre que lo que diga coincida con los criterios mundanos. La experiencia histórica lo demuestra claramente. Nadie haría caso a Francisco (el mismo Francisco que tenemos ahora como Papa), si hablase conforme a la Tradición transmitida de una vez para siempre. Nadie diría, entonces, "como lo ha dicho el Papa".
Es decir: si Francisco hablase de la necesidad y de la importancia de la cruz como muestra del verdadero amor, si hablase de la importancia esencial de la Eucaristía como Presencia real de Jesucristo, si hablase del amor a Jesús antes que de la solidaridad con los pobres, si hablase de que la vida cristiana no tiene ningún sentido si todo cuanto se hace no es como consecuencia del amor: el amor que Dios nos tiene y el amor con el que queremos corresponderle, que es el que nos lleva a poner todos los dones que hemos recibido al servicio de los demás: de TODOS, porque todos somos pobres y necesitados ... Si hablase así, el mundo entero se pondría en su contra. No sólo el mundo sino también muchos miembros de la alta Jerarquía ... Ya no se diría: ¡Es que como lo ha dicho el Papa! No. Se diría que es un Papa que no ha evolucionado con los tiempos y otras sandeces por el estilo ... ¡Y sin embargo, es justamente entonces cuando podríamos decir, con total seguridad: EL PAPA NO SE EQUIVOCA, pues predica a Cristo y a Cristo crucificado!
Desgraciadamente, no es así. Hoy la cruz se ha desvirtuado. Y su sola presencia molesta. El mundo ha optado, en su totalidad, por el rechazo a Dios ... no a cualquier "dios", sino al único Dios verdadero, el que se manifestó en la Persona de su Hijo, haciéndose hombre; o sea, ha optado por el odio a Jesucristo y a todo lo que lo recuerda.
Además, este "mundo" se ha introducido en la Iglesia, como caballo de Troya, en un proceso que comienza ya a manifestarse poco antes del Concilio Vaticano II, que continúa con la celebración de dicho Concilio sólo "pastoral" (en apariencia) y que está alcanzando su cenit en la actualidad con el papa Francisco (estamos recogiendo los frutos de ese Concilio) ... y es que la mala semilla ya estaba sembrada, el terreno ha ido preparándose poco a poco; y se ha llegado a una situación en la que la mayoría de los pastores, cuya obligación era velar por la pureza de la fe, han claudicado ante el mundo ... "se han hecho del mundo: por eso hablan cosas mundanas, y el mundo los oye" (1 Jn 4, 5) , pero han abandonado a sus ovejas, porque no les importan las ovejas: son lobos disfrazados con piel de oveja ... ¡pero lobos!
Se ha querido (en apariencia) dar mucha importancia a las personas, a los pobres (en el sentido marxista, que no en el sentido cristiano de esa palabra) ... pero a costa de olvidarse de Dios. La palabra de Dios ha sido adulterada y se emplea para engañar a la gente, como hizo el Diablo con Jesús ... no dándose cuenta de que sólo si Dios significa el todo para nuestra vida, entonces ... ¡y sólo entonces! ... las personas adquieren su auténtica dignidad y son "realmente" importantes, como así es, puesto que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Pero esto se olvida. No queremos que Dios nos quiera. Rechazamos su Amor, como hicieron los judíos, en su mayoría y en su momento, cuando crucificaron a Jesucristo. Claro que ese rechazo trae consigo unas consecuencias. Dostoievsky decía que "si Dios no existe todo está permitido". Cuando todo se reduce a este mundo, como si no existiera otro, como si no tuviéramos que dar cuenta a nadie de nuestra vida, pues ésta desaparece con la muerte .... en definitiva, cuando se rechaza todo tipo de trascendencia y, en concreto, a Jesucristo, tal y como está ocurriendo hoy, es inevitable que, como decía Plauto (254-184 a.C) el hombres se convierta en un lobo para el hombre, expresión popularizada por el filósofo inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes.
