Cuánto pesa el lobby homosexual en el Vaticano lo demuestra la eliminación de la palabra psiquiatría pronunciada por el Papa en relación a la homosexualidad. Este episodio conduce al núcleo del problema del dossier de Viganò: una red de poder homosexualista que no se detiene en los más elevados niveles en la Iglesia. El ex nuncio ha relatado una muestra pequeña de un fenómeno vastísimo que no se circunscribe sólo a este pontificado, pero que no se quiere combatir: desde obispos alemanes homo-heréticos al escándalo del jesuita Martin, hasta las concesiones de Avvenire y una serie impresionante de nombramientos sospechosos, gestos y decisiones que ahora muestran hasta dónde ha llegado este proceso.
Cuánto pesa el lobby LGBT en el Vaticano lo demuestra el pequeño episodio que tuvo como protagonista a la sala de prensa vaticana protagonista a la vuelta del Papa de Dublín. Al responder a la pregunta de un periodista, quien le había preguntado qué le diría a una familia que descubre que tiene un hijo homosexual, el papa Francisco -en el avión que lo traía de vuelta a Roma- respondió, entre otras cosas, que también depende de cuál sea la edad “en la que se manifiesta esta preocupación”; "si se manifiesta cuando son niños, hay muchas cosas que se pueden hacer con la psiquiatría, para ver. Otra cosa es si se manifiesta después de los veinte años”. Pero en el comunicado oficial que informa el texto de la conferencia de prensa se ha eliminado la referencia a la psiquiatría.
Obvio el motivo: cuidado con poner en relación la homosexualidad con la idea de una patología, un punto en el que el lobby LGTB no transige. En realidad, toda la frase del Papa, desde el punto de vista científico y antropológico, tendría necesidad de muchas puntualizaciones, pero aquí es claro que el único motivo de la censura es evitar irritar al conocido lobby.
Esto lo confirma la posterior justificación (pero sería más correcto hablar de escalar en los espejos) de la número 2 de la sala de prensa vaticana, Paloma García Ovejero, según la cual el Papa “no quiso decir que se trate de una enfermedad psiquiátrica". “Cuando el Papa se refiere a la ‘psiquiatría’ está claro que quiere dar un ejemplo de las diferentes cosas que se pueden hacer”.
En síntesis, según la sra. García Ovejero, el Papa utiliza palabras al azar o con un significado que sólo él conoce: no es precisamente un servicio hermoso que hace al papa Francisco. En todo caso, si en la sala de prensa están realmente convencidos de que éste es el caso, desde el punto de vista deontológico, en lugar de censurar sería mucho más correcto poner notas explicativas al margen.
De todos modos, esta larga premisa nos lleva al corazón del problema que el dossier Viganò ha puesto de manera explosiva en la atención de toda la Iglesia, es decir, la red de poder creada en el tiempo por sacerdotes y obispos homosexuales, con la complicidad de prelados corruptos, débiles o extorsionables, que ahora ha llegado al punto de incidir en la doctrina de la Iglesia. No nos debe escandalizar tanto el pecado por más grande y difundido que sea, también en las jerarquías: en el fondo, es en la debilidad del hombre que se manifiesta el poder de Dios, como nos recuerda también san Pablo.
Pero cuando el pecado se institucionaliza y pretende convertirse en doctrina – lo que está sucediendo ahora – entonces el discurso cambia, y mucho.
El hecho de que Monseñor Viganò, al final de su largo Testimonio, haya llegado a pedir también la dimisión del Papa ha hecho efectivamente que todo el debate (por así decir) posterior se concentrara sobre el papa Francisco. A decir verdad, no habría sido muy diferente si esa frase no lo hubiera escrito, porque hasta ahora el argumento de la conspiración conservadora y tradicionalista contra el papa Francisco es un estribillo que se retira cada vez que se plantea una pregunta sobre este pontificado. En este pontificado, más que predecible, el desencadenamiento de las tropas de los periodistas [ejército ideológico] pasará como defensa de la revolución.
Pero la cuestión planteada por monseñor Viganò es mucho más grave y profunda y va más allá del papa Francisco, tanto que involucra a las personas con las que tuvo relación directa, en Roma y en Estados Unidos, también en los pontificados anteriores. Y diseña un cuadro coherente con la cantidad de años que hemos estado escribiendo y documentando sobre este fenómeno del lobby homosexual y de la homo-herejía. Y a diferencia de muchos que optan por hablar o no hablar según convenga a la propia orilla política, nosotros en la Bussola podemos reivindicar el hecho de haber denunciado enérgicamente el fenómeno de la homosexualidad en el clero y de la homo-herejía desde nuestro inicio (hacer clic aquí y aquí), es decir, antes del pontificado de Francisco, y de haber apoyado siempre – con datos en la mano – que los abusos contra menores en más del 80% de los casos son fenómenos de homosexualidad y no de pedofilia.
