Marco Tosatti, el veterano periodista elegido por Carlo María Viganò para editar su famosísimo informe, asegura que convenció al arzobispo para dejar fuera de él muchos datos que el prelado conocía pero no podía respaldar con pruebas fehacientes.
El incomprensible silencio del Papa Francisco ante las graves acusaciones del Informe Viganò tiene a los ‘renovadores’ sumidos en el desconcierto, dedicados a la labor de desacreditar al arzobispo y ex nuncio en Estados Unidos.
Aparte de esa tarea de revolver en la basura de Viganò, la última estrategia parece consistir en insinuar que el veterano vaticanista Marco Tosatti ha sido el verdadero artífice del documento, que habría aplicado su ‘creatividad’ de escritor con el mismo e incluso que habría animado al arzobispo a lanzar esta bomba, movido por oscuros intereses de odio al pontífice.
Tosatti se ha encargado sobradamente de desmentir que su tarea haya sido otra que la de recibir el documento y aplicar la normal labor de edición junto al prelado, de quien partió en exclusiva la idea de las revelaciones, si bien originalmente pretendía que fuera en forma de entrevista concedida al citado periodista.
Frente a quienes señalan que se trata de un ‘bluf’, de Viganò o del propio Tosatti, el vaticanista insiste en que el arzobispo no solo dispone de pruebas documentales de cada aserto, sino que parte clave en su colaboración consistió en que el prelado omitiera del informe todo aquello que, aunque lo conociera con certeza, no pudiera probar de forma fehaciente.
A nadie se le ocurre que un arzobispo curial de su importancia y edad pudiera ignorar la gravedad del paso que estaba dando o no previera las consecuencias, asegurándose de disponer de documentos o testigos que respalden todos los cargos.
De hecho, la pregunta que plantea Tosatti, entrevistado por Church Militant, es: si lo que dice Viganò no es cierto, ¿por qué el Papa no lo desmiente?
Éste es, sin duda, el punto débil en la defensa de los ‘renovadores’ que, precisamente por eso, han optado por ignorar las acusaciones y dedicarse directamente a sembrar dudas sobre la credibilidad del autor del informe.
Por su parte, los medios seculares, que tuvieron el papel protagonista en la revelación de los escándalos clericales en 2002, lanzándose con entusiasmo a una labor de derribo y denuncia, se muestran en este caso extrañamente titubeantes, inclinándose más bien por la defensa del Pontífice, lo que debería activar todas las alarmas en quienes conocen la escasa simpatía que siempre han mostrado por la Iglesia Católica.
Pero es inevitable especular sobre todos esos detalles que quedaron fuera del informe, según declara Tosatti, y preguntarnos si guardan alguna relación con otro misterioso caso en el que también estuvo directamente implicado Carlo María Viganò y que, de algún modo, precipitó la presente crisis.
Nos referimos al informe de 300 páginas encuadernado en rojo que los cardenales Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgio elaboraron a principios de 2013 por encargo del entonces Papa reinante Benedicto XVI.
El informe fue encomendado a estos tres cardenales después de que estallara el escándalo de filtración de documentos confidenciales de la Curia -conocido popularmente como caso ‘Vatileaks’- sobre abusos financieros, favoritismos y corrupción, algunos de los cuales consistían en denuncias planteadas por el propio Viganò, entonces al cargo de la Gobernación del Estado Vaticano.
El mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, fue identificado como el responsable material de la filtración, condenado por robo y posteriormente indultado. El extraño destino de Gabriele y su cercanía al Santo Padre sugiere que podría tratarse de una filtración procurada desde las más altas instancias vaticanas para propiciar una investigación que justificara una ‘limpieza’ de la Curia.
Herranz, Tomko y De Giorgio entregaron los resultados de su investigación en diciembre, y posteriormente una nota oficial del servicio de prensa del Vaticano informaba que “el Santo Padre ha decidido que los resultados de este informe, cuyo contenido conoce solamente Su Santidad, permanezcan exclusivamente a disposición del nuevo Pontífice”.
Fue poco después de la lectura de este informe cuando Benedicto XVI anunció su sorprendente renuncia, sobre cuya motivación última siempre ha callado pero que achacó a una ‘falta de fuerzas’ para enfrentar la misión encomendada en el actual estado de la Iglesia. Es difícil no relacionar ambas noticias, y de hecho han sido mucho los medios que han dado ese paso. El primero, poco tiempo después del anuncio, fue el diario italiano La Repubblica que, citando fuentes anónimas, aseguraba que los cardenales habían descubierto una red clandestina de chantajes, sobornos y encuentros homosexuales que involucraba a la jerarquía del Vaticano.
Veamos a distancia el desarrollo de los hechos. Viganò es asignado a la Gobernación, o Governorato, donde descubre enormes niveles de corrupción económica en contratos infladísimos, concesiones a dedo dadas desde muchísimo tiempo atrás a empresas que cobran precios exorbitados por sus servicios y todo tipo de corruptelas, que ataja inmediatamente, no sin antes revelarlas al Santo Padre.
Esto causa un enorme malestar entre los curiales, a algunos de los cuales, previsiblemente, la limpieza de Viganò arruina buenos negocios, y empiezan a surgir en Il Giornale, el diario de Berlusconi, historias sin firmar que critican duramente al arzobispo.
El entonces Secretario de Estado, el Cardenal Bertone, maniobra para quitarse de encima a Viganò, algo que consigue haciendo que lo manden a Estados Unidos como nuncio.
Pero las denuncias de Viganò y otros documentos de este cariz se filtran en el escándalo Vatileaks, lo que da pie a Benedicto a encargar el citado informe, hoy en poder de Francisco, que no lo ha hecho público ni se ha referido en forma alguna a su contenido.
Y lo demás, como suele decirse, es historia.
Carlos Esteban