Si se elimina a Jesucristo, se elimina el Amor y sólo queda el odio entre las personas y la ley del más fuerte, la ley de la selva, acompañada de rencores, rencillas, enemistades, etc. La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza (es decir, los siete pecados capitales) campan por sus anchas. El pecado se convierte en lo habitual, en lo "normal"; y todo el Progreso que se ha dado en la Humanidad gracias a la venida de Jesucristo, se queda en agua de borrajas. Y la esclavitud, ya superada en aquellos lugares de la Tierra adonde ha llegado el Mensaje de Jesucristo, vuelve a aparecer ... pero ahora con más fuerza que nunca. No es nada nuevo: "El que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34); y "la paga del pecado es la muerte" (Rom 6, 23).
Porque, además, y esto es lo más grave. Los hombres primitivos no conocían a Jesucristo. Nosotros sí, lo cual agrava mucho más nuestros pecados. Jesús lo dijo muy claramente: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15, 22)
Porque no deja de ser también igualmente "curioso" que se acepte lo que dice el Papa siempre que lo que diga coincida con los criterios mundanos. La experiencia histórica lo demuestra claramente. Nadie haría caso a Francisco (el mismo Francisco que tenemos ahora como Papa), si hablase conforme a la Tradición transmitida de una vez para siempre. Nadie diría, entonces, "como lo ha dicho el Papa".
Es decir: si Francisco hablase de la necesidad y de la importancia de la cruz como muestra del verdadero amor, si hablase de la importancia esencial de la Eucaristía como Presencia real de Jesucristo, si hablase del amor a Jesús antes que de la solidaridad con los pobres, si hablase de que la vida cristiana no tiene ningún sentido si todo cuanto se hace no es como consecuencia del amor: el amor que Dios nos tiene y el amor con el que queremos corresponderle, que es el que nos lleva a poner todos los dones que hemos recibido al servicio de los demás: de TODOS, porque todos somos pobres y necesitados ... Si hablase así, el mundo entero se pondría en su contra. No sólo el mundo sino también muchos miembros de la alta Jerarquía ... Ya no se diría: ¡Es que como lo ha dicho el Papa! No. Se diría que es un Papa que no ha evolucionado con los tiempos y otras sandeces por el estilo ... ¡Y sin embargo, es justamente entonces cuando podríamos decir, con total seguridad: EL PAPA NO SE EQUIVOCA, pues predica a Cristo y a Cristo crucificado!
Desgraciadamente, no es así. Hoy la cruz se ha desvirtuado. Y su sola presencia molesta. El mundo ha optado, en su totalidad, por el rechazo a Dios ... no a cualquier "dios", sino al único Dios verdadero, el que se manifestó en la Persona de su Hijo, haciéndose hombre; o sea, ha optado por el odio a Jesucristo y a todo lo que lo recuerda.
Además, este "mundo" se ha introducido en la Iglesia, como caballo de Troya, en un proceso que comienza ya a manifestarse poco antes del Concilio Vaticano II, que continúa con la celebración de dicho Concilio sólo "pastoral" (en apariencia) y que está alcanzando su cenit en la actualidad con el papa Francisco (estamos recogiendo los frutos de ese Concilio) ... y es que la mala semilla ya estaba sembrada, el terreno ha ido preparándose poco a poco; y se ha llegado a una situación en la que la mayoría de los pastores, cuya obligación era velar por la pureza de la fe, han claudicado ante el mundo ... "se han hecho del mundo: por eso hablan cosas mundanas, y el mundo los oye" (1 Jn 4, 5) , pero han abandonado a sus ovejas, porque no les importan las ovejas: son lobos disfrazados con piel de oveja ... ¡pero lobos!