Y hasta que no se afronte de raíz este problema – que es también la advertencia extrema de Mons. Viganò – las heridas de la Iglesia no podrán ser remediadas nunca.
La que representa Monseñor Viganò es sólo una pieza, de la que tenía experiencia directa, pero a esto deberíamos agregar muchas otras piezas: las orientaciones de algunos episcopados europeos, por ejemplo, el presidente de los obispos alemanes Reinhard Marx propuso la bendición en el templo de las parejas del mismo sexo; las fugas hacia delante de sacerdotes individuales, incluso en Italia, que ya lo hacen; el golpe de mano en los últimos sínodos sobre la familia, lo que sucedió en el Encuentro Mundial de las Familias, en el que la exposición del padre James Martin es sólo el aspecto más llamativo.
Y un discurso aparte merece el caso italiano, donde es directamente el diario de los obispos, Avvenire, el que ha abrazado totalmente una agenda pro-homosexual: es un hecho público que la línea editorial del diario depende directamente, desde hace algunos años, del secretario general de la CEI, monseñor Nunzio Galantino. Pero sería un error pensar que el control cautivo-homosexual en Avvenire se inició con esta gestión, ahora sólo ha encontrado el terreno fértil para expresarse abiertamente.
Entonces, como dice en forma desesperada monseñor Viganò, “para restituir la belleza de la santidad al rostro de la Esposa de Cristo, tremendamente desfigurado por tantos delitos abominables, si queremos liberar verdaderamente a la Iglesia del fétido pantano en el que ha caído, debemos tener la valentía de abatir la cultura del secreto y confesar públicamente la verdad que hemos tenido escondida”.
Para referirnos sólo al caso McCarrick, es justo que se haga claridad sobre cómo pudo pasar de una diócesis a una arquidiócesis, hasta llegar a ser cardenal durante el pontificado de Juan Pablo II, qué rol tuvo el entonces secretario de Estado, el cardenal Angelo Sodano y muchos otros con él. Y más todavía, qué sucedió en los años de Benedicto XVI con esas sanciones que no han sido respetadas; y más todavía, la creciente importancia durante este pontificado. Y los ejemplos se pueden multiplicar.
No es entonces un problema circunscrito a este pontificado, ni un fenómeno que se resuelve mágicamente con la dimisión del Papa.
Pero no se puede no reconocer que nunca como en estos últimos años el lobby homosexual ha aumentado enormemente su influencia. Tanto por las posiciones de poder cubiertas, especialmente en la curia romana (y ahora también la crónica se encarga de señalar a varios colaboradores cercanos del papa Francisco entre los que están en el centro de casos de abusos sexuales o ligados a comportamientos homosexuales), como para el vía libre para la circulación de tesis homo-heréticas sobre las cuales nadie en Roma parece haber tenido la intención de intervenir.
El inicio fue el nombramiento de monseñor Battista Ricca como prelado del IOR, a pesar del pesado escándalo homosexual del que había sido protagonista en la nunciatura en Uruguay, y fue precisamente al responder a una pregunta sobre su caso que el Papa salió con ese "¿quién soy yo para juzgar?" que, independientemente de las intenciones, tuvo un efecto devastador al favorecer la propagación de la ideología homosexualista.
Pero hubo muchos nombramientos, gestos y decisiones que han favorecido el arraigo de la cultura homosexualista en la Iglesia. Hasta en los últimos episodios: el nombramiento como consultor de la Secretaría para la Comunicación del ahora famoso padre James Martin, después elevado a la máxima visibilidad por el espacio que se le asignó en el Encuentro Mundial de las Familias. Encuentro dirigido por el cardenal Kevin Farrell, "criatura" del cardenal McCarrick y gran admirador del padre Martín, a quien le escribió el prefacio de su libro sobre la Iglesia y los homosexuales. Y además, la introducción de la terminología LGBT en el Instrumentum Laboris del próximo Sínodo de la Juventud.
Hay más que suficiente para pedir claridad, tanto sobre la red de cobertura de los abusos como en el intento de subvertir la doctrina de la Iglesia por parte del lobby homosexual que el entonces cardenal Ratzinger ya denunció en 1986.
Pero como ya se ha demostrado en el caso de las Dubia, el papa Francisco no se inclina a clarificar, está mucho más interesado -como él dijo muchas veces- en comenzar procesos. Y aquí, lamentablemente, está claro hacia dónde está llevando este proceso.
Publicado originalmente en italiano el 29 de agosto de 2018, en lanuovabq.it/it/lobby-gay-inarr…
Riccardo Cascioli
Traducción: José Arturo Quarracino