Se ha querido (en apariencia) dar mucha importancia a las personas, a los pobres (en el sentido marxista, que no en el sentido cristiano de esa palabra) ... pero a costa de olvidarse de Dios. La palabra de Dios ha sido adulterada y se emplea para engañar a la gente, como hizo el Diablo con Jesús ... no dándose cuenta de que sólo si Dios significa el todo para nuestra vida, entonces ... ¡y sólo entonces! ... las personas adquieren su auténtica dignidad y son "realmente" importantes, como así es, puesto que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Pero esto se olvida. No queremos que Dios nos quiera. Rechazamos su Amor, como hicieron los judíos, en su mayoría y en su momento, cuando crucificaron a Jesucristo. Claro que ese rechazo trae consigo unas consecuencias. Dostoievsky decía que "si Dios no existe todo está permitido". Cuando todo se reduce a este mundo, como si no existiera otro, como si no tuviéramos que dar cuenta a nadie de nuestra vida, pues ésta desaparece con la muerte .... en definitiva, cuando se rechaza todo tipo de trascendencia y, en concreto, a Jesucristo, tal y como está ocurriendo hoy, es inevitable que, como decía Plauto (254-184 a.C) el hombres se convierta en un lobo para el hombre, expresión popularizada por el filósofo inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes.
Si se elimina a Jesucristo, se elimina el Amor y sólo queda el odio entre las personas y la ley del más fuerte, la ley de la selva, acompañada de rencores, rencillas, enemistades, etc. La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza (es decir, los siete pecados capitales) campan por sus anchas. El pecado se convierte en lo habitual, en lo "normal"; y todo el Progreso que se ha dado en la Humanidad gracias a la venida de Jesucristo, se queda en agua de borrajas. Y la esclavitud, ya superada en aquellos lugares de la Tierra adonde ha llegado el Mensaje de Jesucristo, vuelve a aparecer ... pero ahora con más fuerza que nunca. No es nada nuevo: "El que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34); y "la paga del pecado es la muerte" (Rom 6, 23).
Porque, además, y esto es lo más grave. Los hombres primitivos no conocían a Jesucristo. Nosotros sí, lo cual agrava mucho más nuestros pecados. Jesús lo dijo muy claramente: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15, 22)
José Martí (continuará)
Monseñor Morlino habla de la subcultura homosexual en la Iglesia, y pide desagravio al Sagrado Corazón de Jesús
Lógicamente, no estamos de acuerdo en todo, pero su fe y su celo pastoral han sido para nosotros una luz en las tinieblas y prueba de que Dios no nos ha dejado huérfanos.
Y ahora, por fin, tenemos a un obispo con valor para agarrar al toro por los cuernos y decir, sin pelos en la lengua, quién es el enemigo.
Y lo ha hecho en un momento en que es objeto de feroces ataques y acusado de odio por defender la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Ataques que, por cierto, nos motivaron a los que hacemos The Remnant a defender al obispo Morlino el año pasado.
¡Esto es un obispo valiente! En nuestra opinión, en medio del mayor escándalo sexual en la historia del clero, todo obispo del país debería hacer lo mismo que ha hecho Morlino: publicar una declaración de fidelidad a la teología moral de la Iglesia, en concreto a su doctrina relativa al pecado mortal que constituyen los actos homosexuales.
¡Esto es un obispo valiente! En nuestra opinión, en medio del mayor escándalo sexual en la historia del clero, todo obispo del país debería hacer lo mismo que ha hecho Morlino: publicar una declaración de fidelidad a la teología moral de la Iglesia, en concreto a su doctrina relativa al pecado mortal que constituyen los actos homosexuales.
Es innegable que al hacerlo los prelados se harán blanco de las iras de los enemigos de la Iglesia. Es innegable que los crucificarán en los medios. Pero también cumplirán su sagrado deber para con Dios al tranquilizar a su escandalizada y horrorizada grey demostrándoles que están entregados en cuerpo y alma a defender y hacer valer la doctrina moral de la Iglesia cuándo ésta es objeto de graves ofensivas desde dentro.
Es lo menos que pueden hacer. Morlino ya lo ha hecho, y exigimos respetuosamente al resto de los obispos de EE.UU. que imiten su ejemplo para no ser cómplices de los pastores degenerados e incluso delictivos, cuya perfidia y viciosa conducta ocupa en estos momentos tanto espacio en los noticieros.
Que Dios bendiga y guarde a monseñor Roberto Morlino.
Michael Matt
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José Martí
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